martes, 1 de octubre de 2019

Rufo Caballero Mora estrictamente personal.

Por Ernesto Álvarez Blanco.
Entre las numerosas personalidades cubanas y extranjeras que he tenido la suerte de conocer y de atender, Rufo Caballero Mora permanece entre mis recuerdos, como mi condiscípulo y amigo, en la época en que ambos ocupábamos responsabilidades en un comité de base de la UJC y en la FEEM del Instituto Preuniversitario José Smith Comas. Yo cursaba por entonces el 10 grado y Fátima González, el hoy reconocido artista Osvaldo Prieto, otros amigos y él, el 12. Sin embargo, ello no fue óbice, para que entabláramos entre todos una bonita amistad y para que los mencionados y yo, integráramos, junto a otros alumnos, el grupo de teatro Combate del Pre, que fue creado bajo la acertada dirección de la instructora Zenaida Sánchez, residente hoy en Boca de Camarioca y alejada en estos tiempos que corren de la dirección actoral, que no de la cultura que circula por sus venas. Ya entonces, muchos visionábamos que por su inteligencia Rufo llegaría muy lejos y no nos equivocábamos. Comenzó a demostrarlo desde que estudiaba Historia del Arte en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, en donde le seguí los pasos en un curso nocturno para trabajadores, hasta que el llamado período especial frustró mis empeños. No obstante, seguí con la devoción del amigo y del investigador de la historia local su exitosa carrera, coleccioné y leí sus artículos y libros, admiré sus comentarios televisivos e indagué por él más de una vez a familiares y amigos. Personalmente, no tuve el placer de volverlo a ver hasta el mes de febrero de 2003, cuando vino a Cárdenas para asistir a varias actividades de la subsede local de la Feria Internacional del Libro de La Habana. Temí por un momento que no me recordaría, pero no bien bajó del ómnibus, me dio un fuerte abrazo y me felicito por mis recientes nombramientos de director del Museo a la Batalla de Ideas, primero (2001), y de Historiador de la Ciudad, después (2002). Bajo esta última condición, lo atendí a él y a otros importantes escritores por aquellos días, en que se presentó aquí, en la Galería de Arte local, la tarde del 15 de febrero, su libro El canto del Quetzal (Editorial Oriente, 2002), que por su carácter autobiográfico es de todos los suyos mi preferido, el cual me autografió, para mi colección de libros de autores cardenenses, con una bonita dedicatoria que guardo entre mis tesoros más preciados. También, lo acompañé, junto a los imprescindibles Cesar López y Lisandro Otero, hasta la tumba del notable narrador y dramaturgo cardenense Virgilio Piñera, en donde comentamos y nos reímos por lo bajo de lo que dimos en llamar “la última broma de Virgilio”, cuyos detalles prometo contar, como otras muchas cosas que he reservado para ese momento, el día que me decida a escribir mis memorias. Fue esta la última vez que abracé a Rufo. Luego supe de su absurda muerte, en la plenitud de su carrera, hecho que me conmocionó por siempre. Ahora, cuando lo revivo en las páginas de estas Memorias de la Ciudad dedicadas a él, a su obra y a su legado, pienso en cuanto le hubiera agradado saber que un grupo de cardenenses, memoriosos y agradecidos como él, intentan conservar para el futuro lo mucho y lo muy valioso que aún queda de nuestro patrimonio inmueble local. Por eso, le devuelvo con este breve artículo, el mucho cariño y el abrazo eterno que me regaló en su dedicatoria de El Canto del Quetzal.


"De amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para adquirir las glorias

nuevas".

José Martí



“… la HISTORIA NOS AYUDARÁ A DESCUBRIR LOS CAMINOS DE HOY Y DE MAÑANA, A MARCHAR POR ELLOS CON PASO FIRME Y CORAZON SERENO Y A MANTENER EN ALTO LA ESPERANZA (...)”.

RAMIRO GUERRA