martes, 23 de junio de 2015

En el 500 aniversario de Remedios: El oidor Manso de Contreras y su visita a Cuba.

Por: Ernesto Alvarez Blanco. Ilustración: Orlando Ramos (Orlandito).
En el mes de marzo de 1606, llegó a Cuba en la goleta Palomera, procedente de Santo Domingo, de donde partió en el mes de febrero de este mismo año el Oidor Mayor de la Justicia de esa Real Audiencia, Francisco Manso de Contreras, acompañado de su mayordomo, Alonso Patilla. Manso de Contreras, quien temporalmente estaba sin ejercer, había sido comisionado por la referida Real Audiencia de Santo Domingo para que se trasladara a Cuba, con objeto de investigar sobre la presencia sin autorización, en la Isla, de emigrantes llegados de las zonas que la Corona había ordenado despoblar en La Española. Inicialmente, el Oidor se instaló en la villa de San Juan de los Remedios del Cayo , sitio en el que: “... Oyó impasible... las reclamaciones de los nativos. Puso coto a las ambiciones de los colonizadores. Atendió a las víctimas y castigó sin miramientos de alcurnia ni blasones a los vulneradores de la Ley… Organizó expediciones a los cayos inmediatos a la costa y comenzaron nuevas redadas de forzados a galeras a desfilar por los campos antes plagados de bandoleros y contrabandistas y nuevos patíbulos a recibir incesantemente carne de horca sembrando el terror en aquellas aguas que habíase convertido en madrigueras de corsarios, piratas y salteadores de la navegación hacia las rutas de España Hubo un compás de espera… [...] Volvieron a dormir satisfechos los vecindarios de los cayos y sobre sus verdes aguas a navegar seguras las naves pescadoras, las goletas que aprovisionaban las costas floridanas, los galeones que marchaban a España confiados en que no encontrarían piratas en su ruta marinera [...]” . Durante su estancia en Cuba, Manso de Contreras se dedicó a limpiar las costas, cayos e islotes de los piratas y corsarios que los infestaban; y persiguió además, con saña, a los contrabandistas. “Su cercano parentesco con el privado duque de Lerma le brindó poderosos medios para cumplir su misión aun a costa de no dejar descansar al verdugo… En tres años y medio, Santo Domingo y sus islas inmediatas quedaron limpios del espectro amenazador de los corsarios… Convencidos estos de que su adversario no era espíritu que se amedrentase y sintiendo cómo su organización se debilitaba para nutrir los patíbulos del Oidor Mayor y las galeras del Rey, optaron sabiamente por huir a otras costas y tierras donde poder continuar su encanallado tráfico… Pero el Comendador de Calatrava tenía jurisdicción real sobre el nuevo campo y mar elegido por los corsarios bajo el cielo antillano y en impecable tarea los persiguió hasta las playas cubanas… Sus medidas duras, extremadas, sin cuartel ni gracia para los temibles delincuentes, sufrieron los efectos de un ciclón sobre las tierras del Oriente criollo… A medida que Don Francisco Manso de Contreras avanzaba por los caminos de lo que hoy son zonas o términos de Guantánamo, Santiago de Cuba, Bayamo, Manzanillo y Holguín, las cuerdas de forzados a galeras se multiplicaban y raro era el día que en la plaza de algún villorio no se alzaban los siniestros maderos donde la justicia dejaba balanceándose al aire el cuerpo de algún asesino [...]” . Manso de Conteras, después de algunos retrasos y aventuras, llegó a La Habana el 4 de junio de 1606, según informó el Gobernador al Rey. Este agregó que había recibido con su llegada y sobre todo, con la misión que se le había encomendado: “... particular alegría por el mucho deseo que he tenido de que este exceso se remediase y que los vasallos de V. [Vuestra] Mag. [Majestad] anden en su real servicio con la lealtad que deben de las diligencias que ha comenzado a hacer se echa bien de ver la gran prudencia y cordura que tiene y que en materia de averiguación se le esconderán pocas cosas porque como ha asistido en estas partes tanto tiempo tiene muy conoscida la condición de los que viven en ellas lo cual para otros es de harta dificultad y aunque esta Isla es muy aparejada para asconderse los que huyen de la justicia creo que su venida ha de ser de mucho efetto y que con ella cesan esta insolencia [...]” . Aunque no se ha hallado en los archivos el título del Oidor de Manso de Contreras, se sabe que más adelante surgió una cuestión acerca del alcance y duración de su cometido. Tenía entendido la Corona —según se desprende de una Real Cédula fechada el primero de mayo de 1606— que había viajado a Cuba para que hiciera cumplir la decisión de la Real Audiencia de que los emigrantes de la región de Guanaibes, en La Española (que habían sido desalojados de esa zona e instalados en Santiago de Cuba y Bayamo), se marchasen y se establecieran de nuevo en Santo Domingo. Sin embargo, al llegar a La Habana, dijo que venía con el propósito de investigar los rescates en general, y Valdés lo aceptó como persona autorizada para hacerse cargo de esta labor de la mayor importancia. Si el Gobernador conocía las limitaciones del título que traía el Oidor, o si (habiendo sido expedido por ocho meses) dicho nombramiento había expirado el plazo antes de que llegara a La Habana, aparentó ignorarlo. Por esta época, incluso, se llegó a afirmar que Valdés había anunciado que el Título de Manso de Contreras era infinito y eterno. El 15 de junio dio inicios a sus rigurosas pesquisas el Oidor, quien estaba dispuesto a combatir a fondo el contrabando; detuvo por esta causa a unas doscientas personas en La Habana, quienes pronto obtuvieron la libertad mediante el pago de elevadas fianzas. “… Debe tenerse en cuenta que la comisión de este funcionario era perseguir el contrabando en Cuba, en beneficio de quienes lo practicaban, en evidente contubernio con la Real Audiencia de Santo Domingo, en la región meridional de La Española, que no habían vacilado en promover el despoblamiento de otras comarcas de aquella Isla. Una pugna por el monopolio de ese comercio daba lugar a estas persecuciones, siempre llevadas a cabo en jurisdicciones extrañas [...]” . Manso de Contreras escribió a la Real Audiencia de Santo Domingo el 2 de julio para pedir que fuera ampliado el plazo de su nombramiento, y el 23 del mismo mes se dirigió a la Corona para que aprobara su actuación. Hizo constar en ambos casos que, como Oidor, tenía autoridad para hacer todo cuanto creyera conveniente al servicio de Su Majestad, sin que importara el lugar donde estuviera. El funcionario informó al Rey que toda Cuba se hallaba contagiada del vicio de rescates y que no había en la Isla hombre ni mujer, ni clérigos ni seglares, que no lo practicaran. Sin embargo, dijo que, aunque su intención era castigar duramente a los culpables, procedía con suavidad. Según él, muchas personas se presentaron espontáneamente a confesar su propio delito y el de otros. Manso de Contreras examinaba detenidamente todo lo que comía y bebía pues, según confesó a Felipe III, estaba en permanente peligro de morir envenenado o de forma violenta. Como consecuencia de su labor, el Oidor logró averiguar que en los rescates estaban implicadas unas 360 personas; pero antes de finalizar 1606, la cifra se elevó a 500, de los cuales más de la mitad eran vecinos de Puerto Príncipe y de Bayamo. Por estos días, Manso de Contreras recibió una carta firmada por fray Pedro de Fromesta, en la que este denunciaba que la población negra había aumentado en Cuba gracias a la labor de quienes obtenían sus esclavos mediante el comercio de rescate y luego justificaban su posesión, alegando que el enemigo los había dejado abandonados en la costa. Esta aseveración necesitaba una buena dosis de ingenuidad o de complacencia para ser creída por las autoridades de la Isla. Considerando que para el éxito de su misión resultaba importante visitar el interior de la Isla, Manso de Contreras activó su labor en La Habana y se dispuso a partir en el propio año 1606 hacia esa región. Valdés accedió a facilitarle una escolta armada, sin la cual —estaba convencido el Oidor— sería peligroso entrar a los lugares en donde los rescatadores campeaban por su respeto. Manso de Contreras había asegurado a Felipe III poco antes que los colonos de Cuba eran “[…] la gente peor y más declarada contra el servicio de V. [Vuestra] M. [Majestad] que ha habido en estas partes [...]” . Además, afirmó al presidente de la Real Audiencia de Santo Domingo que “[…] frailes y clérigos son rescatadores [todos] y tienen particular familiaridad con corsarios y los más desleales y rebeldes vasallos que ha tenido rey ni príncipe en el mundo, y que si estuviera entre ellos V. [Vuestro] S. [Soberano] le venderían por tres varas de ruan y aun sin precio ninguno porque no hay para ellos cosa más aborrecible que la voz del Rey y sus ministros [...]” . El Gobernador de la Isla reconoció siempre la gran prudencia y cordura del Oidor, y aseveró que “[…] como ha asistido en estas partes tanto tiempo tiene muy conocida la condición de los que viven en ellas [...]” . Manso de Contreras partió de La Habana a comienzos del mes de noviembre de 1606, escoltado por una tropa de sesenta hombres asignada por Valdés para oponerse a cualquier sublevación que pudieran provocar las medidas que tomara contra los rescatadores en la tierra adentro. Una vez en ella, el Oidor pudo realizar pocas averiguaciones y menos aún dictar sentencias, a pesar de que salió convencido de que tanto Puerto Príncipe como Bayamo eran los mayores centros de contrabando existentes en Cuba; pues existían estrechas relaciones entre los rescatadores de una y otra Villa. En Santiago de Cuba, Bayamo y Puerto Príncipe, Manso de Contreras encontró que aquellos que mandaba a detener huían poco después en complicidad con los cabildos y alcaldes de estas poblaciones. En Bayamo, según su informe, sus habitantes tomaron el mismo camino que cuando fueron encauzados en 1603 por Suárez de Poago: el monte. Estos sucesos tenían lugar dos años después de que el obispo Cabezas Altamirano hubiera asegurado a Felipe III que se había terminado con el comercio de rescate. Precisamente, las personas a las que el Prelado hacía referencia en su misiva de 1603 (los alcaldes ordinarios Gregorio Ramos y Pedro Patiño) se hallaban ahora acusados de ser los principales comerciantes ilegales de Bayamo. El Teniente Gobernador de la región oriental, capitán Juan de Treviño —al tener noticias de que Contreras se dirigía a su Jurisdicción con el propósito de detener y enjuiciar a los rescatadores que hasta ese momento él había amparado— decidió hacer una parodia de justicia, negando toda autoridad al Oidor de la Real Audiencia de Santo Domingo. A esos efectos, se constituyó en Juez de una causa mediante de la cual inculpó a varios indios ajenos a toda actividad de contrabando, a quienes condenó al destierro y a la horca. Una vez que dictó sentencia, movilizó a la población bayamesa y le aconsejó que se internara en los bosques y resistiera, si fuera preciso, a la tropa de Manso de Contreras. Pocos días después, Treviño se embarcó a Santo Domingo con 150 bayameses, para apelar la causa incoada por Manso de Contreras. El Oidor, por su parte, volcó su ira sobre el Capitán y le inició una sumaria en la que lo acusaba, entre otros cargos, de haberse dejado sobornar por el indio trinitario Juan de Oviedo, hallado culpable de practicar el comercio de rescate, por lo que le había pagado mil reales a cambio de recibir una condena benigna. Mientras tanto, el Alcalde Ordinario de Bayamo y Tesorero de las minas de cobre de Santiago del Prado, el criollo Marcos Varela Arceo, ordenó ahorcar a un peninsular para librarse de todo tipo de responsabilidad personal en las actividades de rescate. Decidido a oponerse por todos los medios a Manso de Contreras, decidió alzarse con los vecinos en las cercanías de la Villa cuando supo que este se acercaba a Bayamo con su tropa. De acuerdo con el testimonio de Manso de Contreras, Varela Arceo se insubordinó con unos doscientos hombres, “… en cuadrillas de 20 y 40, a caballo y con lanzas, los cuales entraban en los pueblos de noche y dieron de lanzadas a uno de los soldados que tenía de guardia [...]” . Finalmente, el Alcalde Ordinario de Bayamo fue detenido cuando se metió subrepticiamente en la Iglesia de esa Villa, de donde lo sacaron y encarcelaron los soldados de la escolta del Oidor. Conscientes del peligro, los principeños y bayameses abandonaron en masa sus villas y se fueron, virtualmente alzados, a los campos. Mientras tanto, los reos que no escapaban de las manos a Manso de Contreras no podían ser embarcados por la oposición de los oficiales reales. No obstante —escribía asustado a Felipe III el Oidor— a pesar de “… tener yo soldados se atreven de diez en diez a caballo y con lanzas los fugitivos a pasear de noche el pueblo [de Bayamo] [...]” . En Puerto Príncipe, Manso de Contreras acusó como principales rescatadores al Escribano de origen canario Silvestre de Balboa (autor del famoso poema Espejo de Paciencia), su hermano Rodrigo de Balboa, a Juan Rodríguez de Cifuente, a Pedro de la Torre, a Cristóbal de la Coba y a Bartolomé Sánchez, autores estos últimos de algunos de los sonetos laudatorios que anteceden a la citada composición literaria. En Bayamo, por su parte, fueron acusados cuatro de los personajes que aparecen en el importante texto: Jácome Milanés, Gregorio Ramos, Gonzalo de los Lagos Mejía y el portugués Miguel de Herrera. A principios de 1607, el desalentado Oidor se hallaba de regreso en La Habana. Había fracasado estrepitosamente, a tal punto que su incursión por el interior de la Isla llegó a tener, finalmente: “… aspecto de una extorsión, pues antes de salir de La Habana, el 6 de octubre, escribía al Rey, sumándose a la petición de Valdés, el Obispo Cabezas Altamirano y el Cabildo habanero, para que se concediese un perdón general . Se habían conciliado todos los intereses y, como suele decirse, aquí no ha pasado nada. El dinero debe de haber corrido en aquella ocasión y hasta deben de haber fletado un barco para conducir las peticiones - donde quizá iban algunos talegos para el Monarca -, pues en el breve término de poco más de dos meses, el 22 de diciembre de 1606, se dictaba una Real Cédula indultando a los rescatadores. Llama la atención la celeridad con que se despachó aquel asunto, en una época que se caracterizaba por la lentitud en resolver cualquier cuestión [...]” . El Oidor manifestó en todo momento a Felipe III que había procedido de manera tan imparcial y con tal habilidad que el Cabildo de la ciudad de La Habana y el Gobernador de la Isla temían que, si se castigaba a los culpables de practicar el contrabando, Cuba quedaría despoblada y arruinada. Manso de Contreras pidió, además, al Monarca, excluir del perdón que se solicitaba a todos los que habían actuado como intermediarios entre los piratas y los hacendados, a los sacerdotes que habían aprobado la práctica del comercio de rescate y a los portugueses. “... No había alternativa. Estaba tres veces demostrado que castigar a los rescatadores de una manera eficaz era empeño superior a las posibilidades del gobierno español. Existía un precedente para ello: ya en agosto 6 de 1603 se había obtenido para los rescatadores de La Española, y se accedió con prontitud para Cuba. Se hizo constar que habiéndose cerrado la puerta por la despoblación de las costas de La Española y Venezuela, era la benignidad el remedio de más eficacia. El perdón se concedió con fecha 22 de diciembre de 1606. Decía, simplemente, que los vecinos habían traficado con el enemigo y que, con objeto de que pudieran regresar a sus hogares y cultivar sus tierras, se les perdonaba por completo las ofensas de esta índole cometidas antes de la concesión del perdón. No había excepciones. El comerciar en adelante en esta forma constituía un crimen castigado con pena de muerte, y con la confiscación de bienes [...]” . Accediendo a lo que Manso de Contreras había solicitado a la Corona, se dispuso también que las personas culpadas por el delito de rescate pagaran el sueldo que este tenía asignado y sus gastos. De este modo: “... La gente de la tierra – como llamaba el gobernador Valdés a los criollos, que ya eran mayoría en la Isla, había ganado su primera batalla a la metrópoli al enfrentarse por primera vez abiertamente los intereses de una y otra. Tras los sucesos de principios de siglo y el perdón de los contrabandistas, celebrado con grandes fiestas en toda la Isla, el rescate fue por mucho tiempo el medio normal de comerciar con el exterior de los vecinos de Cuba. De tiempo en tiempo se perseguía a los contrabandistas, sin que nadie resultase a la postre castigado […]” . El 8 de diciembre, el Oidor Manso de Contreras escribió al Rey para manifestarle que tanto Puerto Príncipe como Bayamo se hallaban muy distantes del centro de Gobierno de la Isla, lo cual facilitaba el comercio de rescate. Esta misiva “… constituyó la semilla de la ulterior división de la Isla en dos gobiernos […]” . Felipe III, por su parte, ajeno aún al contenido de estas y otras misivas similares, dictó el 22 de diciembre una esperada Real Provisión mediante la cual indultaba a los rescatadores encauzados por el Oidor Manso de Conteras. El documento, redactado y fechado en Madrid, disponía el perdón general para aquellos vecinos que hubieran delinquido en materia de rescates con enemigos hasta ese momento y la condena a muerte de quienes cometieran este delito a partir de la publicación del Perdón Real. Mediante esta Real Provisión se mandó, además, a cumplir la orden dada por el Soberano y a pregonar el contenido de esta en las partes y lugares de Cuba que pareciera necesario al Gobernador. El Monarca, por recomendación expresa de sus consejeros y ministros, emitió en Madrid, el propio 22 de diciembre de 1606
, una Real Cédula en la que disponía que el Perdón General concedido no era aplicable a quienes habían llegado a Cuba desde La Española dos años antes de la publicación de la indulgencia que, con igual fin, se había dado para los rescatadores de esa región.


"De amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para adquirir las glorias

nuevas".

José Martí



“… la HISTORIA NOS AYUDARÁ A DESCUBRIR LOS CAMINOS DE HOY Y DE MAÑANA, A MARCHAR POR ELLOS CON PASO FIRME Y CORAZON SERENO Y A MANTENER EN ALTO LA ESPERANZA (...)”.

RAMIRO GUERRA