viernes, 18 de abril de 2014

Cárdenas: El paisaje que nos convoca.

La exposición «Las formas del silencio», del destacado escultor cardenense Agustín Cárdenas, se exhibe en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam hasta el 13 de mayo. Por: María de los Ángeles Pereira Especialista en Historia del Arte Tomado de Opus Habana
Este abril se cumplen 61 años de aquella memorable muestra realizada en la galería La Rampa que le otorgó visibilidad pública (y nombre) al grupo Los Once, también en este abril Agustín Cárdenas habría cumplido los 87. No estamos, pues, ante uno de esos aniversarios «cerrados» que muy bien se prestan a magnas conmemoraciones. Sin embargo, esta exposición, El silencio de las formas, bajo ningún concepto merecía postergarse: el público cubano ha esperado demasiado tiempo para que pudiera producirse, al fin, el encuentro cercano —y a solas— con el más universal de sus escultores. Cárdenas salió de las aulas de San Alejandro en 1949. Durante el primer lustro de labor creadora pudo mostrar puntualmente sus obras en su natal provincia de Matanzas y en La Habana, las más de las veces compartiendo espacios —la Central de Trabajadores de Cuba, el Lyceum, el Palacio de Bellas Artes— con jóvenes artistas que, como él, se revelaban promisorios para nuestra escena plástica (René Ávila, Raúl Martínez, Rafael Soriano); y, como quiera que integró la nómina fundacional de Los Once, expuso con ese colectivo entre 1953 y 1955 hasta que, a finales de ese último año, se marchó a París. Allí se radicó, y desde allí desplegó a lo largo de más de cuatro décadas una imponente obra que nos enaltece y nos prestigia pero de la cual, justo es admitirlo, conocemos muy poco. La crítica nacional apenas tuvo tiempo para avistarlo. Guy Pérez Cisneros, quien desde el decenio anterior ya celebraba el excelente baño de depuración que comenzaba a aplicarse la escultura cubana, no alcanzó a confrontarlo. Y es una pena, porque quien tuvo el tino de advertir tan tempranamente la necesidad de ahondar algún día en la formidable interpretación del trópico —ese trópico preñado de magia— que nos ofrecía un Wifredo Lam recién regresado de Europa (1944), sin duda hubiese sabido aquilatar la prodigiosa contribución que significaba, desde sus comienzos en Cuba, la escultura de Agustín Cárdenas. La Escuela de París, en cambio, lo reconoció enseguida. André Bretón lo convidó a participar en la exposición colectiva que entonces se gestaba en la galería de Etoille Scellée (1956); tres años más tarde, fue el Padre del Surrealismo en persona quien respalda la presentación del cubano en la galería Le Cour d'lngres (1959), en la que sería su primera muestra individual en Europa. En breve, el nombre de Agustín Cárdenas quedó inscripto en los importantes diccionarios de escultura moderna que por esa fecha empezaron a editarse en Francia y en España. Es un hecho que el joven que arribó a la capital francesa con solo 28 años era un escultor sólidamente formado en el dominio del oficio y, lo que es mejor —sobre todo si se cumple lo primero— un artista con intereses y rumbos certeramente identificados. El ejemplar magisterio de Juan José Sicre lo había entrenado para afrontar sin titubeos los rigores y riesgos de la talla directa. De Sicre debió haber aprendido, también, lo útil de colocarse en el momento moderno, después de estudiar bien de cerca a los clásicos. Mas, los clásicos, obviamente, con el paso del tiempo dilatan su nómina, de modo que a las lecciones de Rodin, Bourdelle y Maillol, sumó el joven Cárdenas la pertinaz curiosidad por Jean Arp, Henry Moore y, por supuesto, Brancusi. En La Habana conoció de sus obras a través de fotografías; en París, las contrastó frente a frente. Al inicio de su trayectoria incursionó en la forja con unos pocos trabajos en hierro, pero la técnica que definitivamente lo sedujo fue la talla, en específico, la talla en madera. Coinciden los estudiosos de su obra al señalar que en Cárdenas la madera es permanencia y es base; base fundamental, diría Javier Giroud, más grave incluso que el metal o que la piedra. Luego, en Europa, aprendió a chamuscarla, a regular los abrasadores efectos del fuego para indagarla en el proceso y descubrir las estrías, las vetas, las venas del material, consiguiendo, al cabo, esa luminosidad inherente a su personalísimo sello. Tan vital e insondable es la relación de Cárdenas con la madera que aún sus bronces y sus mármoles participan de ese recóndito aliento vegetal, perceptible no solo en las flamantes texturas que adquieren, sino en las ondulaciones, las protuberancias y los hundimientos que más que resultantes de una humana voluntad estética, parecieran orgánicas creaciones de la naturaleza. Es menester insistir en que esa intimidad con la madera cuajó en suelo cubano puesto que, como se sabe, la apelación a la talla directa y el privilegiado empleo de este material han sido factores ineludiblemente asociados a la vocación de reconocimiento identitario que distinguió a la vanguardia escultórica cubana. Sucede, sin embargo, que Agustín Cárdenas a diferencia de sus antecesores y contemporáneos, no se limitó a esgrimirlo en favor de la representación figurativa de aristas temáticas de franca intención nacionalista (las raíces aborigen y africana, lo mestizo, lo popular), ni se conformó con convertirlo en dúctil soporte de audaces interpretaciones abstractas de motivos más o menos asidos a un referente exterior. Desde su etapa habanera, Cárdenas optó por exploraciones mucho más complejas e intrincadas a cuyos propósitos no les estaba permitido ningún tipo de anexión. Así, los primeros tótems, figuras y formas no intituladas convivieron con las parejas, las maternidades, las formas verticales, las columnas de fuego y las plantas antillanas que llegaron después, participando por igual de ese espíritu irredento ante toda suerte de intelectualizaciones. En ese sentido habría que coincidir con Michel Troche cuando sostiene que nada es menos «abstracta» que la escultura de Cárdenas.1 Paradójico aserto, entre nosotros, si es que acaso nos empecináramos en seguir equiparando las nociones de modernidad y de abstracción en la historia de la escultura cubana. Más sensato sería tratar de explicarnos la acogida inmediata, la ascendente carrera, la admiración que despertó internacionalmente su obra a lo largo de la segunda mitad del siglo xx (la que todavía despierta) a partir del desprejuicio y de la inclusiva avidez de aprendizaje con que el artista cubano comprometió su existencia. Tamaña fascinación y respeto obedeció, asimismo, a la universalidad de sus búsquedas y a la manera genuinamente personal con que logró expresar sus hallazgos. De seguro, Cárdenas tomó conciencia y posesión de ese bien común que es la memoria reunida en el continuo del trato del hombre con la naturaleza. En tanto escultor, supo escudriñar en ella, en su riqueza vegetal y mineral, los secretos de ese universo de formas que escapan totalmente a la voluntad humana; formas que no son abstractas porque, visibles o no para nosotros, están ahí, y han precedido o sucedido desde siempre a todos los diluvios, a todas las glaciaciones...2 La condición afroantillana del artista lo situó, por demás, en una posición de enlaces, de confluencias de etnias, culturas, tiempos y, en consecuencia, de estéticas que se revelan hoy extraordinariamente actuales, vigentes, imperecederas. Como atestigua Édouard Glissant3, el silencio con que el artista viste a sus esculturas nos contagia, nos ofrece cardinales respuestas, a la vez que estimula nuevas preguntas y meditaciones que felizmente se encauzan en introspectivo diálogo con el paisaje interior que nos convoca. Este encuentro a solas que tenemos, por fin, con un valioso segmento de la obra de Agustín Cárdenas nos ayuda a conocerlo mejor y a (re)incorporarlo. Tal es el supremo valor de «Las formas del silencio». __________________________ 1Troche, Michel. «Cárdenas droit á l´ independence», en Cárdenas sculpteur (Catálogo). París, Fondation Nationale des Arts Graphiques et Plastiques, 16 de junio-30 de septiembre de 1981. 2Jouffroy, Alain. «Cárdenas et le fond des temps», en Cárdenas. Sculptures et oeuvers sur papier (Catálogo). Géneve. Galerie du Chateau, octobre-novembre.décembre, 1992. 3Glissant, Édouard. Sept paysages pour les sculptures de Cárdenas. Texto escrito en Fort de France, Martinica, marzo 1979.

jueves, 17 de abril de 2014

Pone a la venta la editorial Libros en Red el volumen Felipe III y La Dorada. Cuba entre 1598 y 1608.

¿Cuándo se fundó la primera institución hospitalaria en Cuba? ¿Cuál fue la primera obra de teatro que disfrutaron los habaneros? ¿Qué importancia tuvo la Fábrica y Fundición de Artillería de La Habana? ¿Quién fue el primer loco deambularte de La Habana? ¿Cuándo y por qué se realizó el primer reconocimiento geológico – minero de la Isla? ¿Se conocieron el Obispo fray Juan de las Cabezas Altamirano y el poeta canario Silvestre de Balboa, autor del conocido poema Espejo de Paciencia? Responder a estas y otras interrogantes y revelar numerosos detalles inéditos o poco conocidos de la historia de Cuba es el propósito del libro Felipe III y La Dorada. Cuba entre 1598 y 1608 del museólogo e investigador cubano Ernesto Aramis Álvarez Blanco (Cárdenas, 1968), cuya edición impresa se puso a la venta ayer. El volumen, de 504 páginas y con ilustraciones y portada a cargo del conocido caricaturista cardenense Orlando Ramos (Orlandito), se comercializará muy pronto, bajo el sello editorial Libros en red, en las librerías de varios países del orbe y en Amazon, Barnes & Noble y otros conocidos sitios de Internet. El texto, patrocinado por la importante empresa barcelonesa Praedium Desarrolllos Urbanos S.L y la Fundación Theo Habana Collections, es el resultado de tres años de intensa labor, en los que su autor se sumergió en decenas de legajos de la época conservados en archivos cubanos y extranjeros, especialmente en el Archivo General de Indias de Sevilla y el Archivo Histórico Nacional de Madrid, para ofrecer al lector detalles del mundo cotidiano de los habaneros y de los habitantes de otras regiones de la tierra adentro, entre 1598 y 1608. Rigor histórico, abundancia de documentación y densidad narrativa, son algunos de los aspectos más positivos de este libro. Con un estilo narrativo, que agrega -al interés que despierta su aporte intelectual- el agrado de leerlo, el autor nos presenta una extensa investigación bibliográfica y archivística sobre un desconocido momento de la historia de Cuba. Ernesto Aramis Álvarez Blanco se graduó en 1988 como museólogo, con el primer expediente de su curso y la máxima calificación en su tesis de grado, en el Centro de Superación Profesional y Artística de Matanzas. Desde el 2002 y hasta el 2011, fungió como Historiador de la Ciudad de Cárdenas. Ha obtenido cerca de un centenar de premios y menciones en eventos y concursos locales, provinciales, nacionales e internacionales y recibido varias distinciones. Tiene publicados en Cuba y España numerosos folletos, poemarios, plegables y libros, entre los que se encuentran Recorro mi Ciudad, Oscar M. de Rojas, La Ermita de Montserrat de Matanzas, Cárdenas: Prehistoria de una Ciudad, Subiendo como un sol la escalinata, Yo soy la Virgen de la Caridad, Arenys de Mar en Cuba/Cuba en Arenys de Mar, Varadero: de caserío a centro turístico (1883-1958) y Cataluña: Encuentro de pueblos y culturas, estos dos últimos como coautor. Los interesados en adquirir este volumen pueden hacer sus pedidos de la versión impresa o digital - en PDF y en .EPU - a través del enlace http://www.librosenred.com/libros/felipeiiiyladoradacubaentre1598y1608.html Como cortesía de los patrocinadores del volumen y de la editorial le adjuntamos un adelanto del libro en PDF y la imagen de su portada. Esperamos que sean de su interés. Si desea contactar con el autor de Felipe III y La Dorada. Cuba entre 1598 y 1608 puede hacerlo a través del email eablanco@enet.cu o del teléfono 45 – 523526.

martes, 15 de abril de 2014

El Médico Chino.

Por: Roberto Bueno Castán. Tomado de su libro Viejas Estampas Cardenenses publicado por Ediciones Matanzas. Con motivo de conmemorarse hoy el 81 aniversario del natalicio del poeta, periodista e historiador cardenense Roberto Bueno Castán regalamos a nuestros lectores una de sus más conocidas estampas locales. ¡A éste no lo salva ni el médico chino!
Como un proverbio, esta antigua frase ha mantenido su vigencia a través de los años, como vaticinio de un final sin solución favorable. Así, al aquejado por grave dolencia, al que atraviesa por una difícil solución, al sorprendido infraganti en la comisión de un delito, se le pronostica que: “no lo salva ni el médico chino”. Esta expresión, conocida por varias generaciones, se originó en Cárdenas, a poco de hacer su aparición un místico personaje asiático que fijó su residencia en la hoy Avenida José Martí (Vives), entre Industria y Coronel Verdugo, donde existía por aquella época una pequeña casa de madera, contigua al cuartel de bomberos. Según el historiador cardenense Miguel Martínez, fue por los años 1865 a 1870, mientras que Emilio Roig de Leuchsering dice que “por el año l872 apareció en Cárdenas”. De todas formas, su presencia no significó nada extraordinario, pues en aquel entonces la Perla del Norte era asiento de numerosa colonia china. Algún tiempo después comenzó a crearse en torno a aquel hombre ---especie de mandarín, mago, hechicero, sabio consejero y científico---, de ojos rasgados y pequeños, de pobladas cejas y largos bigotes, aunque no espesos, una extraordinaria leyenda de curas milagrosas. Aunque no los dominaba a la perfección, hablaba, a más del suyo, los idiomas inglés y español, lo que denotaba amplios conocimientos y vasta cultura. Era cuidadoso en el vestir cuando lo hacía con el tipicismo de su tierra o a la moda imperante en Europa. Al principio fueron sólo sus paisanos los que acudían a él en busca de remedios para los males corporales y las aflicciones. Recetaba para los primeros sus medicamentos y prodigaba para los segundos sabios consejos. Profundo conocedor de la flora de distintos países -especialmente el suyo- y sus propiedades medicinales, empleaba sus aceites y extractos en la preparación de sus medicamentos. Poseía buena existencia de raíces, cáscaras y hojas de esas plantas, aunque a veces adquiría algunos de esos componentes en la farmacia china, situada en Ruíz entre Coronel Verdugo e Industria y en otras ocasiones utilizaba productos farmacéuticos europeos que en eran vendidos en boticas locales. Con sus fórmulas consiguió realizar numerosas curas que de inmediato sus paisanos se encargaban de divulgar, tanto en la localidad como fuera de ella, cuando viajaban en busca de trabajo o negocios. Alcanzó pronto gran renombre, ya que procedentes de ésta y otras localidades, constantemente llegaban personas para ser tratadas por el “doctor Chambombián”como se le llegó a conocer, aun cuando no poseía el correspondiente título de médico, a pesar de lo cual lograba curar a enfermos de disentería, fiebres coleriformes, asma, agotamiento, y de otros innumerables padecimientos, lo que le hacía acreedor de gran notoriedad. De esta forma la fama de Chambombián se extendió, sin que por ello estuviera exento de críticas y burlas por parte de los incrédulos o mal intencionados, interesados en afectar su popularidad, lo que dio motivo a muchas anécdotas. La más divulgada es la del día en que fue visitado por tres personas, aparentemente cultas y decentes, quienes pretendieron poner en ridículo sus conocimientos. Dando muestras de ser gran observador y sicólogo, Chambombián inmediatamente se percató de las intenciones de los visitantes, a los que, cortésmente, comenzó a atender y les mostraba extraños componentes de sus medicamentos, mientras que con discreción hacía probar a uno cierta bebida con apariencias de té; aspirar a otro un supuesto rapé y oler al último desconocida sustancia. No transcurrió mucho tiempo sin que los tres presentaran síntomas de malestar; el primero, agudos olores estomacales; el segundo fuerte resfriado y el tercero abundante hemorragia. Ante la atemorizada y urgente solicitud de atención por parte de los afectados, Chambombián se limitó a responder que él no podía atenderlos, que fueran con urgencia a algún médico, pues como ellos pensaban, él era simplemente un charlatán. Sólo después de confesar sus propósitos y de suplicar el perdón y la cura, fueron tratados por el médico chino, quien rápidamente hizo desaparecer aquellos males con determinados medicamentos. A veces de buena fe y otras en son de burla, cuando un enfermo no experimentaba mejoría con tratamientos de médicos locales se le aconsejaba que visitara al “medico chino”, único que podía lograr su salvación, originándose así la frase que como un proverbio, mantiene su vigencia cuando se pronostica al aquejado por grave dolencia, al que atraviesa por una difícil situación o al sorprendido infraganti en la comisión de un delito: ¡A ese no lo salva ni el médico chino! Tendido sobre su cama, una mañana Chambombián fue encontrado sin vida. Nadie conocía que se encontrara enfermo, por lo que muchas versiones fueron propaladas; mientras unos pensaban que había sido envenenado por algún enemigo anónimo, otros se inclinaban a pensar que él mismo se había ocasionado el envenenamiento al probar uno de sus preparados. Aún se desconoce quien fue el culpable de su muerte.

UN PROFESIONAL EN EL PLANO DE LOS IMPRESCINDIBLES.

Por: Aylet Rodríguez González. Periodista de Radio Ciudad Bandera.
Investigador, amante de la historia, soñador y enamorado son algunos de los calificativos mediante los cuales se puede conversar de Roberto Bueno Castán. Conozco al periodista mediante una conversación con el buen amigo e historiador cardenese Ernesto Álvarez Blanco y su esposa. Mis andanzas en su hogar, por aquel entonces, giraban en torno a la problemática de mi tesis universitaria y su objetivo general, pero con el tiempo trascendió a una eterna admiración por el quehacer de un profesional que dedicó su vida y obra al estudio perenne de la historia en todas sus dimensiones para con posterioridad transmitirla a sus receptores. Quizás por el sentimiento de amor a la historia y a sus principales protagonistas me considero eterna admiradora de su valioso texto Viejas Estampas Cardenenses y en particular del devenir del médico chino que se incluye en el referido libro. Definir el legado de su labor mediante palabras o escritos sería imposible, pues aunque estudió Licenciatura en Periodismo en la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Habana, fue fotógrafo, poeta, historiador, escritor; al periodismo dedicó su fecunda existencia, incluso antes del triunfo de la Revolución, en que se incorporó a la emisora Radio Ciudad Bandera en 1952. Sin embargo su eterna pasión, además de su familia, fue su prolija profesión, a la cual dedicó su existencia. Un periodista que buscó la verdadera noticia, la que pocos persiguen; investigando lo que nadie averiguaba y así la encontró. Sus temas de preferencia dentro del periodismo investigativo son los relacionados con la cultura e historia. Cultivó en lo fundamental géneros como la entrevista, crónica y comentarios, los que muestran su visión de aquella Ciudad Bandera que le tocó vivir, mostrando una parte del pasado de ella y reflejándola en sus trabajos. La repercusión que tuvieron muchos acontecimientos históricos para la cultura cardenense estuvo vinculada con la descripción que realizó Bueno Castán a través de sus diversos trabajos como colaborador de la radio y como historiador. Entre ellos se cuentan: Crónicas de mi pueblo, Viejas Estampas cardenenses, Apuntes para la historia de Cárdenas y Los tres ferrocarriles de Cárdenas; así como innumerables testimonios de personalidades y sucesos culturales e históricos. Roberto Bueno se erige como una de las glorias del periodismo radial cardenense , su trayectoria de más de medio siglo al servicio de la Revolución, la radio y el valor de su empresa periodística, lo convirtieron en acreedor de significativos méritos como el Micrófono de la Radio Cubana en 1997 y el Premio Violeta Casals en 2001. Roberto no se estancó en lo noticioso. Le concernía formar una conciencia en los receptores y para lograrlo llevó su espíritu humano al periodismo que hacía. Tuvo a su cargo importantes secciones como la Sección astrológica y Efemérides cardenenses. Trabajaba mucho los temas históricos, porque además de periodista era un investigador muy consecuente de todos los problemas de esta índole; específicamente de la historia de la localidad, incluidos los personajes más destacados y recurría a ellos por el conocimiento que tenía y por la experiencia de su quehacer como investigador de estos asuntos. Reseñó las costumbres cardenenses para salvarlas del olvido y que en el futuro los más jóvenes conocieran las leyendas, tradiciones orales y los testimonios de la labor muchas veces anónima de los hombres y mujeres humildes (pregoneros, anunciantes y poetas populares) que forman parte inseparable de la historia local y nacional. En lo referente a la temática deportiva la abordó mediante las entrevistas que realizó al pelotero Tomas Soto y al remero olímpico Luis Olivera. Respetuoso del idioma, era pulcro al escribir y emitir sus trabajos periodísticos y no usaba términos populares. Muy riguroso y dominaba la gramática. Nunca fue presuntuoso en ellos, ni los adornaba con muchas metáforas. Con elegancia y profundidad abordó cada temática y género periodístico, en cada espacio donde estaba presente su nombre, dejando huellas de profesionalidad que constituyeron referentes tanto para quienes laboraron con él, como para los receptores. Impuso un lenguaje agudo y sagaz, acorde con el carácter informativo y de ejercicio del criterio. Roberto persiguió el fin de hacer un periodismo con el afán de motivar al receptor en la comprensión de la información que se originaba, de analizar los hechos sin fanatismos, de potenciar el nivel intelectual del pueblo mediante su labor. En la actualidad siento a Roberto Bueno Castán a mi lado, junto a ese periodismo de investigación histórico que ejerzo con cotidianidad y del cual él resulta mi principal inspirador. Su importante archivo se conserva y su imagen e impronta continúan hoy, como expresara Ernesto Álvarez, en ese plano de los imprescindibles.

domingo, 6 de abril de 2014

No más invidentes sociales en Cárdenas

Por: Leandro Barrios Galá Tomado de http://radiociudadbandera.wordpress.com/
Siempre disfruto caminar por las calles de Cárdenas, una ciudad cargada de historia y primicias, pero ese placer me trae en los últimos tiempos más sinsabores que felicidad. Hace apenas unos días lo hacía con mi pequeño de 7 años de regreso de la escuela por la Calle de Calzada, como de costumbre conversábamos sobre sus actividades del día, de cómo le había ido. A la altura del cruce con la calle Calvo, justo en frente al bar restaurante “Barra 1470”, estaba estacionado un coche tradicional y el caballo se acomodó y comenzó a evacuar. Mi niño se sorprendió muchísimo, aunque esta escena se repite a diario en Cárdenas, dio rienda suelta a su parecer : “qué asco” y el cochero visiblemente molesto le contestó: qué quieres papi que se lo amarre?. Narrar el desagradable encontronazo que sobrevino entre él cochero y yo no vale la pena, prefiero compartir mi reflexión sobre el tema de las indisciplinas sociales en Cárdenas, donde cabe perfectamente la citada anteriormente. Creo que la situación ha llegado a este punto por la incompetencia de los que dirigen algunas esferas. ¿Acaso una conducta permisiva, negligente o de ceguera y sordera no constituye también una indisciplina social?. Esta incapacidad genera a diario un efecto mariposa sobre el hecho más simple. Por ejemplo: Los ciudadanos rompen las calle con la intención de reparar la acometida hidráulica, pero lo hacen sin el permiso de Hidrología y Urbanística, por lo que constituye una indisciplina pero…. -La institución encargada de hacerlo no lo acomete -La institución que debe velar porque no se cometan indisciplinas y aplicar la ley está ciega -La familia está sin agua Muchos son los ejemplos que afloran hoy en Cárdenas que denotan la falta de autoridad por los organismos y entidades encargadas de mantener el orden y la disciplina ciudadana en las calles, precisamente en esas donde algunos deciden crear un microvertedero en las esquinas donde mismo Servicios Comunales ubicó contenedores para su recogida y luego retiró sin que mediara explicación alguna. Estos son sólo algunos ejemplos de indisciplinas sociales en Cárdenas como el del cochero que cité al inicio, pero lo que realmente me preocupa es que yo reaccioné movido por la observación de mi hijo porque el incidente para mí resultaba cotidiano y así sucede con casi todo lo que hace que el listado de indisciplinas y de invidentes sociales se incremente a diario. Entonces recuerdo un fragmento de una décima del poeta Jesús Orta Ruiz Indio Naborí: Tiempo es ya que los ojos de Fidel sean tus ojos, mis ojos, los de este y los de aquel……” En mi opinión no hay peor indisciplinado social que aquel que la permite, una lección que aprendí con mi hijo de siete años que hizo que mis ojos me sirvan para ver y denunciar lo mal hecho, así todos podremos disfrutar nuevamente los paseos por las calles de Cárdenas, una ciudad cargada de primicias que mostraba antaño orgullosa y que hoy su gente a penas recuerda.


"De amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para adquirir las glorias

nuevas".

José Martí



“… la HISTORIA NOS AYUDARÁ A DESCUBRIR LOS CAMINOS DE HOY Y DE MAÑANA, A MARCHAR POR ELLOS CON PASO FIRME Y CORAZON SERENO Y A MANTENER EN ALTO LA ESPERANZA (...)”.

RAMIRO GUERRA