martes, 15 de abril de 2014

El Médico Chino.

Por: Roberto Bueno Castán. Tomado de su libro Viejas Estampas Cardenenses publicado por Ediciones Matanzas. Con motivo de conmemorarse hoy el 81 aniversario del natalicio del poeta, periodista e historiador cardenense Roberto Bueno Castán regalamos a nuestros lectores una de sus más conocidas estampas locales. ¡A éste no lo salva ni el médico chino!
Como un proverbio, esta antigua frase ha mantenido su vigencia a través de los años, como vaticinio de un final sin solución favorable. Así, al aquejado por grave dolencia, al que atraviesa por una difícil solución, al sorprendido infraganti en la comisión de un delito, se le pronostica que: “no lo salva ni el médico chino”. Esta expresión, conocida por varias generaciones, se originó en Cárdenas, a poco de hacer su aparición un místico personaje asiático que fijó su residencia en la hoy Avenida José Martí (Vives), entre Industria y Coronel Verdugo, donde existía por aquella época una pequeña casa de madera, contigua al cuartel de bomberos. Según el historiador cardenense Miguel Martínez, fue por los años 1865 a 1870, mientras que Emilio Roig de Leuchsering dice que “por el año l872 apareció en Cárdenas”. De todas formas, su presencia no significó nada extraordinario, pues en aquel entonces la Perla del Norte era asiento de numerosa colonia china. Algún tiempo después comenzó a crearse en torno a aquel hombre ---especie de mandarín, mago, hechicero, sabio consejero y científico---, de ojos rasgados y pequeños, de pobladas cejas y largos bigotes, aunque no espesos, una extraordinaria leyenda de curas milagrosas. Aunque no los dominaba a la perfección, hablaba, a más del suyo, los idiomas inglés y español, lo que denotaba amplios conocimientos y vasta cultura. Era cuidadoso en el vestir cuando lo hacía con el tipicismo de su tierra o a la moda imperante en Europa. Al principio fueron sólo sus paisanos los que acudían a él en busca de remedios para los males corporales y las aflicciones. Recetaba para los primeros sus medicamentos y prodigaba para los segundos sabios consejos. Profundo conocedor de la flora de distintos países -especialmente el suyo- y sus propiedades medicinales, empleaba sus aceites y extractos en la preparación de sus medicamentos. Poseía buena existencia de raíces, cáscaras y hojas de esas plantas, aunque a veces adquiría algunos de esos componentes en la farmacia china, situada en Ruíz entre Coronel Verdugo e Industria y en otras ocasiones utilizaba productos farmacéuticos europeos que en eran vendidos en boticas locales. Con sus fórmulas consiguió realizar numerosas curas que de inmediato sus paisanos se encargaban de divulgar, tanto en la localidad como fuera de ella, cuando viajaban en busca de trabajo o negocios. Alcanzó pronto gran renombre, ya que procedentes de ésta y otras localidades, constantemente llegaban personas para ser tratadas por el “doctor Chambombián”como se le llegó a conocer, aun cuando no poseía el correspondiente título de médico, a pesar de lo cual lograba curar a enfermos de disentería, fiebres coleriformes, asma, agotamiento, y de otros innumerables padecimientos, lo que le hacía acreedor de gran notoriedad. De esta forma la fama de Chambombián se extendió, sin que por ello estuviera exento de críticas y burlas por parte de los incrédulos o mal intencionados, interesados en afectar su popularidad, lo que dio motivo a muchas anécdotas. La más divulgada es la del día en que fue visitado por tres personas, aparentemente cultas y decentes, quienes pretendieron poner en ridículo sus conocimientos. Dando muestras de ser gran observador y sicólogo, Chambombián inmediatamente se percató de las intenciones de los visitantes, a los que, cortésmente, comenzó a atender y les mostraba extraños componentes de sus medicamentos, mientras que con discreción hacía probar a uno cierta bebida con apariencias de té; aspirar a otro un supuesto rapé y oler al último desconocida sustancia. No transcurrió mucho tiempo sin que los tres presentaran síntomas de malestar; el primero, agudos olores estomacales; el segundo fuerte resfriado y el tercero abundante hemorragia. Ante la atemorizada y urgente solicitud de atención por parte de los afectados, Chambombián se limitó a responder que él no podía atenderlos, que fueran con urgencia a algún médico, pues como ellos pensaban, él era simplemente un charlatán. Sólo después de confesar sus propósitos y de suplicar el perdón y la cura, fueron tratados por el médico chino, quien rápidamente hizo desaparecer aquellos males con determinados medicamentos. A veces de buena fe y otras en son de burla, cuando un enfermo no experimentaba mejoría con tratamientos de médicos locales se le aconsejaba que visitara al “medico chino”, único que podía lograr su salvación, originándose así la frase que como un proverbio, mantiene su vigencia cuando se pronostica al aquejado por grave dolencia, al que atraviesa por una difícil situación o al sorprendido infraganti en la comisión de un delito: ¡A ese no lo salva ni el médico chino! Tendido sobre su cama, una mañana Chambombián fue encontrado sin vida. Nadie conocía que se encontrara enfermo, por lo que muchas versiones fueron propaladas; mientras unos pensaban que había sido envenenado por algún enemigo anónimo, otros se inclinaban a pensar que él mismo se había ocasionado el envenenamiento al probar uno de sus preparados. Aún se desconoce quien fue el culpable de su muerte.


"De amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para adquirir las glorias

nuevas".

José Martí



“… la HISTORIA NOS AYUDARÁ A DESCUBRIR LOS CAMINOS DE HOY Y DE MAÑANA, A MARCHAR POR ELLOS CON PASO FIRME Y CORAZON SERENO Y A MANTENER EN ALTO LA ESPERANZA (...)”.

RAMIRO GUERRA