sábado, 1 de febrero de 2014
En el 500 aniversario de la fundación de la villa de Santa María del Puerto del Príncipe: La visita del Obispo fray Juan de las Cabezas Altamirano a Camagüey.
Por: Ernesto Álvarez Blanco.
Museólogo e Investigador.
Fragmentos de su libro Felipe III y La Dorada (Cuba entre 1598 y 1621), en proceso de edición por la editorial Libros en Red.
Más información en www.librosenred.com/libros/felipeiiiyladoradacubaentre1598y1608.html
El 28 de septiembre de 1607, fray Juan de las Cabezas Altamirano está de visita en la villa de Santa María del Puerto del Príncipe, desde donde envió una carta al rey Felipe III, para recordarle que hacía algún tiempo le había escrito desde La Habana —sin haber obtenido aún respuesta— sobre tres aspectos que le habían parecido:
… convenían al servicio de Dios y de V. [Vuestra] Md. [Majestad] que son la primera hacerse allí una Iglesia más capaz porque la q. [que] al prte. [presente] hay no lo es para la semana sta. [santa] actos pucos. [públicos] y sermones y también porque en ocasión de suceder poder venir el enemigo a la dha [dicha] Habana se había de echar por tierra el templo que hay por poderse fortificar en él el enemigo, según estoy informado de personas expertas que tratan de la milicia. La segunda el conservar el Seminario que allí dejé, pues es tan conforme a lo que manda el sagrado Concilio de Trento y a una vra. [vuestra] Real cédula que para ello tengo y para el descargo de vra. [vuestra] conciencia atento que La Habana es cabeza de esta Isla y donde hay número de eclesiásticos y necesidad de letras. La tercera es un Convento de Monjas para obviar muchos y graves pecados y desgracias que por momentos allí suceden, y para la conservación del honor de los que allí están dedicados al servicio de V. M. [Majestad] en la milicia [...] .
El Obispo agradeció al Soberano la merced que había hecho a toda la Isla:
… con el Perdón Gnal. [General] que con tan liberal mano le ha concedido en la materia de resgates , el cual ha sido parte o mejor decir el todo, para que hayan cesado de todo punto, y así lo he visto, y certifico a V. [Vuestra] Magd. [Majestad] en lo que he andado que es hasta el puerto de el Príncipe de donde escribo esta a V. Magd. ciento y cincuenta y cinco leguas de la Habana la tierra adentro de esta Isla de Cuba, donde estoy de presente continuando la visita de este Obispado y lo mismo entiendo según estoy informado, que hay en todos los demás pueblos de la Isla de los cuales escribiré a V. Magd. si hubiere cosa en contrario, que a mí no se me podrá esconder […] .
Cabezas Altamirano se permitió en su misiva recomendar a Felipe III que, para que la gracia que había concedido a los rescatadores de la Isla fuera “… adelante de parte de los que la reciben, y no tenga ocasión de entrada esta contagiosa peste […]” , mandara:
… acudir al remedio de la necesidad de estos pueblos de la tierra adentro, con darles licencia, para que pueda venir cada uno o dos años un navío de esos reinos con registro de Vra. [Vuestra] Magd. [Majestad] a esta Villa q. [que] llaman Puerto de el Príncipe y en uno de sus puertos que son el que llaman de Yguey o en el de la Guanaja hacer su drecha. [derecha] descarga porque en esta tierra las posesiones y haciendas de los vezos. [vecinos] son vacas, y ganado menudo o menor, que las sementeras de ella son trigo de las Indias llamado maíz, y Cacabi , que es mantenimº [mantenimiento] que a lo que entiendo en solo estas partes se gasta, y vale un cuero de toro ocho reales y uno de vaca seis puestos en los embarcaderos q. el q. más cerca está de esta Villa dista doce leguas de ella, y el más apartado catorce […] .
El Obispo comentó, además, al Soberano que en Puerto Príncipe:
… las mercaderías se venden tan caras, por traerse de La Habana de revendedores, y aquí venderse por recatones, que vale ahora actualmte. [actualmente] una vara de ruan veinte reales, y una de canamazo ocho reales, y una de seda dieciséis reales, y una de Holanda vasta, sesenta reales, y un cuartillo de vino tres, y cuatro rs. [reales] cuando más barato y no teniendo como no tiene la gente para sustento y vivienda de cosecha de la tierra como tengo dicho a V. [Vuestra] Magd. [Majestad] más que cazabi que se hace de raíces de árboles pequeños , carne de vaca y tocino, mal podrán suplir sus necesidades, siendo los precios del vino paño y ropa tan excesivos si V. Magd. no lo remedia en la forma dicha, y en esta parte se persuada V. Magd. que no ha sido tanto la cudicia cuanto la summa necesidad la que ha abierto la puerta a los resgates y con esta mat. [materia] y concesión no tendrán ocasión de volver a los dhos [dichos] resgates […] .
Para interesar al Rey en el asunto, Cabezas Altamirano le aseguró que, al conceder la licencia solicitada por él, se obtendría un notable beneficio en su Real Hacienda, ya que volvería a España: “… el dho [dicho] navío todas las veces que viniere, cargado de cueros, por haberse en solo esta villa del Puerto del Príncipe de doce mil cueros arriba en cada un año sin otros muchos q. [que] se pueden conducir a ella de otros lugares de esta Isla. Y si los gobernadores de V. [Vuestra] Magd. [Majestad] pudieran ver por los ojos las necesidades referidas, como yo las he visto y veo en razón de haberlo todo visitado por mi persona entiendo que hubiera muchos días que estuviera esto remediado – […]” .
El Prelado solicitó a Su Majestad que diera el permiso necesario para que los vecinos de la villa del Puerto del Príncipe y de otros puertos de la Isla pudieran “… como solían llevar libremte. [libremente] de esta Villa […] mantenimientos a las provincias de la Florida […] de que resulta haber en las dhas [dichas] provincias de la Florida grande hambre y necesidad y excesiva carestía de mantenimtos [mantenimientos] , en especial de carne de vaca y tocino […]” .
El Obispo envió al Monarca, junto con esta misiva, varios documentos, los cuales contienen las averiguaciones realizadas por él en la tierra adentro, en torno al pago de los diezmos correspondientes a la Iglesia. Entre ellos hay uno de particular importancia, pues demuestra que por esa época (como bien se dice en la carta-dedicatoria que Silvestre de Balboa Troya incluyó en su poema Espejo de paciencia) se conocieron el Prelado y el Escribano - Poeta de Puerto Príncipe. La ocasión fue de seguro propicia para que Silvestre de Balboa supiera de primera mano, ya que no estuvo presente en 1604 en el secuestro y posterior rescate del Obispo, los detalles de ambos sucesos.
El documento, que constituye una prueba fehaciente de la conexión que existió en tiempo y espacio entre Silvestre de Balboa y Troya, Fray Juan de las Cabezas Altamirano y el notario público Nicolás Guilisasti, fue redactado en los siguientes términos:
Yo Silvestre de Balboa Troya Escribano Público y del número de esta villa de Santa María del Puerto del Príncipe que es en esta isla de Cuba y de presente no hay otro escribano si no yo solo doy fe y verdadero testimonio a los que la presente vieren como Nicolás Guilisasti de quien va firmada la información de atrás es Notario Público del juzgado eclesiástico de la audiencia de Su Sa. (Santísima) Rma. (Reverendísima) el maestro don Fray Juan de las Cabezas y Altamirano obispo de la isla de Cuba y a los autos que ante él pasan se le ha dado y da entera fe y crédito en juicio y fuera del como notario fiel y legal y para que de ello conste lo firmé de mi nombre en el Puerto del Príncipe en veinte seis días del mes de septiembre del mil seiscientos y siete años
Silvestre de Balboa
Notº (Notario) Puco (Público) .
Meses después, el 18 de enero de 1608, fue vista y decretada, por el Rey y su Consejo, el contenido de la carta del Obispo al Rey fechada el 28 de septiembre del año anterior. En este sentido, se ordenó que el Gobernador de la Isla informara “… de la Iglesia y pareciéndole q. [que] se debiera hacer otra Iglesia Mayor cómo y a que costa […] se podría hacer […]” .
En 1607, durante su estancia en la villa de Santa María del Puerto del Príncipe, Cabezas Altamirano decidió a favor de los indios principeños el pleito existente por entonces entre mercedarios y franciscanos, por la posesión de la ermita de Santa Ana. Este templo había sido construido en 1550 por los aborígenes y sus descendientes.
En 1587, Diego Sifontes hizo entrega del legado de 1500 ducados dejados por el indio mestizo Guillermo Olón al franciscano fray Francisco Amado para levantar un edificio mejor para la Ermita, de cal y canto, que sustituyera al anterior, con la condición expresa de que se erigiera un convento en la Villa. El litigio surgió porque en 1589 —pasados dos años sin que se construyera— Sifontes trasladó el donativo al mercedario fray Fernando Collantes, establecido en Puerto Príncipe desde 1587, con el propósito de levantar un monasterio bajo la advocación de la Virgen de la Merced. Los franciscanos se negaron a entregar la ermita de Santa Ana, por lo que se inició un largo litigio entre ambas órdenes, que se agravó durante la visita del Obispo debido a la decisión tomada por este a favor de los legítimos dueños de la Ermita.
"De amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para adquirir las glorias
nuevas".
José Martí“… la HISTORIA NOS AYUDARÁ A DESCUBRIR LOS CAMINOS DE HOY Y DE MAÑANA, A MARCHAR POR ELLOS CON PASO FIRME Y CORAZON SERENO Y A MANTENER EN ALTO LA ESPERANZA (...)”.
RAMIRO GUERRA