martes, 19 de noviembre de 2019
La boya que hoy se oxida…
Noviembre es el último mes de la temporada ciclónica, por lo
que vale recordar los difíciles momentos vividos por los cardenenses
cuando les azotara el huracán más destructivo de su historia, sea el
articulo homenaje a otra víctima de nuestro persistente descuido
identitario/patrimonial.
Por: MsC Lorena Martínez
La boya que hoy se oxida en el Parque Colón tiene su propia historia.
Todos los/las cardenenses mayores de cincuenta años cabalgamos alguna
vez en ella, la acariciamos y nos preguntamos cómo era posible que
llegara hasta allí sin tener muy claro que no vino por voluntad
propia, sino gracias al enfurecido mar del primero de septiembre de
1933.
En pocas horas, los vientos huracanados y el mar devastaron una ciudad
próspera; desaparecieron personas, muelles, industrias, calles,
edificios, arboles, la furia de la naturaleza no se arredró ante sus
dos toneladas de peso.
Las primeras ráfagas se habían escuchado alrededor de las tres de la
mañana, y las aguas al penetrar arrancaron de su base los muelles del
litoral alcanzando alturas de hasta dos metros; las inundaciones
costeras fueron severas (cinco o diez millas tierra adentro).
Si la boya hablara diría de las muchas embarcaciones dispersas por la
bahía cardenense o de aquellas que entraron en la ciudad navegando
libres por las calles.
El huracán, probablemente procedente de Bahamas, llegaría a ser casi
un categoría cuatro de la actual escala de Saffir-Simpson. La costa
norte del centro y el occidente de Cuba fue golpeada. Sagua la Grande
sufrió también muchísimo ante el fenómeno meteorológico.
Imposible para ella, nuestra boya que se oxida, conocer que ya los
primitivos taínos gritaban Huracán, ante las tormentas severas que
afectaban al Caribe. El término, de acuerdo al lingüista Sergio
Bernal, se deriva del vocablo arahuaco jurakán.
Huracán era una entidad aborigen, asociada a las tormentas,
inundaciones y a vientos de gran intensidad; de ahí que designara a
fenómenos infaustos de viento y lluvia que ponen la carne de gallina
a muchos, para quienes representa un susto de marinos y poblanos, una
maldición, fuerte sonido cargado de presagios; uno de los pocos
vocablos autóctonos conservados hasta hoy.
No sé si, enclavada allí en el Parque, se enteraría alguna vez que el
monto de los daños por el ciclón ascendió a casi 10 millones de pesos,
que se perdió poco más o menos totalmente el barrio de La Marina y con
él almacenes de azúcar, industrias, edificios, colegios como “El
Progreso”, casas de familia, hoteles, la estación de trenes, orgullo
cardenense y entonces, una de las más bellas del país.
Además destruyó centrales azucareros, la infraestructura de transporte
ferroviario y portuario. Playa Larga prácticamente desapareció. Causó
más de 180 muertes, unos 600 heridos y 8 mil damnificados. La acción
de los vientos y el mar aniquilaron áreas poblacionales. Sobre las
familias recayó una miseria mayor.
Imposible que la boya que hoy se oxida en el parque Colón, leyese lo
que escribieron los periodistas que acudieron al siniestro: “…enormes
arboles habían caído sobre la carretera… Nos abríamos camino a golpe
de machete, teniendo que cruzar entre un verdadero bosque…”; “…Por
doquiera se veía una casa destruida… Todos los árboles en el
suelo…”; “… Firmas tan solventes como la casa Arechabala, nuestra
principal industria, ha perdido más de 500 mil pesos, Garriga y Co.
más de 60 mil pesos...”; “…Ni una sola casa de Playa Larga, Las
Delicias, Los Pinos, Vista Alegre y La Sierrita, ha quedado en pie. …”
En Varadero, el mal tiempo se inició con una subida extraordinaria
del barómetro, con vientos bonancibles, fríos y secos y un cielo
despejado el cual rápidamente varió por un cerrado gris celeste.
Parecía que, a principios de la mañana, fuera a oscurecer. Aumentó como
nunca el nivel del mar; se unieron en la península el llamado, por los
locales, mar del Norte con el del Sur. Los vientos alcanzaron hasta
170 millas por horas. No quedaron sin serias afectaciones ninguna
edificación del balneario.
Venida del mar nuestra boya que hoy se oxida en el parque Colón, debe
desconocer que a este trágico evento le llamaron también el ciclón de
Machado, teniendo en cuenta la victoria popular sobre este tirano que
había tenido lugar semanas antes.
Fue tanta la destrucción que, hasta Carlos Manuel de Céspedes,
presidente provisional de la República, luego de la caída del
dictador, visitaría los lugares afectados. La ayuda a los damnificados
fue manejada por los intereses políticos de la época.
Luego de una primera valoración de los daños y pérdidas materiales y
humanas, en la ciudad se editó un libro ilustrado con elocuentes
fotografías que permitían apreciar el estado de Cárdenas y Varadero,
el cual serviría de base para lograr ayuda para la obra de su
reconstrucción.
.
Un ciclón no era nada nuevo para las gentes de esta ciudad, aun se
hablaba de 1888, cuando las aguas llegaron hasta un kilómetro o más
tierra adentro, hasta la antigua escuela Llaca, donde hoy se encuentra
la Clínica de Neurodesarrollo. Luego de unas diez horas de estancia el
mar se retiró.
Seguro que esa boya que hoy se oxida en el parque Colón, sabía que
desde niños aprendemos que debemos estar preparados ante los ciclones
y que no hubo la preparación necesaria para enfrentarlo.
Ningún fenómeno meteorológico fue tan demoledor como el Ciclón del
33, pudiera afirmar conclusiva la boya, luego de 86 años de historia
local, por lo que debe preguntarse si es justo, que la dejen oxidarse,
deteriorarse como otra víctima de nuestro descuido
identitario/patrimonial.
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"De amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para adquirir las glorias
nuevas".
José Martí“… la HISTORIA NOS AYUDARÁ A DESCUBRIR LOS CAMINOS DE HOY Y DE MAÑANA, A MARCHAR POR ELLOS CON PASO FIRME Y CORAZON SERENO Y A MANTENER EN ALTO LA ESPERANZA (...)”.
RAMIRO GUERRA