martes, 13 de marzo de 2012
José Antonio era temido hasta después de muerto.
Por: Ernesto Alvarez Blanco.
La noticia de que el Palacio Presidencial y Radio Reloj habían sido asaltados al igual que las informaciones que confirmaban la muerte de José Antonio y de otros compañeros en las acciones de este día, se regaron como pólvora, primero, por toda La Habana y luego, a lo largo y ancho el país. A ello no sólo ayudó la prensa cubana y extranjera, que dio durante varios días abundante cobertura a los hechos, sino también las noticias trasmitidas de boca en boca. Así lo han testimoniado numerosos compañeros, entre ellos, Eloy Fernández Sánchez, cantinero del bar del hotel Colina, sitio que era muy frecuentado por el líder estudiantil y sus compañeros de la FEU y del Directorio Revolucionario.
Según Eloy, el 13 de marzo de 1957 vio desde allí:
“... cuando varias perseguidoras de la Policía batistiana bajaban a gran velocidad por la calle Ronda hacia la CMQ – hoy ICRT – y otras con dirección a San Lázaro, algunas de ellas haciendo sonar las sirenas con mayor algarabía que nunca.
(...)
Entonces – confesó al periodista Luis Hernández Serrano – yo ni me imaginaba que mi amigo José Antonio Echeverría iba en el carro que dobló por L, procedente precisamente de la zona de la CMQ. En ese mismo instante venía una perseguidora como del hospital Calixto García y se produce el encuentro a tiros entre la policía y el vehículo del líder de la FEU.
(...)
Al sentir los tiros, varias ráfagas de ametralladora seguidas, nos percatamos de que se trataba de algo muy serio y casi a las puertas del hotel Colina. Salimos con cuidado y pude ver el espectáculo de José Antonio Echeverría en el suelo, mortalmente herido, junto a la máquina donde iba (...). Lo acribillaron a balazos.
Fue un dolor muy grande, como si hubiera caído un hijo. (...) varios turistas del hotel se acercaron al lugar (...).
Al cabo de un rato vino una perseguidora disparando al aire y la gente curiosa huyó pensando que también serían asesinados”.
El cuerpo sin vida de José Antonio, luego de permanecer durante varias horas expuesto en la vía pública hasta adquirir la rigidez cadavérica, fue trasladado por los esbirros de la tiranía al necrocomio y luego, a una de las capillas de la funeraria de Zapata y 2, en el Vedado, sitio al que habían sido trasladados también los cadáveres de los asaltantes al Palacio Presidencial Menelao Mora, Pelayo Cuervo y Carlos Gutiérrez Menoyo. Allí lo descubrió Naty Revuelta, una de las integrantes del Frente Cívico de Mujeres Martianas, con el que el Directorio mantenía estrechos vínculos, desnudo, “... solo, sobre una camilla, tirado en el piso ... ”.
De inmediato, con las flores de las coronas que las mujeres del Frente Cívico habían mandado a confeccionar para rendir homenaje a los asaltantes al Palacio Presidencial, cuyos restos mortales sabían que habían sido trasladados a esta Funeraria, Naty Revuelta y otras compañeras cubrieron la desnudez del líder estudiantil, cuyo cuerpo exánime, que inicialmente tuvo como sudario una tosca lona hasta que ”... manos amigas suavizaron la vestimenta” , “ ... parecía – ha rememorado Josefina Rodríguez Olmo (Fifi), quien lo había conocido cuando ella estudiaba en el Instituto de La Habana y ese día estaba también en la funeraria – como de mármol blanco”.
Al conocer la terrible noticia, los padres, hermanos y demás familiares del líder estudiantil, se sumieron en un profundo e indescriptible dolor. Rápidamente, sus progenitores se trasladaron a La Habana con objeto de lograr que les fuera entregado el cadáver, con vista a darle sepultura en la necrópolis de Cárdenas. Resulta importante anotar que a la familia del líder estudiantil tampoco les fueron facilitadas de inmediato las pertenencias del mismo, suceso que denunció valientemente en la prensa cardenense el 18 de marzo de 1957 el Dr. Alejandro Portell Vilá , comparando este hecho con lo que habían hecho “... los guerrilleros en día aciago para las armas cubanas al caer el Titán de Bronce en Punta Brava”.
Eugenio Humberto Lopategui, primo del padre de José Antonio, quien se encontraba el 13 de marzo en la capital del país con Eva López, su esposa y con Mandina, un amigo, buscando unos materiales de construcción, los cuales adquirió en una ferretería de la calle Monte, muy cerca del Palacio Presidencial, al conocer la triste nueva, se trasladó de inmediato a Cárdenas. Durante el camino, ha contado más de una vez Lopategui: “... nos pararon y registraron varias veces. Al día siguiente preparé el carro y en compañía de Eva partimos hacia la Capital ”.
Una vez en La Habana, Eugenio Humberto y su esposa se dirigieron a la casa de Josefina Bianchi, tía de José Antonio, en donde ya estaban sus padres, a quienes: “... las autoridades no querían entregarles el cadáver. Entonces, Niní (Antonio de Jesús Echeverría) logró que Santiago Verdeja, antiguo amigo de la familia (...), convenciera al tirano Batista para que autorizara la entrega del cadáver”. Ayudó también a Niní en estas gestiones el Dr. Emilio García Pérez, a quien el juzgado le envió con posterioridad el pasaporte del líder estudiantil.
El periódico habanero Prensa Libre publicó por esos días una nota bajo el título Pide el cadáver de su hijo, en la que se afirmaba que el padre de José Antonio se había personado en el Necrocomio del Vedado con este objetivo. Sin embargo, según esta información: “A pesar de que el ministro de Defensa doctor Santiago Verdeja, se interesó personalmente para que se entregara el cadáver de Echeverría a sus familiares, se dijo que esa diligencia estaba sujeta a una disposición del Tribunal de Urgencia, donde no se habían recibido las actuaciones de la policía”.
Según narró en 1977 Eugenio Humberto Lopategui al periodista e historiador cardenense Roberto Bueno Castán:
“Fueron innumerables las gestiones que hubo que hacer para lograr la entrega del cadáver a los familiares, para lo cual hubo que esperar al día siguiente (14 de marzo), pasada la una de la tarde. Mientras se aguardaba la autorización para su traslado a Cárdenas, centenares de personas concurrieron a la funeraria, donde también estaba expuesto Pelayo Cuervo, a pesar de que prácticamente la misma estaba tomada militarmente y se mantenía una estrecha y amenazadora vigilancia, lo que obligaba a todos a no hacer ningún tipo de comentario en voz alta”.
Finalmente, en horas de la tarde del 14 de marzo, “... cuando todo hacía presumir unas breves horas de capilla ardiente y un temprano entierro con las luces del alba del día 15 (...)” , se habló del traslado del cadáver a Cárdenas, :
“... pero - ha relatado Humberto Lopategui - no había seguridad de que concedieran el permiso. Al fin las autoridades accedieron , pero con la condición de que el cortejo partiera al anochecer, directamente hasta el cementerio cardenense, sin velorio en la casa natal”.
“... sobre las cinco y media de aquel día 14, nos proponemos acompañarlo hasta Cárdenas. En esos momentos, una provocadora comenzó a dar gritos contra el gobierno. Sobre ella los esbirros allí presentes no tomaron medidas, pues estaban atentos a la reacción de los demás. No prestamos atención a aquella provocación, de quien estamos seguros estaba allí mandada por los propios militares, pues podría ser utilizada todavía no sabemos para que propósitos”.
El féretro que contenía los restos del Gordo fue cargado en hombros por sus compañeros universitarios hasta el carro fúnebre. Las autoridades solo autorizaron a seis carros, conduciendo a familiares muy allegados, unas 15 personas, a acompañar el cortejo fúnebre hasta la Ciudad Bandera. Sin embargo, los afligidos dolientes no pudieron hacerlo desde la funeraria, como era costumbre, sino desde la carretera de Managua, a la salida de La Habana. José Antonio era temido hasta después de muerto.
En Cuatro Caminos, ha relatado Eugenio Humberto Lopategui, quien estuvo entre los que pudieron hacer el trayecto junto al coche fúnebre, el ejército detuvo la caravana:
“... después de registrar los autos nos permiten continuar. Este hecho se repitió en varias ocasiones a través del trayecto hasta Matanzas, en cuya ciudad se nos obliga a adelantarnos y esperar el carro fúnebre en Peñas Altas.
Toda la zona de la ciudad por donde pasó el carro fúnebre estaba apagada; querían evitar a toda costa que el pueblo supiera que José Antonio en esos momentos pasaba por sus calles ”.
“Ellos demoraron la entrega del cadáver para que el recorrido y la sepultura se efectuara de noche.
(...)
Nos vigilaron durante todo el camino. Por todas partes aparecían los elementos de los cuerpos represivos, detenían el cortejo, llegaban a los autos, miraban, preguntaban mucho. Ese día comprendí el miedo que le tenía la tiranía a José Antonio y a su pueblo”.
Rigoberto Febles Varela, sepulturero del Cementerio de Cárdenas , al enterarse, alrededor de la una de la tarde del 14 de marzo, de la muerte de José Antonio, a quien conocía desde la infancia porque su hijo acostumbraba a jugar con él en el parque ubicado frente a la casa del líder estudiantil, comenzó a preparar las condiciones para inhumar su cadáver en el panteón de la familia Echeverría – Bianchi, en donde reposaban los restos de sus abuelos y de su hermano Alfredito. Dicho panteón está ubicado en la segunda manzana izquierda de la calle Primera entre B y C.
Febles confesó en 1976 al periodista Rolando Pérez Betancourt: “Un enterrador –– no puede estar con sentimentalismo, claro que no, pero aquella muerte la sentí muy duro. Mataron a José Antonio, repetía para adentro de mí. Entonces recogí los instrumentos y me fui debajo del sol, a preparar su tumba”.
Unas horas después, sobre las 3:00 p.m., el Cementerio local fue tomado militarmente, cumpliendo órdenes superiores. Febles narró que en esa ocasión había:
“Carros con soldados por todas partes, aunque eso fue un poco después, sí, porque primero llegó la gente del SIM y se colocaron en los puntos que según ellos eran estratégicos. ¿Y a ti quién te mandó a preparar la tumba?, me preguntaron. Yo les respondí que había sido iniciativa mía, porque como Echeverría era de Cárdenas ...”.
(...)
Ese día prohibieron las visitas al cementerio y hasta los ómnibus que paraban aquí enfrente tenían que seguir de largo”.
“ Esa situación se mantuvo hasta que duró el entierro. (....) ... las fuerzas del SIM: eran unos 80 0 90 hombres que enseguida se distribuyeron por todas partes.
Inmediatamente que llegaron, uno de ellos se hizo cargo del teléfono; otros, en yipis, con fusiles y granadas, se colocaron por todas partes, y el resto por la parte de afuera se encargaba de impedir el acceso al lugar ”.
Al llegar el cortejo fúnebre a la portada de la Necrópolis de Cárdenas, eran ya cerca de las ocho de la noche. Poco antes, el oficial que estaba a cargo del teléfono recibió una llamada de Matanzas diciéndole que ya habían pasado por esa ciudad, por lo que se activó aun más la vigilancia de los militares.
Los autos fueron detenidos a la entrada de la necrópolis para ser registrados. Mientras las puntas de las ametralladoras irrumpían por las ventanillas, Rigoberto Febles fue a buscar unos faroles, aunque ha apuntado que no hacían falta porque aquella noche “... la luna estaba como el día”.
Eugenio Humberto Lopategui, por su parte, contó sobre este momento que, luego de una breve espera, solo se permitió la entrada al cementerio:
“... a los familiares que acompañaban el cadáver, antes de lo cual se registraba a los autos y también a las personas, lo mismo hombres que mujeres. ¡Hasta las medias nos registraron!.”
“Dentro y fuera de la necrópolis lo que había de policías y guardias rurales era tremendo. ¡Aquello parecía un ejército en campaña!.
Al parquear el carro fúnebre, el capitán Alzugaray, autoritario y violento, ordenó: ¡Que le cojan el número a las chapas de todos los carros que estén parqueados aquí!.
Entonces, los esbirros introdujeron el cañón de sus armas por las ventanillas de los vehículos y obligaron a encender las lucecitas interiores para ver bien las caras.
Cuando el carro funerario entró en el cementerio fue que nos permitieron pasar; uno a uno, en fila india, por el escaso espacio que dejaba la verja entreabierta. No sin antes registrarnos de pies a cabeza. Cuando estábamos todos adentro, partimos en silencio, detrás del carro, hasta llegar al panteón de la familia Echeverría – Bianchi”.
“El entierro se efectuó rápidamente, con presión por parte de los gendarmes”.
“La ceremonia de enterramiento fue muy sencilla, sólo unas breves palabras después de las cuales fue sepultado . Ellos no querían que el pueblo estuviera junto a José Antonio (...)”.
El entierro de José Antonio se llevó a efecto a la luz de los faroles llevados por Rigoberto Febles y a la de los faros del coche fúnebre. Mientras tanto, iluminados por la luna, podían apreciarse, en medio del agitado servicio religioso oficiado por un sacerdote: “... los sombreros de los guardias rurales y las puntas de sus fusiles, agazapados detrás de las tumbas cercanas, en zafarrancho de combate. Lopategui (Eugenio Humberto) comentó bajito con su compañera: ¡Esta gente le tiene miedo a José Antonio hasta después de muerto!”.
Fue así, escribió el Dr. Alejandro Portell Vilá en la primera plana del periódico cardenense La Antorcha el 18 de marzo de 1957, que los restos mortales de:
“ ... José Antonio Echeverría sin un cirio de ritual como hicieron por siglos nuestros ancestros y sólo con un breve y atropellado servicio religioso descendió a su tumba poco después de las 8:30 de esa noche Y NO COMO SE ANUNCIARA en toda Cuba, en medio del tétrico silencio de un puñado de familiares y amigos, a la pálida luz de una luna piadosa y algún reflector ocasional. Siendo medularmente civil fue enterrado, por ironía del Destino, en medio de armas montadas espectacularmente”.
Desafiando las medidas tomadas y las prohibiciones impuestas por las fuerzas de la Dictadura, según un artículo publicado el 15 de marzo de 1957 en el periódico cardenense La Antorcha bajo el título Sepelio del Presidente de la F.E.U. Constituyó un duelo nacional:
“Una gran muchedumbre esperó el cadáver del infortunado joven, en nuestra necrópolis, a pesar de haberse prohibido el acceso al mismo por las autoridades.
Desde la capital, acompañaron el féretro los padres de la víctima y demás familiares cuyo dolor reflejado en el rostro impusieron un cuadro patético entre las personas allí congregadas.
La penumbra de la noche hicieron más doloroso todavía el piadoso acto. De los ojos de muchos cardenenses brotaban las lágrimas.
Cárdenas en pleno se halla de luto por la caída del estimado y querido coterráneo, que desde la Dirección estudiantil universitaria supo prestigiar a la ciudad Bandera. Las delicadas y fortuitas circunstancias de su muerte han contribuido a acentuar ese dolor, ya que la vida parecía sonreírle desde todos los aspectos”.
En esta misma edición del periódico local aparece también una nota en la que se informaba que los padres de José Antonio no recibirían durante unos días, por prescripción facultativa, la visita de amigos y familiares debido “... al estado de aflicción (...)” en que se hallaban. Una información similar se publicó en el periódico cardenense El Comercio del 15 de marzo de acompañada de una nota necrológica mediante la cual, la dirección de la publicación ofrecía su más sentido pésame a la familia Echeverría – Bianchi.
El 15 de marzo de 1957, las coronas que habían colocadas por sus familiares sobre la tumba de José Antonio, las cuales habían sido traídas por ellos desde La Habana, desaparecieron. ¿ Los culpables?, un grupo de esbirros, según le contó el sepulturero Rigoberto Febles a Mario González Cedeño , quienes saltaron de noche el muro del Cementerio y las destrozaron.
Aunque los sicarios de Batista impidieron a los cardenenses rendir a José Antonio el homenaje póstumo de sus coterráneos, por iniciativa de “... un grupo de ciudadanos de todos los matices y sectores (...)” se acordó confeccionar una lápida de mármol para ser colocada sobre su tumba. Según relató, con objeto de que lo publicara, a Enrique de la Osa, Director de la leída sección En Cuba de la revista Bohemia, Roberto Iglesias Lorenzo, dirigente nacional de la Juventud Ortodoxa, en una carta fechada en Cárdenas el 2 de junio de 1957, un original de la cual conservamos, el sábado 25 de mayo de 1957 en horas de la tarde se procedió a la colocación de la:
“lapida (sic) de malmor (sic) costeada por voluntad popular en la tumba que guarda los restos del que fuera Presidente de la FEU y cardenense muy querido y admirado JOSÉ ANTONIO ECHEVERRÍA (...) en forma de libro con el siguiente epitafio: A JOSÉ A. ECHEVERRÍA PORQUE FUISTE JUSTO, HONESTO Y VALIENTE EN MEDIO DEL FANGO QUE NOS AHOGA, TUS IDEALES PUROS SERÁN INTERPRETADOS Y MANTENIDOS EN LA LUCHA ENTABLADA POR LA JUSTICIA Y LA LIBERTAD QUE CUBA RECIBIÓ DE SUS LIBERTADORES. TUS COTERRÁNEOS. CÁRDENAS MAYO 26 DE 1957
El domingo en horas de la mañana se llevó a efecto en la Iglesias (sic) de los Hermanos Trinitarios una misa por el alma del que fuera líder indiscutible del Pueblo de Cuba JOSÉ ANTONIO ECHEVERRÍA la cual contó con una desorvitada (sic) custodia de paisanos militares y a ruego de la desconsolada madre de ECHEVERRÍA no se hicieron actos de calle de ninguna especie aun cuando un nutrido grupo de cardenenses colmaron de flores la tumba que guardan (sic) sus restos.
(...)
El lunes 27 se conosió (sic) la desaparición en horas de la noche anterior del cementerio local de la lapida (sic) colocada el sábado 25 en la tumba del PRESIDENTE DE LA FEU JOSÉ A. ECHEVERRÍA caso este que conmovión (sic) a toda la ciudadanía cardenense con la inevitable indignación de todo el pueblo.
El martes 28 fue presentado ante el jusgado (sic) de esta ciudad una denuncia a nombre de varios cardenenses denunciando el indigno robo y la baja profanación de la lapida (sic) y la tumba del líder estudiantil JOSÉ A. ECHEVERRÍA”.
Sobre estos acontecimientos, se han publicado varios artículos y entrevistas, pero no todas coinciden o son fieles a la verdad. Entre ellos, creemos que el testimonio que más se acerca a la verdad, pues a pesar de tener algunas imprecisiones y fechas erróneas, coincide con el relato que hace Roberto Iglesias a Enrique de la Osa, a pocos días de suceder los hechos, lo cual lo hace un testimonio bastante confiable, es el relato que ofreció Nora Abelairas al profesor Eusebio Reyes, autor del libro Un corazón de oro cargado de dinamita..
Según la citada compañera, fervorosa católica y entusiasta promotora cultural cardenense , que estuvo muy vinculada con la familia Echeverría – Bianchi, varias mujeres locales, entre las cuales se encontraba, tuvieron la iniciativa, con la aprobación de la madre de José Antonio, de colocar la lápida de mármol que nos ocupa. Para lograrlo, ella, junto a:
“... Perla Moré (Fernández) (...), Violeta García (Sendra) y (la Dra.) Eva Cruz Álvarez, con la ayuda de Clara Moré y Elsa Albelaide , se dieron a la tarea de efectuar una colecta popular para sufragar los gastos de la confección del libro que ascendieron a 75 pesos. Concluida la colecta se pusieron en contacto con Alejandro Portell Vilá (...) y este les redactó el texto para la lápida, e inmediatamente encargaron su realización a un marmolista de la ciudad que Eva Cruz conocía, pues trabajaba en una farmacia cercana a la casa del artesano. Cuando el marmolista tuvo tallado el libro le avisó a Eva Cruz para que todas lo vieran. Las cuatro compañeras estuvieron conformes con el trabajo y le pidieron lo terminara (...). Cuando salieron de casa del artesano, pensaron que habían sido descubiertas porque en la calle se encontraban varios carros patrulleros bajo las órdenes del capitán Alzugaray. Media hora después el marmolista le comunicó a Eva Cruz que la policía había estado en su casa y al ver el libro dijeron que aquello les iba a pesar.
Después que recogieron la lápida fueron a visitar a la madre de José Antonio para expresarles que el domingo (...) le darían una misa a su hijo en la Capilla de los Trinitarios de Cárdenas y colocarían el libro en la bóveda. Concepción Bianchi estuvo de acuerdo en hacer la misa, pero les planteó que la lápida sería colocada el sábado (...) porque quería evitar una provocación y nuevos derramamientos de sangre. Puestas de acuerdo trataron de encontrar un fotógrafo, pues querían dejar constancia del hecho, pero no pudieron contratar a ninguno ya que todos tenían temor.
Gracias a un compañero de apellido Álvarez , amigo de Eva Cruz, pudieron sacar fotos con una cámara que él les prestó. De igual forma que no encontraron fotógrafo tampoco encontrarían un chofer que las llevara al cementerio.
El sábado (...) las compañeras mencionadas llevaron el libro a la necrópolis en el automóvil de Enrique Saénz . Allí se reunieron con Concepción Bianchi, otros familiares de Echeverría y un reducido grupo de personas y colocaron el libro sobre la bóveda de José Antonio, respaldadas por las palabras alegóricas de Alejandro Portell Vilá .
El domingo se efectuó la misa en honor de José Antonio Echeverría, Perla Moré y Nora Albelaide (sic) repartieron recordatorios cuyo texto tenía un marcado carácter revolucionario. En los alrededores de la capilla se encontraban los policías: Pensaban que al concluir la misa irían al cementerio porque desconocían que la lápida había sido colocada el día anterior”.
La respuesta de los esbirros locales ante tamaña provocación no se hizo esperar. El propio día 26 de mayo, fueron a buscar a Rigoberto Febles a su casa y lo hicieron acompañarlos al cementerio. Una vez allí, caminaron sobre la bóveda de los Echeverría – Bianchi mientras la voz grotesca de uno de ellos retumbaba en la necrópolis: “ ¡A los muertos se les pone flores, no esto!, y dijo una palabrota, mientras lanzaba la tarja de mármol, que se hacía pedazos” , los cuales fueron desaparecidos por ellos de inmediato .
El odio de las bestias hacia José Antonio y su ejemplo seguía latente. Destruyeron la tarja, pero no pudieron eliminar el inmenso respeto y la admiración que el pueblo de Cárdenas y de toda Cuba, sentía hacia su limpia y recia figura de luchador estudiantil y revolucionario. El homenaje verdadero, definitivo e imperecedero a su vida y a su obra estaba más cerca de lo que Batista y su camarilla jamás imaginaron.
"De amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para adquirir las glorias
nuevas".
José Martí“… la HISTORIA NOS AYUDARÁ A DESCUBRIR LOS CAMINOS DE HOY Y DE MAÑANA, A MARCHAR POR ELLOS CON PASO FIRME Y CORAZON SERENO Y A MANTENER EN ALTO LA ESPERANZA (...)”.
RAMIRO GUERRA