viernes, 6 de diciembre de 2019

El Varadero que yo conocí.

Por: Mcs. Lorena Martínez Faxas. Dedicada al 132 aniversario de la playa azul, sirva esta crónica familiar y casi llorosa de recuerdo a los cardenenses de mi época, esos y esas que han llegado o llegan en este 2019 a la III edad.
Buscar conchitas blancas y hermosas en su arena, fuera verano o invierno, era uno de los mayores divertimentos que puedo recordar. Mi madre nos miraba sentada desde los pinos y envuelta en una toalla o una blusa porque siempre ha odiado mucho el sol. Tampoco recuerdo que fuera muy amante de bañarse en el mar, aunque siempre nos contaba de la primera vez que fue a Varadero, cuando aún no existía el puente sobre el Canal de Paso Malo y ella y sus compañeras de escuela, estuvieran de excursión en la playa azul. Nuestros padres tenían una rigurosa planificación durante la semana para la playa en las vacaciones, cada mamá de la cuadra llevaba un día diferente de la semana a los chiquillos. Siempre íbamos a la 42, al parque y dependiendo de quien fuera la “jefa” del grupo nos demorábamos un poco menos o algo más, se guardaban las cosas en las ocho mil taquillas y utilizamos aquellas duchas que se pisaban con el pie para dar paso a la fuerte agua o volvíamos con el salitre a cuestas… Con mi madre, el viaje a la playa se iniciaba a más tardar a las 7.30 u 8 de la mañana. No se compraba nada en el viaje. Llevábamos nuestras bolsitas con limonada (que después nos tomábamos caliente casi al regresar) y un pan con algo (Ahh, aquel pan de entonces redondeado, con cáscara y que crujía al morderlo y aún no sé porque no me acababa de gustar) Mientras más tarde salíamos más tiempo de playa se perdía porque inexorablemente al filo de las doce estábamos el alicaído grupo de fiñes esperando la guagua para regresar. Entonces, todavía pasaban esporádicamente aquellas mujeres u hombres en su bicicleta con las muñequitas, adornos, suvenires de conchas vendiéndolos a voz de cuello. Siempre queríamos alguno pero nunca ninguna de las ‘adultas”, nos compraron ninguno. Menudo lío hubiera sido porque habría tenido que comprarles a todos. Los aviones rompían el azul del cielo, desde el cercano aeropuerto, y decirle adiós con la mano repitiendo “llévame contigo”, era bastante frecuente. En aquella época las personas que partían para Miami, salían de este balneario por lo que no faltaba un gusano u otra ofensa dicha a los pasajeros, aunque el hecho fuera acallado por las miradas del resto. Hacíamos horrendas figuras de arena pero lo mejor era chapotear en ese borde donde arena y mar se diluyen. Algunos preferíamos meternos un poco lejos y enseguida la voz de mando de quien venía a cargo detenía nuestros impulsos aventureros. Envidiábamos a Mary su abuela vivía en Varadero, cerca de El Golfito de la 42 y ella se pasaba todo el verano en la playa. Aunque una vez nos confesó que nunca podía bañarse porque no había quien la acompañara al mar, la seguíamos envidiando. Era habitual ir a tomar helado al Coppelia, comer en El Caney o en Castel Nuovo o en la pizzería de la 42. Mis cumpleaños, a pesar de los problemas del transporte, casi siempre se festejaban yendo de tarde a Varadero, caminando sus calles, descubriendo sus pedacitos, deseando que estuviera abierto el parque de diversiones de la 30…. Varadero no solo significaba la hermosa playa sino un misterio mayor. Cada verano los padres alquilaban al menos una semana, ese era el mejor viaje al que solo iban el fiñe con sus familiares y los amigos mayores de estos. El edificio Santa Teresa, hotel Torres, el Imperial, Marbella, Dos Mares, La Rosa, Vista Alegre, Villa Caribe y otros pequeños hospedajes eran los más visitados aunque yo prefería aquellos fines de semana (muchas veces invernales o de otoño) con los que se regalaba mi padre en las “Cabañitas del Internacional”, oficialmente llamadas Alfredo López. Tal amor tenía hacia ese rinconcito increíble de la playa que para la celebración de mis “quince” pedí alquilar el fin de semana allí con amigas y amigos, ir por la noche al cabaret del Internacional y al otro día a la matiné de la piscina. Y fue así. Varadero era el corazón de nuestras adolescentes vidas. En Secundaria, cuando la parada inicial de las guaguas estaba en la 54 empezaron a dejarnos ir solas a bañarnos, pasear, disfrutar. Prefería para eso último los días invernales, con ese aire de nadie en la playa fortaleciendo esa necesidad que sentíamos en autotrascender. De esa época quedan muy pocas fotos porque entonces lo importante era sentir el momento y no dejarlo retratado, como ocurre ahora, para subirlo a las nubes o como prueba de dudosa legitimidad Los domingos almuerzos familiares en Las Américas, paseo por Las Morlas, el pueblito de pescadores, llegar hasta la entrada de Guardafronteras, Los Tainos, la cueva de Ambrosio, u otros lugares aparentemente recónditos. Caminar la playa de punta a tierra o lo contrario. Con el Pre iniciamos un indetenible ciclo de discotecas en el Oasis, en la Rex (La dársena), se inauguraba La Bolera, muchísimos sitios salidas que iban acompañadas de las inevitables caminatas de vuelta casi hasta el amanecer por el terraplén que hoy es la nueva carretera, las peleas y prohibiciones caseras por llegar después del amanecer. Fue la etapa de las Semanas Vacacionales en la Escuela para deportistas (Kawama) las visitas a casa de Orlandito, los fuertes amores primeros, esa vida playera nunca superada y que nos acompañó durante los espectaculares años de nuestro Pre. Varadero me colmaba y aún creía que sin la playa no podría sobrevivir. Aunque poco a poco ambos íbamos cambiando no me daba cuenta de cuanto, donde, como ni hasta cuando este proceso iba a durar. Después llegó la Universidad, playa en otros también inolvidables lugares, la costa habanera, el malecón o Miramar, regresos al camping universitario, el primer gran fracaso de la nena de la casa. Recomienzo con mis años de carpetera en Villa Cuba, inicio de las temporadas turísticas… Varadero ahí, conmigo y aunque ya habíamos cambiado aún seguía la magia en este otro Varadero que empezaba a descubrir en los ochenta. La vida me alejó nuevamente de la playa, de sus primeros hoteles para turistas, el repoblamiento de su zona marina, de tanto que paso mientras estaba en otro lugar… Cuando regresé, como Gardel, veinte años después, el Varadero por mi conocido había quedado atrás, construido por otras realidades y con él se fue mi playa. Y quizás esa sea una de las razones tantas por la que tan pocas veces alguien puede verme por allá.


"De amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para adquirir las glorias

nuevas".

José Martí



“… la HISTORIA NOS AYUDARÁ A DESCUBRIR LOS CAMINOS DE HOY Y DE MAÑANA, A MARCHAR POR ELLOS CON PASO FIRME Y CORAZON SERENO Y A MANTENER EN ALTO LA ESPERANZA (...)”.

RAMIRO GUERRA