miércoles, 15 de agosto de 2012

Crónicas de mi pueblo. Por: Roberto Bueno Cástan.

(Crónicas tomadas del libro inédito de igual nombre, que fue dedicado por su autor en el 2000 al centenario de la fundación del Museo y Biblioteca Pública de Cárdenas)

La Boya del parque Colón

Estampa que habla con el mudo lenguaje de su presencia de una fecha aciaga para los cardenenses, es la boya fijada sobre
un pedestal en el parque Colón. Con un peso aproximado de dos toneladas, fue llevada hasta ese sitio por la furia del huracán y el ras de mar que en 1933 dejaron sentir sus fuerzas destructoras sobre el pueblo.
Fue el primero de septiembre de ese año el trágico día en que toda la prosperidad
local era abatida por esos fenómenos de la naturaleza, que ocasionaron ---según
conservador recuento---, más de tres millones de pesos en pérdidas materiales y
numerosas vidas humanas.
Sobre las tres de la mañana de aquel día comenzaron a sentirse las primeras ráfagas del terrible huracán que soplaba del noroeste y que en los momentos de mayor intensidad elevó los termómetros a 716 mm.

Casi todas las edificaciones del litoral quedaron arrasadas y la población se vio
inundada en 1600 m. de largo por 1400 m. de ancho y las aguas alcanzaron más de
un metro de altura en ciertos lugares.

La intensidad del huracán comenzó a ceder sobre las cinco de la tarde, aunque las aguas habían comenzado a decrecer al mediodía, al girar el viento al suroeste. No era raro ver navegando por las calles botes y otras embarcaciones relativamente pequeñas, una de las cuales llegó hasta la Plaza del Mercado.

El buque de bandera italiana Humanitas, fondeado en la bahía, que tenía a bordo 14 000 sacos de azúcar, fue llevado por el viento a cuatro millas del litoral y se internó por tierra hasta muy cerca de las paralelas del ferrocarril. Sólo cuando cambió el viento hacia el sur pudo de nuevo llegar al mar, al poner en retroceso sus máquinas, y quedó varado en cinco pies de agua.

Aquella terrible pesadilla los cardenenses la perpetuaron colocando la boya sobre una base y con su placa conmemorativa, en el mismo lugar y altura a donde fue llevada por las aguas y el viento.

Fue por el año 1950, cuando el gobernante municipal de turno, ignorante del significado que para la ciudad tenía aquella especie de monumento, ordenó desmontarla de su base. Fue trasladada al museo, donde se mantuvo hasta el triunfo revolucionario, cuando los amantes de sus tradiciones la hicieron regresar al lugar donde permaneció por tantos años y donde, de nuevo, con el mudo lenguaje de su presencia habla a propios y extraños de la gran catástrofe del primero de setiembre de 1933.

Sanción por matar cangrejos.

Una molesta plaga para lo primeros vecinos de Cárdenas, la constituyó la de los
cangrejos, que no sólo infestaban las calles, solares y patios, pues penetraban
en los hogares, con el consiguiente pánico que causaban a los moradores con sus
tenazas amenazantes.

A pesar del esfuerzo que realizaban para eliminarlos, el empeño era inútil, pues por
día parecían multiplicarse con las consiguientes molestias que causaban, aunque
es de destacar que esos crustáceos tenían un fin utilitario en la cocina, ya
que con harina, en aporreado y, especialmente, en enchilado resultaban y
resultan un plato exquisito y muy apetecible para los cardenenses desde
entonces. La fama del enchilado de cangrejos de Cárdenas se extendió a otros
lugares del país, por lo que muchos excursionistas que visitaban Varadero no
regresaban a su lugar de origen sin
adquirir a su paso por esta ciudad su “docenita” de esos crustáceos.

La guerra declarada en aquella época tenía un gran inconveniente: la fetidez que inundaba
el pueblo, producto de la descomposición y que muchos pensaran que podía
declarase una epidemia. Ese temor dio origen a un bando del Teniente Gobernador
que sancionaba con cinco pesos de multa por cada cangrejo muerto que se hallara
en las calles y que debía pagar el que tuviera la desdicha de que se muriera
uno de esos animalitos en las cercanías de su residencia.

El autor de esa impopular disposición lo fue Francisco Javier Quintayros, quien se
desempeñó como Teniente Gobernador desde 1843 hasta 1848, el que a pesar de su
autoritarismo y quijotesco actuar fue motivo de burlas por parte del
vecindario, que si bien le temía, no lo respetaba. Una muestra de ello fueron
los versos que satirizaban su pequeña estatura y que un buen día aparecieron
colocados en las paredes de varios edificios y que decían:

Apartad. Idos deprisa

Que viene el Gobernador

Montado en caballo blanco

No me despertéis la risa:

Para parecer mejor

Hoy el niño viene en zancos.

Varios cronistas locales hablan de su espíritu emprendedor y que durante su mandato se
ejecutaron obras beneficiosas para la colectividad; pero sus arbitrarias
disposiciones lo hicieron antipático, como en el caso del referido bando, el
cual se vio obligado a suspender por el manifiesto rechazo de los vecinos.

Al conocerse la mencionada suspensión, la población se dedicó a la cacería y
matanza de cangrejos; solamente en el primer día se recogieron dos carretones
repletos, los que fueron llevados hasta las cercanías del antiguo cementerio,
ubicado donde hoy está enclavado el parque del Mausoleo de los Mártires caídos
por la Libertad, donde se procedió a incinerarlos.

Un espectáculo no visto hasta entonces lo constituyó la fogata improvisada, que se
convirtió en un festín, al congregarse cientos de vecinos en el lugar, atraídos
por el colorido de las llamas y las explosiones que causaban los cangrejos al
quemarse.

Si aquella disposición fue otro absurdo del Teniente Gobernador, la prohibición de
matar esos crustáceos en la vía pública ha estado presente en otras
legislaciones locales y no precisamente para preservar la especie de este
animalito, que es hoy uno de los
símbolos populares de la ciudad, junto al coche y la bicicleta. Así, en las
“Ordenanzas Municipales de Policía Urbana y Rural para el Territorio Municipal
de Cárdenas”, aprobadas por el Ayuntamiento en sesiones celebradas los días 6 y
8 de octubre de 1900 y aprobadas definitivamente en la sesión del 12 de
diciembre del propio año, con indicaciones hechas por el Gobernador Civil de la
provincia, se dispone en el artículo 43, capítulo VI, Higiene y Ornato
Públicos: ”Se prohíbe matar cangrejos dejándolos en la vía pública, pena de uno
a tres pesos. Dichos crustáceos pueden cogerse en la calle, siempre que no se
cause con ello molestias al vecindario.”

Conquistadores del Espacio

Desde que se produjo el anuncio el interés crecía por momentos y toda conversación giraba alrededor del acontecimiento ¡Era la primera vez que iba a producirse en Cárdenas!

Todos esperaban ansiosamente la fecha señalada, por eso desde horas tempranas
centenares de personas se agolpaban en la plaza principal del pueblo ---hoy
parque Colón---, y en las calles aledañas. ¡Todos querían ver la ascensión del
francés en globo!

Era el 2 de mayo de 1851, año en que ya los vuelos en globo constituían un suceso que
generaba noticias para los periódicos impresos y captaban la expectación de las
poblaciones donde se llevaban a cabo

Seis años antes, el 14 de diciembre de 1845, se había realizado el primero en la ciudad
de Matanzas, cuando el globo nauta angloamericano Guillermo Paulín dejaba
atónitos a los presentes al elevarse hacia las alturas en el Infante Don Enrique, como había bautizado a su globo, noticia que trascendió a Cárdenas y desde entonces sus vecinos acrecentaron sus
aspiraciones de admirar un espectáculo similar.

Llegó el día señalado y el francés Amarat parecía intranquilo, aunque con poses de
conquistador del infinito, mientras que en el centro de la plaza se alistaba el
vistoso globo de alegres colores.

A medida que se acercaba el momento de la ascensión, el nerviosismo se apoderaba de la
enorme concurrencia, el que alcanzó si clímax cuando lentamente comenzó a elevarse
el enorme globo. Desde su barquilla el francés sonriente y arrogante saludaba de
pie a los curiosos que no sólo se apretujaban en las calles, pues en las
azoteas, techos y balcones de las casas, otros cientos se habían hecho
presentes para presenciar aquel esperado acontecimiento.

Aplausos y vivas a monsieur Amarat, inundaron ruidosamente el área, hasta que el mismo
se perdió en las alturas.

¿Lograría en francés regresar a tierra o le sucedería lo mismo que a Matías Pérez? Esa pregunta se hacían la mayoría de los presentes, en tanto muchos invocaban al cielo para que saliera victorioso de
esa nueva y peligrosa aventura.

El tiempo transcurrió y la alegría disipó todos los temores: Amarat había descendido en
la finca La Manuela ---llamada La Luz a principios del siglo XX---, un cafetal
propiedad de Acosta, el que pronto se vio inundado de personas que a caballo y
en carruajes llegaban al lugar para felicitar al victorioso globo nauta.

El éxito logrado por Amarat fue tan estruendoso que algún tiempo después un tal Godard
realizó similar hazaña, aunque acompañado por un intrépido vecino de la
localidad nombrado Virgilio Lazaga, hecho que hizo más espectacular el
vuelo. Esta vez el punto de ascensión fue la valla de gallos de la localidad.

En cuanto a público, la escena se repitió, pues un gentío enorme se congregó en los
alrededores y apenas cabía una persona más en las azoteas, balcones y techos
que deseaban admirar desde un punto privilegiado el majestuoso vuelo en el que
tomaba parte el primer globo nauta cardenense.

Si en el siglo XIX volar en globo fue motivo de expectación, ya a principios del XX
conquistar el espacio en aeroplano se convirtió en moda, por o que se
organizaban exhibiciones ---que llamaban mítines---, en distintas ciudades. En Cárdenas, después de varios fallidos intentos, el 2 de julio de l911, se celebra el primer “mitin”.

Una muestra del atractivo que encerraba aquel espectáculo, lo es la nota publicada
en la página número ocho por la revista local Aurora del propio día, la que
copiamos textualmente:

“Hoy por la tarde tendrá lugar el mitin de aviación en los terrenos de Pizarro,
dispuesto por la empresa Azcue - Estrada.

Habrá trenes especiales de Cárdenas al campo de aviación. El primero saldrá á las tres de la tarde y el
segundo a las cuatro, tomarán pasaje en la Estación San Martín y en la esquina
de O’Donell.

Los vuelos comenzarán después que llegue el último tren.”

Junto a otros muchos curiosos que habían llegado a pie, en caballos y carretones,
estaban los pasajeros de los trenes, en su mayoría exhibiendo sus más lujosos
vestidos las damas y de trajes, con sus correspondientes sombreros de pajilla
los caballeros.

Los centenares de personas que se daban cita en el improvisado aeropuerto de la
finca Pizarro, ansiosamente esperaban el inicio del increíble espectáculo de
ver por el infinito a un aparato más pesado que el aire.

Llegado el último tren, el señor Rosembaud, que así se llamaba el piloto, se dirigió a
su flamante aeroplano y después de algunos minutos, con el consiguiente aplauso
de los allí reunidos, inició el vuelo; pero pocos segundos después, cuando
apenas había ascendido unos metros, la máquina vino a tierra, para quedar
destrozada, aunque afortunadamente el piloto no sufrió lesiones.




"De amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para adquirir las glorias

nuevas".

José Martí



“… la HISTORIA NOS AYUDARÁ A DESCUBRIR LOS CAMINOS DE HOY Y DE MAÑANA, A MARCHAR POR ELLOS CON PASO FIRME Y CORAZON SERENO Y A MANTENER EN ALTO LA ESPERANZA (...)”.

RAMIRO GUERRA