martes, 13 de marzo de 2012

Asalto a la historia

Este 13 de marzo se recuerdan 55 años de que integrantes del Directorio Revolucionario, brazo armado de la FEU, en acción temeraria bajo el liderazgo de su presidente, José Antonio Echeverría, se lanzaron al asalto del Palacio Presidencial para ajusticiar en su madriguera al dictador Fulgencio Batista y llamar al pueblo a la rebelión. JR pudo dialogar con algunos de los protagonistas de aquel hecho Por: Varios Autores Tomado del periódico Juventud Rebelde. 12 de marzo de 2012.
Llevaba una ametralladora Thompson, una pistola, dos cargadores y dos granadas y, no lo niega, también cargaba un susto tremendo. Iba en un camión rojo. Era el 13 de marzo de 1957 y habían salido rumbo al Palacio Presidencial sobre las tres de la tarde. Otro grupo de compañeros, encabezados por José Antonio Echeverría, iba hacia Radio Reloj. Así comienza a desgranar sus recuerdos Ángel Eros Sánchez sobre un hecho que, aunque pasaron 55 años, marca para siempre la historia de Cuba. Ese día recuerda la audacia, rebeldía, amor y entrega a su patria de la juventud. Fueron 50 integrantes del Directorio Revolucionario, brazo armado de la FEU, en acción temeraria bajo el liderazgo de su presidente, quienes se lanzaron al asalto del Palacio Presidencial para ajusticiar en su madriguera al dictador Fulgencio Batista y llamar al pueblo a la rebelión. «Al arrancar no cerramos la puerta, sino que Carbó Serviá, que fue el último en montarse, la aguantó con una soga. De esa forma garantizábamos descender más rápido», continúa narrando. «Nuestro objetivo era tomar Palacio, resistir, y luego salir a las calles y lograr un levantamiento popular. Por supuesto, matar al tirano en su propia madriguera. Mientras José Antonio, en su alocución a través de Radio Reloj, debía conminar al pueblo a ir a la Universidad, donde teníamos más armas. La idea era iniciar una guerra civil, en el corazón de La Habana y en pleno día». —¿Cómo estaba organizado el plan? —Se basaba en la sorpresa, pero nos fallaron algunas cosas. «Por ejemplo, al llegar al Palacio el primer carro entró rápido y comenzó a disparar, aunque la guardia también contestó inmediatamente, pero funcionó la sorpresa. Sin embargo nosotros tenemos la primera dificultad: se nos atravesó una guagua de pasajeros, y por ello tuvimos que descender del camión más lejos de la entrada. «En aquellos momentos el regimiento de Palacio era de unos 300 hombres, y los lugares más difíciles eran la planta baja y la azotea. Un grupo debía subir por la escalera lateral hasta la oficina del tirano. Otro entraría hacia la escalinata central y allí unos tomarían a la derecha y otros a la izquierda, entre ellos yo. «Así dicho sonaba muy bonito, pero fue muy difícil. Al grupo mío nos disparaban desde arriba, sin tregua, aquello era tremendo. Éramos un comando suicida, de acción rápida, y logramos hacer lo que nos habíamos propuesto: tomar la planta baja y llegar al despacho. «Yo estaba herido en un muslo. Habían muerto varios compañeros y otros estaban lesionados. El grupo de refuerzo no llegó y decidimos retirarnos. A la salida cayeron más». —¿Cómo logró salir de Palacio? —De milagro. Me tiré debajo del camión y se me cayó la ametralladora. Con la pistola, y corriendo en zigzag —como en las películas— logré escapar de las balas de una ametralladora 50 que estaba en la azotea de Palacio, y que cazaba a los asaltantes que lograban salir. «No habíamos previsto nada para la retirada, y yo no sabía qué hacer. Me interné por las calles de La Habana Vieja; primero me escondí en un bar y luego amenacé a un taxista con la pistola y lo obligué a poner su auto en marcha. «Al taxi lo paró un policía. Me vio pistola en mano y con manchas de sangre en la cara, y le dice al chofer: ¿Estas alquilado?, y se manda a correr. Bueno, yo me alegré, porque hubiera tenido que matarlo y complicar más la situación. «En las calles Cuba y Merced había unos parientes de mi madre que eran “batistianos” lo cual era muy bueno, pues hacía la casa más segura. Allí me escondí unos días y dos meses después me asilé en Miami». —Al paso del tiempo, ¿cómo valora esos hechos? —Hoy los veo igual que entonces. Cuando se está convencido, resuelto a hacer algo, se asume cualquier consecuencia. No es que yo fuera guapo ni nada de eso. Tenía sencillamente la convicción de la utilidad y la necesidad de la lucha. La escalada estudiantil «Estábamos cansados de que la policía nos golpeara impunemente y comenzamos a responder con las armas para movilizar la conciencia del pueblo a favor de nuestra lucha», recuerda Faure Chomón Mediavilla, quien fuera secretario general del Directorio Revolucionario. «Cuando salía una manifestación un comando esperaba a que fuera reprimida violentamente, para entonces abrir fuego contra la policía. La primera acción de este tipo se produjo el 2 de diciembre de 1955 y desató el apoyo de las masas, aunque la furia de la represión fue terrible. El camino estaba abierto para acciones mayores, como la del 13 de marzo de 1957». —Era mucho lo que arriesgaban. —Para muchos podíamos haber sido unos locos, pero tratábamos de lograr algo necesario, la muerte de Batista y el triunfo definitivo de la Revolución. Lo único que no teníamos calculado era la muerte de José Antonio. Fue un golpe doloroso, inmensamente triste y demoledor… pero cayó como tenía que ser, enfrentando a la policía. «A veces se ha dicho que él muere asesinado, pero cayó en combate: su carro chocó con el patrullero, y se indignó tanto que quiso barrer solo aquel obstáculo, y por eso les fue para arriba. Realmente él obliga a la policía a pelear. «A pesar de que la muerte le arrebató a la FEU sus principales líderes en la primavera del 57, no pudo detener su combatividad. Después de esos días difíciles nos reorganizamos, y todos juntos tuvimos que hacer de José Antonio y de Fructuoso… «El compromiso era mantener una organización de acero, tal como ellos la concibieron hasta ver sus ideales realizados. Puede decirse que lo cumplimos». Minutos para la audacia «Con la cantidad de armas que teníamos no era posible desplegar un gran movimiento en la capital, donde se concentraban las mayores fuerzas de la dictadura, así que tenía que ser un golpe decisivo y rápido», recuerda Julio García Oliveras, uno de los participantes en la toma de Radio Reloj, el 13 de marzo de 1957. «Se realizaron varias reuniones del ejecutivo de la FEU y de allí salió la decisión de realizar el asalto al Palacio y la toma de una emisora radial, para dar a conocer al pueblo la acción y provocar un levantamiento popular. «Sobre esas bases comenzamos a preparar aceleradamente nuestra acción en La Habana. Faure encabezaría las operaciones de Palacio y José Antonio me designó a mí para la organización de la operación de la estación radial». —¿Por qué seleccionan Radio Reloj? —En primer lugar por su carácter de transmisión continua, que nos aseguraba un estudio fijo adonde dirigirnos, y en segundo lugar su cercanía a la universidad, donde se ubicaría el puesto de mando del movimiento. «Un tercer factor era que, con la población inquieta por la situación del país, Radio Reloj mantenía gran audiencia, y además, durante la lucha estudiantil, los trabajadores de esa emisora nos habían brindado gran colaboración y existía allí una célula del Directorio, encabezada por Floreal Chomón, hermano de Faure». —¿Cómo elaboraron el plan? —Mis primeros pasos fueron dirigirme a la emisora, para realizar el necesario reconocimiento. En compañía de Floreal recorrimos la cabina de transmisión, los pasillos, los accesos, escaleras y elevadores, tomando cuidadosamente el tiempo de cada movimiento. «Un punto importante era la cabina de control que se encontraba a la entrada del piso de la estación, y que regulaba todas las emisiones que se producían en CMQ. «Al mismo tiempo se elaboraban los textos de las informaciones que iban a ser transmitidas. Estas se componían de tres elementos fundamentales: una primera sesión de noticias anunciando el ataque a Palacio; otra para desinformar y crear confusión entre los batistianos, con noticias supuestamente originadas en el Campamento Militar de Columbia —hoy Ciudad Escolar Libertad—, informando de movimientos entre los militares; y finalmente la alocución de Echeverría, anunciando la muerte del tirano y llamando al pueblo a unirse al movimiento. «Los originales, copiando exactamente el estilo utilizado por los periodistas que cubrían esos sectores, e incluso utilizando sus nombres, fueron redactados inicialmente por Samuel Biniakonski, estudiante de Arquitectura y hasta ese momento jefe de propaganda del Directorio; pienso que después fueron modificados en parte por Enrique Rodríguez Loeches. «Pero nadie nos advirtió que la transmisión podía ser cortada también en la subestación de Televilla, como realmente ocurrió a manos de un canalla del enemigo. No nos habría sido difícil ocupar el lugar con unos pocos hombres armados y garantizar así la transmisión». García Oliveras recuerda que el trayecto de los 17 hombres armados en tres carros hacia la radio se realizó sin ningún tropiezo. «Llegamos a nuestra posición en M y 21 y atravesamos el auto según lo proyectado. Nos bajamos con la armas en la mano, y veíamos a los otros dos en sus respectivas posiciones. «Nuestro carro tenía radio y sintonizamos la transmisión, transcurrieron algunos minutos. Oíamos a los vecinos asombrados exclamar: mira, estudiantes con armas. Algunos choferes, obstinadamente, insistían en pasar y tuvimos que encañonarlos para que desistieran. «Recuerdo que por M subió en su auto hacia CMQ el actor Carlos Moctezuma —conocido como Ñico Rutina—; no puedo olvidar su reacción al vernos». A las 3 y 22 comenzaron a radiarse las noticias que habíamos preparado, recuerda García Oliveras. Ansiosamente esperaba las palabras de José Antonio, hasta que al fin su voz cargada de emoción se hizo escuchar por la radio. «Yo contaba los minutos vigilando con preocupación la posible irrupción de los patrulleros policíacos, pero todo transcurría sin novedad. Súbitamente, la transmisión se interrumpió, el tiempo pasaba y José Antonio y sus acompañantes no bajaban. Yo no tenía explicación para lo que ocurría y mi inquietud aumentaba ante la posible llegada del enemigo. A las 3 y 31 salieron. «Para nosotros, en la acción de Radio Reloj, la etapa más riesgosa era la toma de la estación, donde deberíamos permanecer unos 20 minutos, ya que tanto la travesía hacia la Universidad, relativamente corta, como la estancia en La Colina las considerábamos mucho más seguras. Y no fue así…». La emoción embarga a Julio García Oliveras cuando recuerda los últimos momentos de José Antonio, las peripecias para llegar a la Universidad y el fracaso final de la acción. Convocar al pueblo a la lucha «Fructuoso Rodríguez y yo estábamos en un apartamento de la calle 6, entre 19 y 21, en el Vedado. A plena luz del día llevamos las armas para un Chevrolet gris claro del 52, tomé una pistola Star de ráfaga y dos granadas», cuenta Juan Nuiry, quien participó en la toma de Radio Reloj. «A las 3:05 minutos de la tarde llegamos al otro apartamento en la calle 19 entre C y D. Permanecí al timón, sin apagar el motor. Vi salir a José Antonio Echeverría, llevaba su traje azul marino. Al pasar junto a nosotros hizo un guiño, muy característico en él, seguido de una gran sonrisa y se montó en un Ford del 57 color crema, que guiaba Carlos Figueredo. Además, había otro auto, un Oldsmobile negro del 53, conducido por Humberto Castelló, «Todo estaba cronometrado con lo que ocurría en Palacio. A las 3:10 partimos desde 19, doblamos a la derecha en la calle B hasta 17 y continuamos por esa hasta M. A las 3:14 me detuve en la esquina de M y 21, el Odsmobile siguió hasta M y 23, mientras el carro de José Antonio paró a la entrada del edificio de la CMQ, hoy el ICRT. «José Antonio bajó del auto con varios compañeros que lo acompañaron. Llegaron a la cabina de Radio Reloj y entregaron los partes a los locutores. Eran las 3:21. Empezaron a leer las supuestas noticias, y a continuación el anuncio: ¡Asaltado el Palacio Presidencial! Luego se escuchó en la inconfundible voz del Presidente de la FEU la alocución dirigida al pueblo. «Pero algo nos sorprende. Estábamos escuchando por el radio del carro y se cae la transmisión, solo se queda el tic-tac. Muy despacio acerqué el auto al de José Antonio. Los minutos parecían horas, hasta que vimos descender a nuestros compañeros pistola en mano. Los tres carros tomaron por la calle M. Yo doblé en 25, izquierda en J, y fui el único que entró en La Colina. Por el camino los había perdido de vista y me sorprendo cuando llegué y no los vi. El carro de Fructuoso siguió por M hasta San Lázaro, y junto a Joe Westbrook subieron por la Escalinata. Me encontraron emplazando la ametralladora calibre 30 en el rectorado, pues desde ese lugar se dominaba la entrada por la calle San Lázaro. Traían una inolvidable expresión de dolor reflejada en sus rostros, y con gran conmoción me dijeron del enfrentamiento de los compañeros de la segunda máquina con la policía y la caída en combate de José Antonio. «Como la parte de la alocución que llamaba al pueblo a la lucha y acudir a la Universidad no se escuchó, la población conocía los acontecimientos, pero no sabía qué hacer. «Luego de un intercambio de opiniones se acordó salir de allí. Mi partida de la Universidad fue bajo un fuerte tiroteo, en el mismo auto utilizado para la acción y llevaba herido a Faure Chomón, que había llegado desde Palacio con otros compañeros. Como nunca la retirada se contempló en nuestros planes, no existía esa cobertura, pero ese puede ser tema para otra historia». —¿Por qué matar a Batista? —Eliminando al tirano y haciéndonos fuertes en la Universidad, el triunfo era nuestro. De hecho, el ejército no salió a la calle hasta que no estuvieron seguros de que Batista no había muerto. «Quiero comentarte sobre un hecho de sombra, algo olvidado por nuestra historiografía y que demuestra cuánto representaba Batista en aquellos momentos, y como el asalto marcó un momento definitorio en aquella compleja sociedad de intereses. «Del 27 al 29 de marzo y del 1ro. al 5 de abril de 1957, cuando todavía el Palacio Presidencial estaba húmedo de la sangre derramada por los asaltantes, el pudiente capital nacional, atribuyéndose la representación del país, congratuló al tirano brindándole un acto de desagravio por lo ocurrido». —El 13 de marzo usted tenía solo 22 años. ¿Cómo lo asumió su familia? —Eso fue un lío grande. Yo vivía entonces con mis padres y mi hermana. Cuando salí de la Universidad, con Faure herido y sin tener donde escondernos, cogí un teléfono público, llamé a mi casa y dije «estoy vivo», y colgué. «Los que participamos en esa acción, y a lo largo de las luchas logramos quedar con vida, el 31 de diciembre de 1958 estábamos en nuestros puestos de combate, en la lucha clandestina o en las montañas». Generación marcada «Eran aproximadamente las siete de la noche cuando el cortejo fúnebre que llevaba los restos de José Antonio atravesó la ciudad de Matanzas. Pasó en silencio; la población no sabía que sus restos serían trasladados desde La Habana hasta el panteón de su familia en Cárdenas», recuerda Talía Laucirica Gallardo, quien fuera amiga y compañera de estudios de José Antonio. «A mi mamá y a mí nos recogió un amigo que venía como parte del cortejo, discretamente, en la carretera Vía Blanca. En el carro estaban también su novia y la madre de ella. Eran unos seis carros en total. «Al llegar al cementerio serían más o menos las ocho de la noche, y había oscurecido. Nos hicieron bajar de los autos y solo siguieron hasta el panteón el carro fúnebre y el de los padres de José Antonio. Nosotros continuamos a pie, con las dificultades de la penumbra. Entre las tumbas había soldados apostados con armas. «Para poder colocar el ataúd en el panteón hubo que auxiliarse de faroles de luz brillante. Éramos unas 20 personas entre familiares y amigos. También iban Roberto Chomat, entonces decano de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de La Habana, y el profesor Aquiles Capablanca. «Fue el entierro de un héroe y sin embargo había sido tan pequeño, sin un solo homenaje. Al día siguiente, bien temprano en la mañana, hablé con unos amigos en una florería de Matanzas para que me hicieran una ofrenda floral. Sobre el mediodía mi padre me llevó en el carro hasta la tumba y dejé las flores. Esa fue mi despedida». —¿Participó usted en las manifestaciones estudiantiles? —Yo bajé varias veces —así decíamos porque bajamos la Escalinata—, pero él siempre me decía que no fuera. Trataba de protegerme, porque era mujer y había un compromiso familiar, pero yo no hacía mucho caso. Una vez me lo encontré llegando a San Lázaro y me dijo: Qué tú haces aquí; dime tú, otro problemas más». —¿Cómo se entera usted del asalto a Palacio? —Yo estaba en Matanzas y teníamos puesto Radio Reloj. Escuché a José Antonio, y cuando se fue del aire nos cayó una gran desesperación a todos. Luego las noticias, yo quería venir para La Habana, pero era muy difícil. «El cuerpo de José Antonio estuvo tirado en el lugar donde cayó hasta casi las ocho de la noche. La calle estaba cerrada y rodeada por la policía. Algunos compañeros, desde el Hotel Colina, miraban la situación, para tratar de rescatar el cuerpo, pues no se sabía si estaba aún con vida, pero fue imposible. «El cadáver lo entregaron a la familia al día siguiente, y se tendió en la funeraria de Zapata y 2. Yo me comuniqué telefónicamente con el padre de José Antonio para decirle que venía para La Habana, pero él me dice que no lo haga, que el entierro será en Cárdenas». —Supongo que todas estas cosas afectaron su carácter. —Hay cosas que te marcan para toda la vida. Todavía José Antonio murió combatiendo, pero Humboldt 7, eso fue una masacre. Cuando veo los muchachos de hoy y recuerdo esa etapa, uno no la tuvo; somos una generación marcada». El 13 de marzo de 1957 la FEU cumplió el compromiso establecido en la Carta de México de apoyar al Movimiento 26 de Julio para derrocar la tiranía de Fulgencio Batista. El porqué del ataque EL 13 de marzo de 1957 Cuba sufría el dolor de una dictadura voraz, mientras la situación socioeconómica asfixiaba a la mayor parte de la población del país. Con una economía fundamentalmente agrícola, las tierras estaban en manos de unos pocos, mientras el desempleo —más de 600 000 campesinos— minaba los campos. El 20 por ciento de la población recibía el 58 por ciento de los ingresos, por lo cual la desigualdad se imponía en campos y ciudades. El analfabetismo alcanzaba al 23 por ciento de la población, mientras miles de niños y jóvenes no asistían a la escuela y paradójicamente 10 000 maestros estaban desempleados. Solo se contaba con tres universidades, cuyas matrículas eran imposibles de pagar para la mayoría. Para quienes vivían en las áreas rurales era totalmente imposible el acceso. Con el título Asalto a la Historia, desde hoy está disponible en nuestro sitio web un dossier con todos los hechos acaecidos el 13 de marzo de 1957. El material propone un acercamiento con entrevistas a varios de sus protagonistas, presenta una galería de imágenes y recrea las acciones en una infografía interactiva, entre otros materiales multimedia. Usted puede visitarlo en la siguiente dirección electrónica: http://www.juventudrebelde.cu/UserFiles/Flash/asalto-historia-13-marzo-1957-cuba/index.html


"De amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para adquirir las glorias

nuevas".

José Martí



“… la HISTORIA NOS AYUDARÁ A DESCUBRIR LOS CAMINOS DE HOY Y DE MAÑANA, A MARCHAR POR ELLOS CON PASO FIRME Y CORAZON SERENO Y A MANTENER EN ALTO LA ESPERANZA (...)”.

RAMIRO GUERRA