lunes, 8 de marzo de 2010

Los Espriu de Arenys de Mar.

Por: Ernesto Álvarez Blanco.

En ocasión de commemorarse hoy el 182 aniversario de nuestra amada ciudad obsequiamos a los lectores de este blog esta investigación inédita sobre uno de los fundadores del poblado de San Juan de Dios de Cárdenas.
Ernesto Álvarez Blanco

Los Espriu de Arenys de Mar
Cárdenas, Cuba, verano del 2002

A la socióloga Aurora Góngora Martín y al historiador Don Josep María Pons i Guri, Director del Archivo Histórico “Fidel Fita” de Arenys de Mar, amigos queridísimos y cómplices de este libro, por su invaluable colaboración.
A Carmen Roig y esposo, por todo cuanto le debemos mi familia y yo.
A Pedro Quintana i Colomer y familia, descendientes directos de Don Pablo Espriu i Llobet.
A Made, a mi madre y a mi hija, con afecto y amorosa unción.
El Autor.



Proemio
A los catalanes, e incluso a los cardenenses, poco o nada dice hoy el nombre de Pablo Espriu i Llobet y de sus descendientes. Sin embargo, la trayectoria de este indiano, nacido en Arenys de Mar en la segunda mitad del siglo XVIII, y la de sus hijos, resume las características fundamentales del modelo de los “americanos” que se reproducen en los niveles intermedios de la sociedad catalana de la primera mitad del siglo XIX.
En 1992, cuando iniciamos esta investigación, los habitantes de la ciudad cubana de Cárdenas, a cuyo desarrollo social y económico contribuyeron de manera decisiva los Espriu, desconocían la vida y la obra del hombre a quienes sus antepasados habían honrado dándole su apellido a una calle y a una plaza de la ciudad, y al que los historiadores locales citaban de manera muy escueta o confundiéndolo a veces con uno de los emigrantes franceses llegados a la comarca al alborear el siglo XIX, en sus libros y artículos.
¿Qué había hecho aquel catalán por Cárdenas para que se le rindiera, aún en vida y después de muerto, tanto homenaje?, fue la pregunta que nos hicimos la tarde en que luego de despedir al investigador areñense Zenón de Pol y a su esposa, regresamos a nuestro reino de libros, revistas y documentos.
Desde entonces, con la ayuda de numerosos amigos catalanes y cubanos hemos tratado de reconstruir la trayectoria vital de Pablo Espriu y de sus descendientes. Si lo logramos o no, serán juicios que deberán emitir críticos, historiadores y lectores de un lado y otro del Atlántico; pero nos queda la íntima satisfacción de haber convertido, gracias a la consulta de numerosos archivos, fondos museables y bibliotecas públicas y privadas de Cuba y Cataluña, su vida y su obra, y la de los suyos, en un volumen que pretende destacar el papel jugado por esta y otras familias del Maresme en la conformación y desarrollo de la sociedad colonial cubana del siglo XIX.
Hoy cuando una calle de la ciudad aún lleva el apellido de la familia que nos ocupa, al igual que un café inaugurado el 6 de octubre de 1997 por la Corporación Turística Rumbos S.A, muy cerca de la plaza que hasta 1911 se llamó Plaza Espriu y del sitio en donde estuvo el alambique de su propiedad; los cardenenses, en particular y los cubanos, en general, nos sentimos felices de los vínculos históricos que nos unen al Maresme y a su gente.
Sirva este libro para fortalecer dichos vínculos y propiciar el surgimiento de otros nuevos.
El autor
Cárdenas, 4 de mayo del 2002.
Poco tiempo después de producirse la supresión del monopolio comercial del puerto de Cádiz, Arenys de Mar contaba ya con una infraestructura naval y marítima que le permitió asumir rápidamente un papel destacado en el proceso que se desencadena por esta época en toda la costa catalana.
La referida infraestructura, conformada por la existencia en el poblado a finales del siglo XVIII de 5 astilleros, demandó - cada vez con más fuerza - de un aumento de mano de obra, especialmente de leñadores y aserradores, oficios claves en la preparación de la gran cantidad de materia prima utilizada por los constructores navales. Por este motivo, personas procedentes de otras regiones de Cataluña deciden trasladarse en la segunda mitad del siglo XVIII a Arenys junto a su familia, con objeto de hallar empleo en estas labores.
Entre los nuevos vecinos de Arenys se halla por esta época un Mateo Aspriu o Espriu quien, procedente de Las Guillerias[26], se había establecido en la villa junto a su esposa Caterina. De este matrimonio nacerá Josep Espriu quien se casará con la areñense Magdalena Pla. Su descendiente, el aserrador Josep Espriu Pla – quien es el patriarca de las diversas ramas de la familia Espriu en Arenys de Mar - contrajo nupcias con Mariana Llobet.
Josep Espriu i Plá y Mariana Llobet tuvieron 3 hijas: María, Marta y Agustina, y 5 hijos: Mariano[27], Bonaventura, Luis, Josep y Pablo Espriu i Llobet. En el caso de los varones, ejercieron todos el oficio de su padre, excepto Pablo, que como veremos más adelante escogió el de marino.
En la época en que nacen y crecen los hermanos Espriu i Llobet, según el investigador areñense Zenón de Pol i Alguer[28], los habitantes de Arenys de Mar no gozaban de tranquilidad, puesto que las extensas playas que bordean el litoral y que quedan enmarcadas por las colinas que llegan hasta el borde del mar, preludio de la vecina Costa Brava, eran víctimas constantes de las incursiones de los “moros”.
Por este motivo, los niños de varias generaciones crecieron temiendo a los “moros”, los cuales realizaban frecuentes correrías por las poblaciones costeras del Maresme, incluyendo Arenys, no solo para robar joyas y dinero, sino también para secuestrar muchachas, jóvenes e infantes, los cuales eran trasladados en sus embarcaciones a Argel, desde donde pedían por ellos un fuerte rescate.
Así mismo, los mares comarcanos se hallaban infestados de piratas, los cuales hacían muy peligrosa la navegación en la zona. Por tal motivo, la Villa para su defensa tenía repartidos 6 cañones entre los pequeños fortines de Sant Elm y el Castellets, además de las torres de defensa estratégicamente situadas en la playa.
Sin embargo, a pesar de estas dificultades, por esta época, según la autorizada opinión de Don Josep M. Pons i Gurí:

“... el tráfico marítimo había alcanzado en Arenys de Mar la mayor importancia. El 36 por ciento de los hombres hábiles de la población eran navegantes, como pilotos, patrones y marinería, sin contar grumetes y aprendices; otro 22 por ciento empleaba su trabajo en los cinco astilleros radicados en la población, cuatro de ellos exclusivamente de obra mayor, en calidad de maestros y oficiales; un 20 por ciento más se distribuía entre los aprendices de carpinteros de ribera y otras actividades relacionadas con el mar, como calafates, corders (sogueros y cordeleros), velers (tejedores de lino), clavataires (chapuceros), algún que otro armero, etc. El resto de la población se dedicaba al comercio y a pequeñas industrias y, en ínfima proporción, a la agricultura y profesiones liberales, tampoco se desentendía de las actividades marítimas ”.[29]

La inserción con éxito de Arenys en la urdimbre del comercio catalán con las tierras de Ultramar – a raíz del Decreto de Carlos III del 12 de octubre de 1778 que abrió definitivamente los puertos de América a todas las regiones de España y dio fin al monopolio de determinados puertos del Sur de la Península - provocó que las industrias locales adquirieran mayor desarrollo, al poder exportar al Nuevo Mundo:

“... sus encajes, medias de seda y algodón, velas, indianas, galones y cotoninas; en 1802 la población había aumentado casi a un 35 por ciento y, en pocos años, se habían construido 300 casas más y habían 27 fábricas y grandes negocios. A fines del siglo XVIII, al contestar los acostumbrados formularios estadísticos de producción y riqueza, dando cuenta de haber edificado 300 casas desde el último censo, el Ayuntamiento daba por explicación al Gobierno que la navegación a Indias ha sido el mayor motibo (sic) del aumento y al tratar del crecido número de matriculados de marina, excesivos en proporción con el restante censo de la población añadía que la mayor parte embarcaron para América ”[30]

Estimulado por este entorno, no nos parece casual que muchos jóvenes areñenses de la época – como es el caso de Pablo Espriu i Llobet – renuncien al oficio de sus padres y abuelos y vean en la carrera de marino, a pesar de los peligros que esta encierra, su futuro.
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3 – Pablo Espriu i Llobet (1770 - 1848): Trayectoria de un indiano

3.1 Etapa de formación como marino y de acumulación de su Capital inicial en los poblados cubanos de Cantel[31] y Guásimas[32], y en sus alrededores (1804 - 1828).

Pablo Espriu i Llobet, nacido en Arenys de Mar el 25 de enero de 1770, se convirtió en las primeras décadas del siglo XIX en uno de los ejemplos típicos del indiano que se mantuvo en la medianía de la estructura catalana de la época y que actuaban en la pequeña escala de los negocios, casi siempre con acierto.
En su caso, no se cumplen muchos de los tópicos de la típica figura del emigrante de su época: desciende de una familia bien humilde, asentada en la por entonces casi sin edificar y urbanizar calle de San Narciso y dedicada de padres a hijos al corte y aserrío de maderas para los astilleros locales; no es el primogénito o heredero de los negocios familiares – es el hijo más pequeño del matrimonio - y los vínculos de la familia con la intensa actividad marítima que experimenta Arenys por esta época se circunscriben a aportar la materia prima necesaria para construir nuevas embarcaciones.
No obstante, la infancia de Pablo Espriu estuvo muy relacionada, en contraste con la de sus hermanos, con el mar, los barcos y los astilleros locales. Estos elementos lo fascinaban y no era raro encontrarlo merodeando los sitios en el que marinos y constructores navales hacían un alto en sus faenas diarias.
A diferencia de sus abuelos paternos y de sus padres y hermanos, a Pablo – como a otros muchos jóvenes areñenses - le fascinaba la madera de una manera distinta; puesto que no la veía como generadora de un oficio con el que podía ganar el sustento diario; si no como la materia prima primordial para el aseguramiento de una empresa superior: La Carrera de Indias.
Desde entonces, sin dejar de ayudar a sus padres y hermanos en las faenas cotidianas, acostumbraba a vagar en su imaginación por las costas del Mediterráneo y por ese mar verdoso y/o azulado que llenó su retina durante los primeros años de su infancia y juventud. El mismo, cuyo tráfico marítimo le fascinaba tanto, que lo hizo ingresar el 24 de agosto de 1796, a los 26 años de edad, en la Escuela de Pilotos – nombrada por Carlos IV más tarde Real Escuela de Náutica – de Arenys de Mar.
A pesar de matricular con una edad bien poca corriente entre los nuevos alumnos del plantel – generalmente se ingresaba en el mismo entre los 15 y los 20 años y se egresaba al cabo de los 10 o 12 años de estudios y prácticas ininterrumpidas – Pablo supo aprovechar cada minuto de su estancia en el Colegio.
Dos años más tarde, sin concluir todavía sus estudios, contrae matrimonio con Josefa Gallart i Pollés, hija de José Gallart y Antonia Pullés. La novia, una bella muchacha de 20 años, había llamado su atención desde el mismo momento en que sus grandes ojos negros habían tropezado con los suyos, en el puente de una de las embarcaciones de sus tíos.
Desde entonces, vivió prendado de la gracia sin par y la hermosura de esta catalana a quien unió su vida para siempre en una sencilla ceremonia oficiada el 20 de mayo de 1798 por el padre Ramón de Arenys, guardián del Convento de los Capuchinos de su pueblo natal.
El matrimonio de Pablo Espriu con Josefa Gallart tuvo todos los ingredientes de un enlace nupcial claramente conveniente para el joven aspirante a Piloto de altura. El suegro, José Gallart, Capitán de navío, lo acercaría cada vez más a la clase a la cual aspiraba a pertenecer mientras que su suegra, Antonia Pollés, integrante de una de las familias más acomodadas de Arenys, la cual estaba conformada por varios comerciantes y patrones de embarcaciones, le abriría el camino a futuras operaciones marítimas, navieras y comerciales.
El matrimonio de Pablo con Josefa Gallart no fue óbice para que el joven marino continuara sus estudios con resultados muy satisfactorios. Por este motivo, el maestro Baralt decide someterlo en 1799 a su primera prueba práctica como Aprendiz – Agregado. Gracias a las influencias de su maestro y de sus suegros y cuñados, Espriu fue autorizado el 28 de febrero del mencionado año a partir en el bajel “Santa Victoria” rumbo a Cádiz, bajo las órdenes del patrón Pablo Deás de Canet de Mar.
La experiencia obtenida durante el viaje fue tan provechosa que poco después, en el mes de agosto de 1800, fue aprobado como Pilotín o Tercer piloto, título que solo le servía para navegar por los mares de Europa.
Sin embargo, sus ojos, su mente y su corazón estaban puestos por entonces en la Carrera de Indias, la cual aspiraba que le permitiera al cabo de los años, como muchos otros marinos de Arenys, obtener renombre y fortuna. Por tal motivo, trata de enrolarse en los barcos que con matrícula del Maresme, emprendían a menudo viaje hacia América desde el puerto de Barcelona.
Entre los objetivos del joven marino se hallaba también el de conseguir el título de Tercer Piloto de todos los mares, para el cual se necesitaba como requisito indispensable él haber completado tres viajes redondos, o sea, de ida y vuelta, por las rutas de Ultramar. Resulta útil aclarar que sí estos viajes se hacían al servicio del gobierno español, se reducía a dos la cifra requerida para obtener el ansiado nombramiento.
Motivado por esta dispensa y con la ayuda de su suegro, que mandaba por entonces la fragata[33] “La Paz”, se embarca como Pilotín agregado en la referida embarcación en septiembre de 1800. La partida del navío desde el puerto de Barcelona estuvo matizada por los cuidadosos preparativos que de la documentación y de la carga a bordo realizaron Pablo Espriu y su suegro varios días antes de la fecha prevista.
Las medidas y previsiones adoptadas en este caso por el joven Espriu y el experimentado Capitán no resultaban extremas, pues la embarcación se aprestaba a iniciar – según el Libro Registro de la Escuela Náutica del maestro José Baralt – una expedición secreta autorizada por una de las tantas patentes de corso en contra de Inglaterra, expedidas y ejecutadas por la marina catalana con la anuencia de las autoridades españolas.
Lo primero que debió llamar la atención de Espriu la noche antes de la partida, fue el trajín existente a bordo de la embarcación, matizado por la circulación ininterrumpida por la plancha de decenas de hombres cargados con sacos y con cajas que sorteaban, con admirable destreza, los barriles de galleta, vino y otras provisiones de viaje que otros marinos subían rodando al barco.
Luego, supervisó de seguro desde el puente de proa, como embarcaban primero el baúl del Capitán, seguidamente el del Piloto, a continuación el suyo y finalmente el de cada tripulante. Así mismo, debió tener a su cargo el cuidado de revisar sí el carpintero que iría a bordo embarcaba sus capazos de herramientas y los útiles necesarios para calafatear y embrear las costuras, además de unos tablones de varias medidas para reparar todo lo que fuera necesario durante la travesía. Debió verificar además, que el experimentado artesano, hubiera tenido la precaución de sumar al cargamento que traería consigo unos botes de aceite secante y otros de pintura, por si hacía falta pintar algo.
Tan pronto como las provisiones quedaron estibadas, los equipajes colocados bajo las literas de los camarotes y ranchos, él botiquín bien surtido y llenos los depósitos de agua, Espriu posiblemente ayudó a su suegro y al Armador de la nave a realizar el inventario de la carga.
Pasadas las diez de la mañana del domingo 3 de septiembre de 1800, el Capitán Gallart dio la orden de partida. A bordo, la marinería se dispuso inmediatamente a alistar las velas, izándolas a las vergas, sitio en el que los gavieros las envergaron amarrando al nervio los envergues y las dejaron aferradas en espera del momento de utilizarlas.
Terminadas estas y otras maniobras, Gallart invitó a sus familiares y a los de Espriu y otros oficiales y marinos a subir a bordo para acompañar al navío hasta la salida del puerto. Un rato después, tras haber dado la tradicional empenta o empujón, que consistió en un suculento almuerzo de despedida, Espriu se despidió efusivamente de su esposa, quien se hallaba encinta, y de su suegra, las cuales al igual que el resto de los familiares de la tripulación, desembarcaron fuera del puerto, a la altura de la desembocadura del río Llobregat[34].
El barco, que había sido dejado por un remolcador libre ya de amarras frente a la playa de Can Tunís, situada entre el puerto de Barcelona y la ya citada desembocadura del Llobregat, largó las velas para emprender viaje hacia América.
En medio del trajín existente a bordo, a Pablo Espriu se le olvidó momentáneamente que se alejaba por un buen tiempo de su patria; pero cuando se dio cuenta, corrió hacia el puente de popa con objeto de avistar antes de que se perdiera de vista el último trozo de tierra catalana que se avizoraba en la lejanía. Una vez allí, de frente a la costa que le vio nacer y crecer, apretó entre sus manos el exvoto marinero que le había dado su esposa poco antes de ser desembarcada y enjugó con severa discreción las lágrimas que intentaron rodar lentamente por sus mejillas.
Pablo Espriu regresó de América hecho todo un marino curtido y experimentado. Sus conocimientos de náutica y sus dotes de mando le sirvieron de mucho durante la accidentada travesía que terminó, felizmente, luego de varios encontronazos con navíos ingleses que intentaron apoderarse de su preciada carga durante los meses en que navegaron por el Atlántico y el Caribe.
De esta primera experiencia en la Carrera de Indias, el joven regresó con muchas peripecias que contar a su preceptor y maestro Baralt y con un módico pero suficiente Capital que le permitió fijar su domicilio en la casa No. 96 (en la actualidad debe ser la No. 98 o 100) de la Riera[35] de Arenys.
Allí, se instalará con su esposa y su primer hijo, una niña nacida poco después de su partida, la cual fue bautizada en la Iglesia Parroquial de Santa María de Arenys con el nombre de Josefa Espriu i Gallart.
Durante el transcurso de los años 1801 y 1802 Pablo Espriu, ayudado económicamente por su suegro, con el que colabora en sus negocios marítimos, continua junto a Baralt sus estudios de náutica con objeto de obtener el ansiado título de Tercer Piloto de todos los mares. Concluidas las lecciones teóricas, consigue embarcarse como Pilotín agregado el 6 de marzo de 1802, rumbo a Cartagena de Indias[36], en la pollacra[37] “Santa Ana” del Capitán Melchor Sagarra, de la matrícula de Barcelona.
Durante el transcurso de este viaje, que fue menos accidentado que el primero por haber concluido ya la primera de las guerras sostenidas en este período entre España e Inglaterra, motivadas por la alianza hispano – francesa luego de la Paz de Brasilea[38]; el navío en el que viajaba Espriu tocó puerto en Cuba, Isla que pocos años después se convertiría en su segunda patria. De allí trajo consigo al retornar a Arenys, unas pipas[39] de aguardiente y varias fanegas[40] de tabaco, las cuales vendió a buen precio entre los comerciantes del poblado.
Ese dinero, sumado a su sueldo de Pilotín y a las utilidades que le correspondieron de la venta de la carga de tejidos y vinos que trasladó la “Santa Ana” a tierras americanas, le permitieron reposar junto a los suyos durante poco más de un año. En este período, a propuesta de José Baralt, pudo recibir el deseado título de Tercer Piloto de todos los Mares.
La falta de dinero y las ansias de acumular fortuna, obligaron a Pablo Espriu a enrolarse nuevamente en la Carrera de Indias, abandonando por un tiempo a su hogar, a su mujer y a su pequeña hija. Sin embargo, a pesar de haber obtenido el título de Tercer piloto, su propósito en esta ocasión era otro: desembarcaría en Cuba y le pediría ayuda a su paisano José Xifré i Horta[41] para hacerse en esa Isla, pródiga con los catalanes, de un nombre y de una fortuna.
Dispuesto a hacer realidad sus sueños, parte hacia Cuba en el segundo semestre de 1804 en una de las tantas fragatas que desde el puerto de Barcelona viajaban a la Isla, dejando de nuevo encinta a su esposa, la cual dará a luz a principios de 1805 a su segundo hijo, un varón, a quien se le pone en la pila bautismal de la iglesia parroquial de Santa María de Arenys el nombre de Pablo Nicolás Espriu Gallart.
La imagen de La Habana que se muestra ante los ojos del viajero que la contempla nuevamente desde las aguas de su bahía, luego de varios meses de navegación, le resulta interesante y prometedora.
Al día siguiente, concluidas las formalidades aduanales, el joven oficial dimitía de su cargo a bordo de la embarcación y se disponía a probar fortuna en la “Siempre Fiel Isla de Cuba”. Para lograrlo solo llevaba consigo su talento, la módica suma con que fueron gratificados sus servicios como Piloto de la nave y una nota del maestro Baralt para sus amigos, los comerciantes Mariano Carbó i Baralt[42], constituido en protector de los jóvenes areyences que arribaban a La Habana, y José Xifré y Horta, tío de José Xifré i Casas[43], gran benefactor con posterioridad de su pueblo natal.
Comenzaba para él un largo peregrinar por las calles de la capital de la Isla en busca de sus paisanos. De hallarlos en Cuba, pues sabía que a menudo sus negocios los llevaban a los Estados Unidos y a otras regiones del continente americano, tendría que valerse de sus conocimientos de la Oración titulada por la liturgia católica “Confesión General”, pues era bien conocido por todos sus coterráneos, que Mariano Carbó i Baralt se la hacía recitar a cuanto catalán tocaba a su puerta, invocando a Arenys de Mar, para obtener segura protección y ayuda.
Esta costumbre había sido adoptada por Carbó, debido a la gran cantidad de catalanes, sobre todo del Maresme, que haciéndose pasar por areñenses se aprovechaban de la generosidad y del amor de su familia por la gente del terruño en el cual habían dado sus primeros pasos. De este modo, conociendo que los que son naturales de Arenys tienden a agregar a los santos que en ella se enumeran al “glorioso patrón y mártir San Zenón”, Carbó se las ingenió para destinar los mejores empleos que demandaban su fábrica de baúles y sus operaciones comerciales y las de sus amigos, a los verdaderos areyences que lo visitaban.
El primer día de estancia de Espriu en La Habana lo dedicó a recorrer plazas, establecimientos comerciales y palacios en busca de sus coterráneos. Casi al caer la tarde, y luego de preguntar por estos a todos los transeúntes que se cruzaban en su camino, logró llegar a una de las puertas de las murallas que protegían a la ciudad de los ataques de piratas y corsarios. Una vez allí, se encaminó a las afueras de la población con objeto de llegar antes que cayera la noche a la Tenería y almacenes que los Xifré poseían en esa zona.
Grande fue su sorpresa, cuando con sólo con invocar el nombre de su maestro Baralt, un esclavo africano lo llevó de inmediato, luego de atravesar decenas de naves y corredores, hasta el despacho de los Xifré. Una vez allí, y luego de esperar solo unos minutos cómodamente sentado en una butaca de Campeche, fue recibido con amabilidad por José Xifré i Casas, su antiguo compañero de estudios – ingresaron ambos en el plantel en 1796 - de la Real Escuela de Náutica de Arenys de Mar.
Larga fue la conversación esa noche entre ambos, pues estuvo matizada por un sinfín de preguntas a través de las cuales el avispado sobrino de Xifré i Horta trataba de enterarse por él de las últimas novedades ocurridas en el poblado en donde ambos habían nacido.
No hubo necesidad de que Espriu recitara al día siguiente en la residencia[44] de Mariano Carbó i Baralt, la “Confesión General”, pues su porte de marino pobre pero honrado, denotaba a las claras su formación como piloto en la Escuela de Náutica del maestro Baralt, quien, además, lo recomendaba en el documento que el joven tuvo a bien enseñar a su futuro protector y amigo, como uno de sus más aventajados y fieles discípulos.
Bien entrada ya la madrugada Xifré invitó a Espriu a descansar en uno de las habitaciones superiores del almacén, las cuales se hallaban siempre preparadas para recibir a los viajeros, no sin antes prometerle que le hallaría colocación en uno de los tantos negocios que su tío y otros arenyenses poseían en La Habana o sus inmediaciones.
Al día siguiente, Espriu fue presentado a José Xifré i Horta, el cual leyó con atención la carta de Baralt y luego lo invitó a recorrer en su compañía sus almacenes y comercios. A la tarde, los Xifré y Pablo Espriu sellaban – a base de vino catalán y aguardiente cubano - una amistad que solo se rompería con la muerte.
Una semana más tarde, Espriu partía de La Habana rumbo a Matanzas en la fragata catalana “Josefa la Matancera”, perteneciente a la matrícula de Canet de Mar. Gracias a la generosidad de los Xifré, llevaba consigo una bolsa llena de reales y una carta de recomendación para Pablo Martí, catalán que administraba uno de los más importantes ingenios azucareros de la zona matancera.
Al desembarcar en Matanzas, las elevaciones cercanas a la bahía le hicieron recordar de inmediato, salvando las diferencias, las sagradas montañas en donde los catalanes adoran a la Virgen de Monserrat. Este sentimiento, repetido en las decenas de catalanes que se establecieron en Matanzas durante el siglo XIX, hará que estos – encabezados por varios areñenses - levanten en 1872 en las alturas de Simpson, luego de Monserrat, una Ermita consagrada a la Moreneta.
Espriu no se detuvo mucho tiempo a contemplar la ciudad de San Carlos y San Severino de Matanzas, fundada en 1693 y que no pasaba por entonces de ser un villorrio que no rebasaba los 3500 habitantes y en donde no descollaban edificios de significativa importancia; pues luego de cumplir con los trámites aduanales pertinentes y de despedirse de sus compañeros de travesía, se dirigió de inmediato a uno de los coches de alquiler que se hallaban en un punto cercano al muelle y ajustó con él el precio del viaje hasta la hacienda azucarera en donde trabajaría sin descanso en los próximos meses.
El ingenio, al cual llegó el quitrín en que viajaba, después de dar durante casi cuatro horas varias vueltas y revueltas por caminos y guardarrallas, se encontraba situado en un punto no muy alejado de la urbe y formaba parte del discreto cinturón azucarero que, partiendo desde la ciudad de Matanzas, se extendía hacia el sur hasta la zona de Santa Ana; por el noroeste hasta el partido del Yumurí y por el este hasta Guamacaro.
Las instalaciones de la fábrica, las cuales aprenderá con las semanas a conocer como a la palma de su mano, estaban conformadas por unas cuantas caballerías[45] de tierra sembradas de caña; una fábrica llamada Casa de Calderas, donde estaba situado todo el tren o aparato para elaborar el azúcar; un Secadero; la Casa de Purga; el Trapiche, ubicado muy cerca de la Casa de Calderas; los barracones de esclavos; la enfermería, las casas de bagazo y la Casa de Vivienda.
Espriu por recomendación expresa de José Xifré i Horta fue designado Mayordomo del ingenio y desde entonces, trabajando incansablemente jornadas de 10 a 12 horas diarias, llevó durante varios años las cuentas de la fábrica. Durante este período, ahorrando hasta el último centavo, logró reunir una pequeño capital, el cual le permitió enviar varias remesas a su esposa e hijos y regresar un par de veces a su terruño natal.
En uno de esos viajes, engendró a su tercer hijo, una niña nacida en 1809 y a la que pusieron por nombre Antonia Espriu i Gallart. Poco antes, en 1807, había sido ascendido por el dueño, en reconocimiento a sus desvelos y preocupaciones por la buena marcha de las zafras, a Mayoral; distinguiéndose por el trato - diferente al de otros empleados de su mismo rango - que siempre dio a los esclavos de la plantación, los cuales le obedecían ciegamente.
Pablo Espriu laboró en este ingenio hasta 1815, año en que habiendo acumulado tras largos años de trabajo continuado un modesto caudal, decide establecerse por su cuenta y riesgo.
Luego de una breve estancia en Arenys, como resultado de la cual dará a luz su esposa en 1816 su cuarto hijo, un varón al que nombran Pedro Mártir Espriu Gallart, regresa a Cuba nuevamente. Luego de una pequeña estadía en La Habana, ciudad en la que se entrevista nuevamente con los Xifré, quienes le aconsejan invertir en el ramo del tabaco, se traslada por mar a Matanzas en donde adquiere varias caballerías de tierra en la zona de Cantel.
Situada en terrenos de la demolida hacienda de Siguapa, la región estaba llamada a convertirse por entonces en una zona de vital importancia para el desarrollo social y económico de la costa norte de Matanzas; pues sus inmediaciones se hallaban pobladas por numerosos inmigrantes franceses y sus descendientes, establecidos en la comarca desde finales del siglo XVIII, cuando huyendo de las revoluciones de Haití y Santo Domingo llegaron a la Isla.
A ellos se sumaban, la existencia en el territorio de otros colonos extranjeros, matanceros y habaneros quienes, atraídos por la fertilidad de sus suelos, habían establecido, al igual que los inmigrantes franceses, decenas de haciendas, ingenios, cafetales, vegas de tabaco y fincas de cultivo en los terrenos de los antiguos hatos[46] y corrales[47] de la región.
A pesar de que Espriu, siguiendo el consejo de los Xifré, se dedica a la siembra y elaboración manufacturada del tabaco, cultivo que por entonces es desplazado de las feraces tierras matanceras por la desacertada política de estanco seguida por la Factoría colonial en la Isla, la decadencia en Europa de la moda de fumar rapé[48], que era la principal producción tabacalera de Matanzas; el desinterés del mercado norteamericano – convertido en el principal comprador de productos cubanos - por este renglón económico; la competencia del tabaco torcido y los estímulos oficiales para el fomento del cultivo del azúcar y el café; logra salir adelante gracias a su constancia y a la ayuda que los Xifré y otros comerciantes catalanes le prestan en este período.
Poco tiempo después, convencido de que continuar produciendo rapé sería contribuir a su ruina, abandona los viejos molinos de la plantación y construye en su lugar una amplia nave en el que sus esclavos comienza elaborar tabaco torcido, el cual venderá más tarde a buen precio, al por mayor o al detalle, a los hacendados comarcanos y a numerosos comerciantes matanceros y habaneros.
En este período, estrechará también sus relaciones con los vecinos de la zona de Cantel – Camarioca[49], participando en todos los sucesos de importancia que ocurren en la región. No resulta casual entonces, que asista en 1817 al acto de fundación del poblado de Cantel ni que acompañe dando fe de su profunda religiosidad[50] el 29 de mayo de ese mismo año, junto a otros residentes en la zona, a José del Carmen Gómez, Párroco de Guamacaro, a escoger el sitio – la loma de Cantel, propiedad de Esteban Cantel – en el que sería levantada el 12 de julio de 1817 una Ermita[51] bajo la advocación de San Miguel.
Entre 1816 y 1822 Pablo Espriu consigue, a fuerza de numerosos sacrificios y restricciones, entre las cuales se hallan la supresión de sus frecuentes viajes a Cataluña, aunque no deja nunca de mantener comunicación con los suyos ni de enviarles frecuentes remesas de dinero, sacar adelante sus negocios e incrementar su capital, lo cual le permite ampliar su producción tabacalera al adquirir con este propósito una finca en terrenos de la hacienda San Cristóbal de las Guásimas, ubicada en las cercanías de la bahía de Siguagua o Siguapa – luego de Cárdenas – perteneciente Don Bernardo Carrillo de Albornoz.
El propio Carrillo de Albornoz, quien se había convertido rápidamente en el primer terrateniente de la comarca cardenense y uno de los principales promotores de su poblamiento, convenció a Espriu de las ventajas que representaba la adquisición de la referida finca, situada en el antiguo camino vecinal de Pomona, que enlazaba a la zona de Cantel - Camarioca y a las fincas de sus alrededores, incluyendo la península de Hicacos – sede hoy del famoso balneario de Varadero – con la bahía de Cárdenas, la cual comenzaba a convertirse en un punto de obligada referencia en el tráfico marítimo de la costa norte de Cuba.
En las animadas charlas que sostenían a menudo, el viejo Teniente de Artillería del Ejército Español había relatado también a Espriu como los habitantes de la comarca, asediada por piratas y corsarios durante siglos, se retiraron un buen día tierra adentro y olvidaron durante generaciones la existencia de una amplia y útil bahía en las inmediaciones de sus fincas; enviando los productos que cosechaban en arrias de mulos hacia Matanzas.
A propósito, resulta interesante destacar que no fue hasta 1816, en que en medio de una gran tormenta, varios vecinos comarcanos comenzaron a sentir, en medio de la furia de un huracán, el ruido del mar que se movía cerca. Al día siguiente, con la ayuda de las dotaciones de las fincas más cercanas, se decidieron a hacer un buen camino hacia la costa, hallando poco después, entre el espeso bosque de maderas preciosas que la rodeaba, como un férreo cinturón arbóreo, la inmensa y espaciosa bahía de Cárdenas y sus manglares seculares.
Desde entonces, y luego de la apertura en el lugar en 1817 del muelle La Cachurra y de la construcción de la Casa del Erario en 1819, trabajaban de conjunto en la elaboración de un documento a través del cual pedirían más tarde al Capitán General de la Isla Dionisio Vives, la fundación de un poblado en la ensenada de Cárdenas, en los terrenos pertenecientes a la hacienda San Juan de las Ciegas y Cárdenas, mercedada en 1709 a Diego de Sotolongo, vecino de La Habana, y propiedad por esa época del ya citado Bernardo Carrillo de Albornoz.
La noche en que Espriu y Carrillo de Albornoz cerraron el trato de la venta frente a una garrafa de buen vino, el Capitán de Lanceros del Rey Angel Jerez[52], yerno del propietario del sitio y su representante legal, le confesó a nuestro biografiado un secreto: la zona en que se hallaban enclavadas sus fincas y haciendas estaban llamadas a convertirse en un no lejano día en un centro comercial de primer orden.
La revelación que le hizo el Capitán Jerez le dio fuerzas para resistir la tentación de marcharse en un par de años para siempre a Cataluña, como lo tenía ya pensado a instancias de su amigo Josep Xifré i Casas, a pesar de que la nostalgia por su mujer, sus hijos y su terruño natal iba creciendo en su pecho como una dolorosa y lacerante herida.
Entre 1822 y 1828 Espriu se mantuvo atento a todo lo relacionado con los trabajos que se realizaban entre los hacendados comarcanos para aunar voluntades y lograr que se fundara un puerto y pueblo en la ensenada de Cárdenas. Durante este período, sobre todo durante el transcurso de los años 1826 y 1827, mientras fomentaba sus negocios y ahorraba hasta el último centavo ganado, para invertirlo luego en provecho del aumento de su aún discreta fortuna, participó en cuanta reunión se convocó en la región y firmó cuanto papel se hizo necesario enviar al Gobierno Superior Civil para que la Real Hacienda autorizara la fundación del mencionado poblado.
Así mismo, fue de los primeros en festejar junto a varios de sus vecinos la aprobación de la propuesta el 17 de enero de 1827 por la Junta Superior de Hacienda y maldijo una y otra vez a Cecilio Ayllón, Gobernador de Matanzas y Subdelegado de la Real Hacienda, por haber retardado durante 14 meses, por razones puramente económicas – recordemos que Matanzas veía surgir un fuerte contrincante a pocas leguas[53] de su puerto - la fundación de San Juan de Dios de Cárdenas.
Por fin, En horas de la mañana del 8 de marzo de 1828, en su presencia y en la de otras muchas personalidades y autoridades de la comarca, Juan José Aranguren, Administrador de Rentas Reales de Matanzas, clavando una estaca en el área destinada para plaza dentro de las 400 varas[54] de terreno de la hacienda Cárdenas adquiridas por la Real Hacienda, dijo:

“Invoco con este motivo el Augusto nombre de nuestro soberano Don Fernando VII y como al principiar las operaciones se ejecutaron en este día de la conmemoración de San Juan de Dios, lo nombraremos de conformidad por patrono de la nueva población a cuyo honor se consagra su templo.”[55]

Desde entonces, su vida y la de los suyos quedaron atada al poblado y su desarrollo socioeconómico.

2.2 Período en que se consagra como indiano y como benefactor del poblado de San Juan de Dios de Cárdenas al tiempo que logra consolidar su fortuna (1828 - 1846).

El 8 de marzo de 1828 y los días subsiguientes, dejando a un lado sus habituales operaciones comerciales y financieras, Espriu siguió con atención el proceso emprendido por el Agrimensor Andrés José del Portillo para trazar, sobre las 400 varas de terreno adquiridas en la ensenada de Cárdenas por la Real Hacienda de los herederos de Don Bernardo Carrillo de Albornoz, las calles y plazas de la nueva población. Por tal motivo, fue de los primeros en enterarse de los precios de los solares que se ofertarían a censo a los propietarios interesados en fabricar almacenes, establecimientos comerciales y casas en el poblado.
Aprovechando sus relaciones con Angel Jerez, Capitán Pedáneo de Lagunillas[56] y con Andrés José del Portillo, encargados de la distribución de los solares, Espriu adquirió durante la parcelación efectuada el 23 de marzo de 1828, el solar marcado con el número 1 de los 49[57] de 200 pesos entregados en esta fecha. Dichos solares, los más caros, estaban situados en las inmediaciones de la bahía, motivo por el cual garantizaban a sus propietarios una estrecha comunicación por mar, que propiciaba embarcar cualquier producto rumbo a La Habana, Matanzas u otro puerto.
A las pocas semanas de fundado el poblado, Espriu realiza un rápido viaje a su tierra natal, dejando al frente de sus negocios a su yerno Francisco Colomer Esparragó, quien se había casado a finales de la década del 10 del siglo XIX con Josefa Espriu i Gallart, su hija mayor. Colomer, de 40 años de edad (había nacido en 1788), era descendiente de una conocida familia areñense[58] y había adquirido en el poblado, el 23 de marzo de 1828, gracias a las influencias de su suegro, un solar de 200 pesos (el número 12).
La familia aprovechó la corta estancia de Espriu en Arenys para cambiar su domicilio a la casa marcada con el número 93 de la Riera, la cual debe en la actualidad la marcada con los números 111 o 113 de dicha calle.
Al retornar, dejando solas en Arenys a su esposa, hijas y nietos, trajo consigo a Pedro Nicolás, de 23 años de edad y de oficio cordonero[59], y a Pedro Mártir, de solo 14, con objeto de que estos lo ayudaran en los proyectos y negocios comerciales que tenía pensado acometer en la nueva población.
Una vez en Cárdenas, sin dejar de atender los negocios que poseía en Guásimas, inició los preparativos para terraplenar y dar solidez[60] al terreno del solar adquirido por él al tiempo que contribuía con largueza, como miembro de la Sociedad “Cárdenas” creada con este fin, a los trabajos de desecación y terraplenado del área adquirida por la Real Hacienda para la fundación del poblado.
Tanta fue la fuerza con que Espriu se consagró a esta colosal obra que declinó en 1829, a pesar de contar ya con los recursos monetarios necesarios para ello, la oferta que le hizo en este mismo año en La Habana, su antiguo protector y amigo José Xifré i Casas, de que dejara todos los negocios que poseía en la Isla en manos de sus hijos y regresara con él a Cataluña para gozar de una vejez tranquila y sin preocupaciones.
Según Mossen Josep Palomer i Alsina, en la semblanza de Pablo Espriu publicada por él en sus “Siluetes d´areyencs”[61], Xifré logró convencer a Espriu inicialmente y ambos quedaron de verse en Nueva York, Estados Unidos de América, para emprender juntos el viaje de retorno definitivo a España. Sin embargo, unos días después de la entrevista sostenida por ellos en La Habana, visitó a Xifré uno de los empleados de Pablo para comunicarle que este tenía entre manos un gran proyecto: su inserción en la vida socioeconómica del recién fundado poblado de San Juan de Dios de Cárdenas, motivo por el cual desistía de acompañarlo.
Entre 1828 y 1830 Espriu y sus hijos trabajaron arduamente hasta ver coronados sus esfuerzos, levantando en 1831 en el solar situado en las inmediaciones de la proyectada pero nunca concluida Plaza de Pinillos[62], un Almacén con un muelle anexo construido sobre pilotes y destinado a almacenar[63] la sal que la Real Hacienda extraía en las antiguas y famosas Salinas de Punta de Hicacos[64].
La construcción de dicho Almacén, ubicado en la manzana delimitada por las actual Avenida de Céspedes y las calle de Pinillos, Ayllón y Héctor, fue autorizado por Juan José Aranguren, Administrador de Rentas Reales de Matanzas, mediante comunicación dirigida el 20 de julio de 1831 a Antonio López de Villavicencio, Receptor de Rentas Reales del puerto de Cárdenas.
Un año más tarde, en 1832, el propio Receptor de Rentas Reales del Puerto de Cárdenas vendió a Pablo Espriu otro solar en Cárdenas, el cual estaba ubicado en las inmediaciones de la Plaza de Fernando VII, luego de Colón, en la esquina que conforman la actual Avenida de Céspedes y la calle de Aranguren.
En ese mismo año, Espriu y sus hijos edificarán en él una casa de madera, guano y teja maní; muy alta de puntal en su caballete, con relación a su planta; de forma irregular y con portales – que fueron entablados con posterioridad - en algunos de sus costados; con objeto de establecer en ella una bodega y cantina.
Muy pronto este establecimiento, que constituía al igual que el almacén, una de las 8 únicas construcciones[65] existentes en 1833 en el poblado, se convirtió – para beneficio de sus dueños – en uno de los sitios más populares de la zona; debido a que era el lugar ideal para que repusieran fuerzas los hacendados, carreteros y comerciantes que venían a Cárdenas a traer o a buscar sus mercancías.
Por esta época, Espriu amplia sus relaciones comerciales al ramo del algodón y de los tejidos y del azúcar y sus derivados, realizando importantes operaciones. Así mismo, sus hijos se encargarán de viajar constantemente a Yucatán, Cataluña, Campeche, Nueva Orleans y Nueva York con objeto de realizar interesantes transacciones y la compra – ventas de los más diversos productos.
Así mismo, comercian intensamente desde 1828 con las monedas de plata de cuño mexicano; aprovechando la coyuntura favorable para este negocio, creada a partir del hecho cierto de que cuando los propietarios y comerciantes españoles abandonaron México y otras posesiones españolas, al producirse la independencia de las mismas, sacaron sus riquezas en oro, lo que provocó un alza en el peculio de las monedas acuñadas en ese metal que llegó a alcanzar un nivel de 20, 22 y hasta 25 pesos plata por una onza[66] de oro en Veracruz.
A esta enorme cantidad de monedas de oro se sumó la ya existente en Cuba, debido a que cuando los españoles regresaban a la Península, deseaban llevarse en monedas de plata la riqueza traída de América, en razón de 17 pesos fuerte de plata por una onza de oro. Dicha riqueza era revalorizada en Europa al cambiar los pesos en plata por monedas de oro.
Espriu y sus hijos, como la mayoría de los comerciantes de la Isla dedicados a este negocio, se aprovecharon constantemente de las altas cotizaciones que experimentaban las onzas para exportar la plata subvalorada en Cuba, con objeto de obtener así, sin grandes esfuerzos, una ganancia considerable.
De este modo, en poco menos de 10 años, logra consolidar el Patrimonio que lo convierte de la noche a la mañana en uno de los vecinos más ricos e influyentes de la comarca. Prueba de ello, resulta el hecho de que sea uno de los principales redactores del pedimento - es el tercero en la lista de los firmantes, antecedido solo por el Capitán Pedáneo Angel Jerez y el Receptor de Rentas Reales del puerto de Cárdenas Agustín López de Villavicencio - que el 13 de enero de 1835 suscriben varios vecinos con objeto de que el Arzobispo de la Isla, el cual tenía por entonces su sede en Santiago de Cuba, autorizara la erección de una Ermita en el poblado.
Los demandantes, quienes ofrecieron al Arzobispo levantar el templo de su peculio particular, fundaban su petición en el hecho cierto, de que la Ermita más próxima al nuevo poblado habilitada para confesar y enterrar, estaba situada en Lagunillas, población que distaba unos 8 kilómetros de Cárdenas.
El documento, al cual no se le dio por el Arzobispo una respuesta inmediata[67], ofrece un nuevo elemento de interés: la presencia nuevamente en Cárdenas por esta época de Francisco Colomer Esparragó, el cual había regresado a Arenys hacia 1830con objeto de reunirse con los suyos.
Coincidiendo con la llegada a Cárdenas de Colomer, quien viene acompañado esta vez de su esposa e hijos[68], Pablo y sus hijos se convierten en una de las familias mejor vistas y respaldadas económicamente hablando de la comarca cardenense.
1835 constituye un año importante en la consolidación de la fortuna familiar, pues Espriu adquiere, según escritura de compra – venta firmada en La Habana el 19 de mayo de 1835, aprovechando la intensa ofensiva que contra de las instituciones eclesiásticas, y especialmente contra los Conventos, emprende desde España Juan Alvárez Mendizábal[69], Ministro de Hacienda de la Metrópoli, 5 caballerías de tierra en las inmediaciones del poblado de San Juan de Dios de Cárdenas, sin gravamen y propiedad hasta entonces del capitalino Convento Hospital General de San Felipe y Santiago, perteneciente a la Orden de San Juan de Dios.
Dicha venta fue posible gracias a la ausencia de comunicación oficial a las autoridades de Cuba – se les comunicó en 1836 – de la Real Orden de 17 de junio de 1834 que prohibía en España y sus colonias la enajenación de los bienes raíces del clero regular y secular, lo cual constituía una congelación de las propiedades eclesiásticas, con el fin de evitar su venta, hasta tanto se decidiera su confiscación estatal. Lo anterior dio:

“... un margen de dos años a los conventos de la Isla para, ante la posibilidad de expropiación deshacerse de la mayor cantidad posible de propiedades. Este proceso se desarrolló con la tácita complicidad del Superintendente de Hacienda Claudio Martínez de Pinillos”[70]

Las 5 caballerías de tierra adquiridas por Espriu, cubiertas en un tiempo por espesos montes y bosques, se hallaban situadas en las inmediaciones de los terrenos de la demolida hacienda Cárdenas y lindaban con haciendas y sitios de la propiedad de Fortún y Compañía[71], la Real Hacienda, María Luisa Souverbille[72] e Inocencio Casanova[73].
La noticia más antigua que hemos podido hallar sobre estos terrenos, vendidos a Espriu por Mariano Lassalet[74] en 2500 pesos a pagar dentro de un término de 2 años, aparece en los documentos de un pleito seguido en 1826 por los propietarios de la hacienda Cárdenas y que se conservan en el Archivo Nacional de Cuba. En estos documentos, al citarse las referidas caballerías de tierra como el límite sudeste de la hacienda Cárdenas, se aclara que eran ya de la propiedad del referido Convento Hospital. No obstante, no hemos podido precisar de manos de quien y cómo las adquirió la mencionada institución religiosa.
El rápido crecimiento experimentado por el poblado propició que la Real Hacienda y otros propietarios de terrenos, entre ellos Inocencio Casanova y Pablo Espriu, decidieran extender el radio de la población mediante la delineación de solares en los terrenos de su propiedad – debemos decir que en aquella época se desató una verdadera fiebre por adquirir solares en Cárdenas, sitio que se perfilaba ya como uno de los centros económicos más importantes del siglo XIX - con objeto de venderlos a censo.
En el caso de Espriu, este parceló y distribuyó las 5 caballerías recién adquiridas entre 1835 y 1836, imponiendo el mismo censo y tributo fijado por Angel Jerez al fundarse el poblado: una onza de oro por adelantado para gastos de mensura y un tributo de 5 pesos por cada 100 por vía de censo y con cuatro años muertos. Entre los solares parcelados Espriu dejó separados varios para sí y los suyos.
El cobro de los censos impuestos a los propietarios de los solares parcelados y la creciente prosperidad alcanzada por Espriu y sus descendientes en el poblado, le permitieron pagar sin dificultad y en el tiempo previsto, su deuda con el Convento – Hospital de San Juan de Dios, la cual fue saldada por él en La Habana el 9 de junio de 1837, mediante la elaboración ante notario de la escritura correspondiente.
Entre 1828 y 1836 Espriu logra estrechar sus relaciones con la incipiente colonia de inmigrantes catalanes que comienzan a establecerse en Cárdenas en este período, atraídos por la evidente prosperidad económica que se avizoraba. Entre ellos se destacan, por la singular relación de amistad y de negocios que establecerán a lo largo del tiempo con él, los comerciantes Antonio Pallimonjo[75], Juan Costa i Valldurriola[76] y José Maimí i Serra[77].
Con los dos primeros, Espriu compartirá los éxitos y dificultades de sus primeros años de estancia en el poblado, durante los cuales se ayudan material y financieramente, forjando una amistad que continuaran su viuda e hijos. Con el tercero, sin embargo, mediaron solo relaciones de índole comercial, las cuales se inician en 1836 cuando Espriu le arrienda el viejo caserón construido por él para bodega en las inmediaciones de la Plaza de Fernando VII.
Desde entonces y hasta la década del 60 del siglo XIX, época en que logra que los descendientes de Espriu le vendan el establecimiento, José Maimí pagará puntualmente el precio del alquiler, primero a Pablo Espriu y luego a su hija Josefa, quien adquiere la propiedad del edificio por herencia para dejarlo hacia 1850 definitivamente en manos de su hijo Francisco Colomer Espriu; al mismo tiempo que lo convierte, con el nombre de café Maimí, en uno de los comercios emblemáticos de la gastronomía local.
Alrededor de los años 1836 y 1837, Espriu se hizo construir una magnífica residencia de mampostería, piedras y tejas en una de las fincas urbanas que reservó para sí dentro de las 5 caballerías de tierra de su propiedad – la número 1350 – formada por los solares 1, 2, 7 y 8 de la manzana 29, unidos y cercados entre sí. La finca estaba ubicada en la calle de Velázquez, en un pedazo de terreno delimitado por las avenidas de Concha y San Juan de Dios y por varias de sus propiedades.
Así mismo, ordenó construir varias casas de tabla y tejas en otras fincas urbanas de su propiedad, no sólo con objeto de alquilarlas sino también de venderlas a un mejor precio, luego de ser edificadas. Prueba de ello, es la venta realizada por él en Matanzas ante Luis López de Villavicencio, el 5 de julio de 1837, a Juan Bautista Díaz, vecino de Cárdenas, de una casa de tabla y tejas ubicada en la esquina conformada, en el solar número 4 de la manzana 48, por la calle de Salud y la Avenida de Real de Isabel II.
Las ventas de solares y de casas en los alrededores de la actual avenida de Espriu, obligó al Gobierno colonial a solicitar a Pablo la autorización correspondiente para abrir la calle que lleva desde entonces, en reconocimiento al permiso dado por él, su apellido. Aunque esta calle fue totalmente terraplenada y urbanizada sólo a partir de 1857, en 1838, según una “Historia Estadística del pueblo y puerto de Cárdenas”[78] publicada en febrero de este año por la Real Sociedad Patriótica de La Habana, habían en ella 7 casas – 2 de tabla y tejamaní, 2 de tejamaní, 1 de guano y 4 en proceso de fabricación – propiedad casi todas de los Espriu.
Precisamente, fue en 1838 cuando Pablo Espriu, al ceder al gobierno local una casa y de su propiedad, de una sola planta, de tres ventanas y con puerta a la calle principal del poblado, para el establecimiento del primer hospital que existió en Cárdenas y de todos los útiles necesarios para establecerlo, se convierte en uno de los principales benefactores del poblado. Inaugurado en este mismo año bajo el nombre de Casa Curativa[79], el hospital - que servía también como Asilo a los niños desamparados del poblado - se hallaba situado en la intersección de la Avenida de Real de Isabel II esquina a la calle de la Salud, la cual tomó su nombre del referido centro.
Entre 1838 y 1839 Pablo Espriu emprende también una nueva empresa: la construcción de un gran alambique[i] de tabla y tejas para la producción de alcohol y aguardiente a partir de la caña de azúcar. El lugar escogido dentro de los terrenos de su propiedad – ocupado posteriormente por la Casa Consistorial de la ciudad, sede desde 1979 del centenario Museo “Oscar M de Rojas” - no pudo ser mejor, por ser un sitio alto, ventilado y con una posición envidiable, pues se hallaba al centro de la población.
La imponente construcción de tabla y tejas, con 2 torres anexas, ocupaba un rectángulo de 46 varas de frente por 90 de fondo y fue concluida en 1840, fecha en que comienza su producción, la cual gana muy pronto justa fama por su variedad y calidad. Los alcoholes y aguardientes producidos por los Espriu en Cárdenas constituyeron de inmediato una segura fuente de ingresos para Pablo y sus descendientes, puesto que no solo eran vendidos en Cárdenas y sus alrededores; si no que también se enviaban, a través del muelle – almacén que poseían sus propietarios desde 1831 en el litoral cardenense, a los puertos de La Habana y Matanzas, así como a los de Cataluña, Estados Unidos y México.
En la década del 40 del siglo XIX, el monto de las remesas que los Espriu envían a Arenys aumenta considerablemente, como consecuencia directa del incremento notable que experimenta la fortuna familiar. Buena parte de este dinero será invertido en esta época y en los años siguientes por la Sra. Josefa Gallart i Pollés, sus hijos o yernos y el propio Espriu en la adquisición en Arenys de varias propiedades urbanas y rurales.
Hacia 1842, cansado de trabajar intensamente para alcanzar sus objetivos, Espriu decide retirarse a Arenys de Mar a pasar junto a su esposa sus últimos años, motivo por el cual deja en Cárdenas al frente de los negocios familiares a Pablo Nicolás Espriu Gallart, su hijo mayor.
Poco antes, los días 22 al 25 de febrero de 1842 tendrá la posibilidad de comprobar, al leer el “Resumen histórico del pueblo de Cárdenas” que publica en “El Faro Industrial de La Habana” el maestro isleño radicado en el poblado Miguel Guzmán Ramírez, como su nombre aparece ya impreso en las páginas iniciales de la historia del poblado al que llegó con escasos recursos y muchos sueños, y del que se marchaba ahora para gozar de una vejez tranquila y sin sobresaltos económicos.
Cuatro años más tarde, el 26 de septiembre de 1846, a los 76 años de edad, instituyó como a sus únicos y universales herederos, ante el escribano de Arenys de Mar José Soler i Gatuelles, a sus hijos. Poco después, el 10 de octubre de ese mismo año fallecía en su casa de la Riera, dejando como dueña y señora, como era costumbre en Cataluña, a su esposa.
Poco antes de morir, según la escritura que legaliza en Arenys el 6 de octubre el ya citado Soler i Gatuelles, realizó la donación a su hija Antonia Espriu i Gallart de la casa de vivienda que habitó en Cárdenas.
En el caso de las rentas que periódicamente llegaban de Cuba, producto de los réditos de los censos y de las ganancias de los negocios que los Espriu poseían en la Isla, fueron repartidas equitativamente a partir de este momento, por expresa voluntad del fundador del capital familiar, entre sus hijos.
Al fallecer, Pablo Espriu dejaba tras de sí, tanto en Cárdenas como en Arenys, una estela de admiración y respeto, los cuales se supo ganar con su trabajo y con su altruista actuación en ambas poblaciones situadas del uno y otro lado del Atlántico.

3. – Tras las huellas de medio siglo de rentas e inversiones en Cuba y Cataluña (1846 - 1900).

Después de la muerte del fundador del capital americano de los Espriu, su viuda y sus descendientes comienzan, bajo la égida de Pablo Nicolás Espriu i Gallart, un intenso proceso de venta de propiedades en Cuba y de inversión de las rentas americanas, las cuales repatriarán cada vez con más frecuencia, en favor de la compra de terrenos y de fincas urbanas en Arenys.
Dos años más tarde, en 1848, Pablo Nicolás, quien como ya dijimos se encarga de los negocios que en Cárdenas – ciudad de la cual no se mueve en este período - poseía la familia, decide a los 43 años formar familia y lo hace con su prima hermana[80] Mariana Torras Espriu, de 45 años de edad e hija de su tía Francisca Espriu i Llobet.
Para poder efectuar el matrimonio tuvo que obtener la dispensa del Papa Pío IX[81], motivo por el cual viaja a Roma, sitio en el cual se consuma el enlace nupcial el 15 de marzo de 1849. La novia, que no se movió de Arenys, fue representada en la ceremonia por la señora Antonia Granchi, a quien había otorgado los poderes correspondientes.
El 27 de marzo de este mismo año, el matrimonio formalizado en Roma fue ratificado, con la presencia de ambos contrayentes, ante el Rector de la Iglesia de Santa María de Arenys.
Luego de unas semanas de estancia en el poblado, los esposos Espriu – Torras viajaron a Cuba con objeto de establecerse en la casa edificada por Pablo Espriu en Cárdenas. Allí permanecieron durante el segundo semestre de 1849, mientras Pablo Nicolás organizaba los negocios familiares con objeto de dejarlos en manos de Juan Costa i Valdurriola, areñense que había sido el mejor amigo de su padre y a quién nombró como su Apoderado General.
A partir de diciembre de 1849, mes en que Pablo Nicolás y su esposa regresan definitivamente a Arenys de Mar, Costa i Valdurriola se encargará de remitir a este de forma puntual, mediante letras de cambio giradas directamente sobre casas solventes de Barcelona, remesas que sobrepasaban anualmente la cifra de los 44.540 pesos oro.
La mayoría de este dinero provenía de los censos impuestos por Pablo Espriu y Llobet a los más de 100 solares repartidos por él en Cárdenas entre 1836 y 1846, tradición que habían seguido sus hijos y descendientes hasta el retorno definitivo de estos a su tierra natal. El resto de los fondos tenían su origen en la factoría tabaquera de Guásimas, que tenderá a desaparecer en ausencia de sus dueños, en el local arrendado para café a José Maimí en la Plaza de Fernando VII y en las utilidades, cada vez más escasas que, en comparación con otras fábricas similares que surgen en la década del 50, dejaba cada año el alambique construido en Cárdenas por Espriu y Llobet.
Con el retorno a Arenys de Pablo Nicolás, quien abre una tienda de cordonero en la Villa, el interés de la familia por los negocios dejados en Cárdenas y sus inmediaciones disminuye considerablemente, al mismo tiempo que se incrementa la propensión de sus miembros a invertir en Arenys, tanto en el ramo de la propiedad inmobiliaria como en el establecimiento de varias fábricas. Por tal motivo se adquieren tierras en el Sapí[82] y algunas casas en las calles de la Riera, de la Iglesia y de San Narciso, las cuales se ponen a nombre de Pablo Nicolás.
Otras viviendas son adquiridas entre marzo y octubre de 1852 por Josefa Gallart i Pollés ante el notario José de Arquer i Grau en la calle de las Margaritas y en la Riera de Arenys. Estas casas se inscriben a favor de Pedro Mártir, el hijo más pequeño, quien enviaba con este propósito dinero a su madre desde Nueva Orleans, ciudad norteamericano a la que había viajado poco después de producirse el deceso de su padre y en la que realiza durante algún tiempo lucrativos negocios.
De regreso a Arenys, Pedro Mártir puso en la calle de las Margaritas una fábrica de verdete, pigmento de color verde claro obtenido a partir del acetato o el carbonato de cobre y que tenía una gran demanda en las industrias textiles de la época.
Josefa Gallart i Pollés, por su parte, estableció - pocos años antes de su muerte, ocurrida en Arenys el 20 de enero de 1855 - un negocio dedicado a la fabricación de encajes; que no sólo le ofreció excelentes utilidades económicas sino que también proporcionó empleo durante años a numerosas encajeras areñenses.
Un año antes de su fallecimiento, acaecido en Arenys el 24 de abril de 1860, Pablo Nicolás cedió al Ayuntamiento de Cárdenas, en respuesta a una petición formulada por dicha entidad a través de su Apoderado General en esa ciudad, el terreno en donde su padre había levantado en 1840 su alambique, el cual había cesado su producción a mediados de la década del 50 del siglo XIX.
El edificio de la fábrica, el cual se hallaba en pésimo estado de conservación, fue demolido en 1859 y en su lugar fue construida, bajo la dirección del agrimensor y maestro de obras catalán Pedro Roselló, la Casa Consistorial de la Ciudad, inaugurada en 1862, declarada Monumento Nacional en el 2000 por sus valores arquitectónicos e históricos y sede desde 1979 del centenario museo “Oscar M de Rojas”, segunda institución de este tipo fundada en Cuba.
Como reconocimiento a la donación realizada por Pablo Nicolás en memoria de su padre y la labor benéfica realizada por este último, el Ayuntamiento de Cárdenas decidió el 25 de diciembre de 1862, como parte de las actividades desarrolladas en la ciudad para inaugurar la primera estatua develada pública y solemnemente en América Latina a Cristóbal Colón y a iniciativa del concejal Carlos Cruzat[83], dar el nombre de “Plaza de Don Espriu, natural de Arenys de Mar y bienhechor de la ciudad”[84], al espacio situado frente a la Casa Consistorial y utilizado como plaza pública desde 1842.
La plaza fue conocida con este nombre o con el de “Placita de Espriu” hasta el 20 de mayo de 1911, fecha en que al ser develada en este lugar una estatua de Tomás Estrada Palma, primer presidente de la República de Cuba, se la puso Parque Estrada Palma, denominación que conservó hasta 1967, año en que al ser retirada dicha estatua y colocado en el lugar un Monumento a José Antonio Echeverría, se bautizó con el nombre de este destacado luchador estudiantil cardenense caído durante la tiranía del dictador Fulgencio Batista (1952 - 1958).
Pablo Nicolás Espriu dejó como heredera universal de todos sus bienes a su esposa Mariana Torras, con quien no tuvo descendencia. No obstante, hizo constar claramente en su testamento que al fallecer la misma, sus propiedades pasarían al más cercano pariente de la familia del marido.
Pocos meses después de su fallecimiento, el 30 de julio y el 1 de agosto de 1860, ante Francisco Albert, notario de Arenys de Mar, comparecieron la viuda de Pablo Nicolás y los hermanos Pedro Mártir, Josefa y Antonia Espriu i Gallart con objeto de legalizar un convenio mediante el cual concedían licencia y facultad a su cuñada, con quien al parecer mantenían excelentes relaciones, para que pudiera vender perpetuamente las tierras adquiridas por su esposo en el Sapí:

“... de cuyo capital podrá disponer libremente desde ahora separándolo del resto de la herencia gravada a la retribución prohibiendo expresamente los tres hermanos a sus descendientes la reclamación de ninguna especie a la viuda ni a sus sucesores bajo pena de reintegrar otra igual cantidad de setecientas libras a aquel contra quien se dirigiesen. Los mismos tres hermanos hacen cesión voluntaria a la propia viuda de todos los muebles, alhajas, ropas, enseres y efectos de la casa y tienda de cordonero y de todos los créditos procedentes de su dicho difunto hermano para que pueda disponer a su libre voluntad, con igual prohibición de reclamación (...)”[85]

Más adelante, con objeto de proteger a la viuda de su hermano y lograr que esta no quedara desamparada en caso de que la Isla de Cuba, desde donde los Espriu continuaban recibiendo sus remesas, dejara de ser una colonia de España; los hermanos Pedro Mártir, Josefa y Antonia Espriu i Gallart declaran en el mismo documento, celosamente conservado en el Archivo Histórico Fidel Fita de Arenys de Mar, que:

“... para asegurar a Da. Mariana una decorosa subsistencia y para el caso que ocurriese alguna invasión estrangera (sic) en el territorio en donde percibían junto con su difunto hermano en Cárdenas (Isla de Cuba) procedentes de censos por establecimiento de terrenos y producto de una casa siendo el de esta (se refiere a la viuda) en cantidad de doscientos duros y el de aquellos en quinientos duros en este solo caso conceden desde ahora para entonces a la misma viuda el dro. (derecho) y facultad de vender y en otro modo gravar con la concurrencia de los herederos ab intestato llamados por la ley cuando sobrevenga aquel caso los restantes bienes inmuebles de la herencia o aquella parte que ella considere del caso para decoro de la misma (...)”.[86]

Mariana Torras aprovechó la ocasión para dejar por sentado que tenía separados del cuerpo hereditario de su difunto marido:

“... los mil duros que este cobró hace dos años propios de la misma por conducto de la casa de Francisco Roget[87] provenientes de la parte de la coherencia de su primo hermano D. Joaquín Roura que falleció en Matanzas cuya cantidad tiene del modo que la dejó invertida su dicho marido en acciones del ferrocarril del Este, siendo de cargo de la misma las perdidas y ganancias que sufra abdicándose (sic) por este concepto de reclamar cosa alguna de dicha herencia: declara así mismo que diez onzas o aquella mayor o menor cantidad que prestó a su velatado (sic) marido para gastos de viaje a Roma y dispensa para contraer matrimonio con el mismo las tiene y se las por reintegradas del mismo y separadas enteramente de la masa de bienes del propio no queriendo tener ella ni sus descendientes derecho alguno a descontarlas de la herencia al tiempo de su restitución. Y finalmente declara que su difunto marido no ha dejado otras deudas que unos cien duros a Catalina Manuella vecina de Gracia, setecientas libras a los coherederos de dicho Joaquín Roura, el coste de funerales y demás deudas insignificantes todo lo cual se encarga ella de satisfacer con los réditos de los bienes del mismo o con los productos en venta de los muebles efectos y créditos que le han cedido sus cuñados sin poder reclamarse su abono por los herederos de la misma al tiempo de la restitución de la herencia”.[88]

Cuatro días más tarde, el 5 de agosto de 1860, Mariana Torras vendió al comerciante areñense Felipe Ferrer i Ros en 700 libras moneda catalana, pagadas al contado ante el notario Francisco Albert, la finca del Sapí.
No es hasta el 9 de junio de 1875 que se registra nuevamente en Cárdenas la venta de un inmueble propiedad de los hermanos Espriu Gallart. En esta ocasión, la operación es realizada por la firma “Pallimonjo y sobrino”, Apoderada General de los bienes cardenenses de esta familia desde la década del 60 del siglo XIX, época en que dejó de serlo, debido a su avanzada edad, Juan Costa i Valdurriola.
La firma fue representada en el acto por Pedro Pallimonjo[89] y durante el mismo, se realizó la venta de 2 cuartos de tabla y tejas marcados con los números 143 y 145 de la Avenida de Vives y construidos en parte del solar No. 3 de la manzana 16. Estos cuartos, adquiridos por Polonia Boadas i Llabrés, natural de Mallorca, formaban con el resto del solar una sola finca de 1200 varas cuadradas que habían sido de la propiedad de Josefa Gallart i Pollés, viuda de Pablo Espriu.
Resulta curioso anotar que en este sitio, en el que en 1906 el concejal del Ayuntamiento de Cárdenas Florencio Enrique y Bello levantó la hermosa casa de mampostería que hoy es sede del edificio sociadministrativo del Museo a la Batalla de Ideas, amaneció muerto en 1872 el asiático Juan Chambombián, probablemente envenenado por los médicos de Cárdenas, a quienes su fama de curalotodo les había restado clientela.

“ A veces de buena fe y otras en son de burla, - nos refiere al respecto el prestigioso historiador cardenense Roberto Bueno Castán en sus “Viejas Estampas Cardenenses” - cuando un enfermo no experimentaba mejoría con tratamientos de médicos locales se le aconsejaba que visitara al “medico chino”, único que podía lograr su salvación, originándose así la frase que como un proverbio, mantiene su vigencia cuando se pronostica al aquejado por grave dolencia, al que atraviesa por una difícil situación o al sorprendido in fraganti en la comisión de un delito: ¡A ese no lo salva ni el médico chino!
Tendido sobre su cama, una mañana Chambombián fue encontrado sin vida. Nadie conocía que se encontrara enfermo, por lo que muchas versiones fueron propaladas; mientras unos pensaban que había sido envenenado por algún enemigo anónimo, otros se inclinaban a pensar que él mismo se había ocasionado el envenenamiento al probar uno de sus preparados. Aún se desconoce quien fue el culpable de su muerte.”[90]

En 1876 se inscribe en Cárdenas la última venta de una propiedad cardenense, en este caso de un inmueble, de los hermanos Espriu – Gallart. El ¼ de solar, situado en la calle Obispo Espada No. 111, fue vendido en 50 pesos de oro por Pedro Pallimonjo, como Apoderado General de los Espriu, a María Gil i Martín, natural de Islas Canarias; la cual edificó en este lugar una casa.
Dos años más tarde, en 1878, muere Pedro Mártir Espriu i Gallart quien estaba casado con Dolores Fiter Llubián, la cual falleció en 1883. Como resultado de este matrimonio tuvo 2 hijos: Josefa, nacida en 1858, y Ana Espriu i Fiter, nacida en 1866.
El 3 de abril de 1884, Antonia Espriu i Gallart, inscribe en el Registro de la Propiedad de Cárdenas la casa que había habitado su padre en Cárdenas y que este le había dejado en herencia en 1846. Esta es la última noticia que hemos hallado en los archivos locales referente a los Espriu y sus propiedades, no obstante estos y sus descendientes siguieron cobrando puntualmente sus rentas hasta el cese de la dominación colonial de la Isla.
En 1888 fallece en Arenys de Mar Antonia Espriu i Gallart, viuda desde 1887 de Francisco Tous i Soler, con quien no tuvo sucesión. Dos años después, en 1890, muere su hermana Josefa, viuda desde 1866 de Francisco Colomer i Esparragó con quien tuvo 4 hijos: Nicolasa Josefa (Nacida en 1823), Francisca de Paula (Nacida en 1820 y fallecida en 1906), Francisco (Nacido en 1826 y fallecido en 1905) y José Colomer Espriu (Nacido en 1837).
Con la muerte de todos los hermanos Espriu i Gallart concluyó una etapa de más de 50 años de relaciones continuas y provechosas entre los Espriu y la Isla de Cuba. El término de la dominación española de la Isla en 1898, la intervención norteamericana (1898 - 1902) y el advenimiento de la República el 20 de mayo de 1902 cambiaron los estrechos vínculos existentes entre España y Cuba pero no hicieron olvidar a los nietos y biznietos de Pablo Espriu i Llobet sus antecedentes cubanos. Eran demasiados fuertes los lazos que los unían a la antiguamente “Siempre Fiel Isla de Cuba” para que no crecieran junto al recuerdo de la mayor de las Antillas.

Epílogo

Cuando el 23 de noviembre de 1992 llegó a las puertas del museo “Oscar M de Rojas” de Cárdenas el investigador areñense Zenón de Pol i Alguer, motivado por el documentado trabajo que sobre los Espriu y sus relaciones con Cárdenas había publicado el erudito archivero e historiador areñense José María Pons i Gurí en el programa de la Fiesta Mayor de Arenys de Mar de 1992 y con objeto de indagar acerca de la vida y obra de Pablo Espriu i Llobet en la ciudad, poco pudimos informarle; pues por aquel entonces, el tiempo que todo lo borra, había casi difuminado el recuerdo de quien fuera un destacado benefactor de la ciudad.
Sabíamos, eso sí, en donde habían estado sus muelles, almacenes, bodega y alambique, y que una plaza y una calle de la ciudad habían llevado o llevaban aún su nombre. Una copia de una escueta nota de Oscar M de Rojas sobre el almacén que Espriu había construido en 1831 en las inmediaciones de la bahía de Cárdenas, el libro “Historia Estadística de Cárdenas” de Carlos Hellberg que lo mencionaba en solo dos o tres oportunidades y la posibilidad de que le tirara algunas fotos a la antigua plaza de Espriu, a la calle que lleva su apellido, a la Plaza de Colón, al sitio donde estuvieron su alambique y sus almacenes, fue todo lo que pudimos ofrecer a Zenón en aquella ocasión.
No obstante, estos escasos elementos le permitieron escribir un nuevo artículo sobre el tema: “Cárdenas de Cuba i l´areyenc Pau Espriu”, publicado en abril de 1993 en la revista “Arenys/Vida Parroquial”, órgano informativo de la Iglesia Parroquial de Santa María de Arenys de Mar.
Por nuestra parte, nos dedicamos desde entonces a indagar en viejos y apolillados documentos, periódicos, libros y revistas locales con objeto de hallar nuevos elementos sobre los Espriu y sus relaciones con Cárdenas. Como parte de esta labor publicamos en junio de 1996 en la ya mencionada revista “Arenys/Vida Parroquial” el artículo titulado: “Rere la petjada de Don Pablo Espriu”.
Un año más tarde, en el verano de 1997, tuvimos la dicha inmensa de viajar a Arenys de Mar y de pronunciar el 20 de junio de 1997 en el Museo de la Punta “Federico Marés” – en presencia de familiares del poeta Salvador Espriu - una conferencia sobre Pablo Espriu y su estancia en Cárdenas, la cual fue reproducida por “La Rierada” los días 9 y 23 de agosto de 1997.
Nuestra estancia en Arenys nos permitió conocer detalles de primera mano de la historia de los Espriu y de su Villa Natal, a través del historiador José María Pons i Gurí, quien me obsequió entre otros valiosos libros y fotocopias de documentos conservados en el Archivo “Fidel Fita” a su cargo, el estudio que había realizado en 1992 sobre la familia.
Así mismo, gracias a la generosidad de la areñense Olga Matas Soler pude acceder a la edición de 1993 del libro “Siluetes areyencs” de Mossen José Palomer i Alsina, el cual dedica una de sus semblanzas, por cierto con bastantes errores e imprecisiones, a Pablo Espriu i LLobet.
El contacto permanente que desde 1997 hemos sostenido con el historiador José M Pons i Gurí, quien nos remitió nuevas y valiosas fotocopias de documentos relacionadas con el tema de este libro, nos permitió con la ayuda de las fuentes cubanas que relacionamos al final del volumen concluir este libro.
Imprescindibles para la conclusión de esta obra fueron el aliento y las informaciones que desde Arenys nos remitió, por correo electrónico y por las más diversas vías, durante varios meses la socióloga Aurora Góngora Martín, excelente amiga y entusiasta colaboradora de esta obra.
Tampoco debo dejar de mencionar las valiosas informaciones y documentos que aportó a este libro Pedro Quintana i Colomer, tataranieto[91] de Pablo Espriu i Llobet y de Josefa Gallart i Pollés, durante la visita que realizó a Cárdenas el 2 de febrero del 2000 para desandar junto a sus hijos las huellas de su ilustre antepasado.
A todos ellos pertenece este libro.




































































"De amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para adquirir las glorias

nuevas".

José Martí



“… la HISTORIA NOS AYUDARÁ A DESCUBRIR LOS CAMINOS DE HOY Y DE MAÑANA, A MARCHAR POR ELLOS CON PASO FIRME Y CORAZON SERENO Y A MANTENER EN ALTO LA ESPERANZA (...)”.

RAMIRO GUERRA