jueves, 8 de marzo de 2012

La Fundación de Cárdenas: en el 184 aniversario de este acontecimiento

Por: Ernesto Alvarez Blanco
Durante el transcurso de los siglos XVI y XVII, el poblamiento humano de la región cardenense se polariza hacia el nordeste de la provincia, es decir, hacia San Antón de la Anegada y Guamutas. En el resto del territorio este proceso es sumamente lento y escaso por el poco estímulo que tenía entonces la explotación agrícola de la tierra. Por tal motivo, ambos siglos se caracterizan por un marcado y lento proceso de reconocimiento inicial del territorio, aunque se manifiestan en los mismos rasgos visibles de desarrollo agrícola; los cuales condicionaran siglos más tarde la fundación de San Juan de Dios de Cárdenas y de otros poblados cercanos. El período comprendido entre 1700 y 1790 es para la zona cardenense de vital importancia, puesto que durante él se suceden un valioso grupo de transformaciones agrícolas, que generan un desarrollo continuo y acelerado; el cual provocará que en las primeras décadas del siglo XIX se haga imprescindible la ya citada fundación de un poblado en la ensenada de Cárdenas, el cual deberá responder a los intereses económicos de los hacendados comarcanos. El siglo XVIII es, sin lugar a dudas, el período en el cual se inicia la explotación intensiva de las potencialidades económicas del territorio, al quedar constituidas las primeras zonas de su desarrollo agrícola, las cuales se ubican en las cercanías de la bahía de Siguagua o de Siguapa , punto de salida natural de los productos cosechados en el interior del territorio. Precisamente, con ambos nombres - de franca filiación aborigen - se conocerán hasta la primera década del siglo XVIII la bahía de Cárdenas y su entorno. Conviene también hacer notar, para comprender el proceso que nos ocupa, que en las primeras décadas del siglo XVIII, subsiste en la región de Cárdenas el proceso de otorgamiento de Mercedes, aunque esto no significa que hubiera muchas tierras disponibles y/o realengas. No obstante, aunque autorizar la creación de nuevos sitios en los viejos hatos, corrales y haciendas era una tarea harto difícil, por la confusión de límites existentes entre las viejas mercedes, mal medida y vagamente precisada; muchos prominentes vecinos de La Habana, armados de buenos caudales e influencias, se animan con frecuencia a solicitarlos. Uno de los más persistentes fue Diego Sotolongo y Calvo de la Puerta (La Habana, 24 de julio de 1661 – 24 de marzo de 1718), quien solicita en 1702 al Cabildo de La Habana que le conceda para la crianza de ganado los sitios de Siguagua, atravesado por el río de igual nombre y el de Siguapa, que comprendía el área ocupada desde 1817 por el poblado de Cantel. Ambos habían formado parte del antiguo y ya desaparecido Mayorazgo de Antón Recio . Gracias a sus influencias y dineros, Sotolongo obtuvo, el 12 de mayo de ese mismo año, respuesta favorable a su petición. Diego Sotolongo era descendiente de una antigua y prominente familia habanera: los Soto o Sotolongo, que hundía sus raíces genealógicas en la España medieval del siglo XV y estaban, incluso, emparentados con varios reyes ibéricos. Los primeros Sotolongos que se establecieron en la Isla fueron los hermanos madrileños Diego, llamados el Viejo para distinguirlo de su hijo de igual nombre, y Alonso Sotolongo. Ambos eran hijos de Andrés de Madrid Sotolongo y de Isabel de Rojas. Se avecindaron en la villa de San Cristóbal de La Habana a mediados del siglo XVI , junto a su tío Juan de Madrid Sotolongo. Desde entonces, como bien expuso Jacobo de la Pezuela en el Tomo II su “Diccionario geográfico, histórico y estadístico de Cuba”, el apellido Sotolongo: “... que indiferentemente se expresa en las actas del Cabildo de La Habana, y otros documentos por Soto o Sotolongo, está unido a la historia de la capital de Cuba en casi todos sus períodos, por haber ocupado de generación en generación los primeros cargos públicos”. Diego de Sotolongo y Rojas, el Viejo, nació alrededor del año 1500 y figuró mucho en la villa de San Cristóbal de La Habana. Fue electo Regidor del Cabildo de La Habana en las elecciones de 1550, 1551, 1553, 1557, 1558, 1559, 1563, 1567, 1569, 1575 y 1577. Además, fue nombrado Alcalde de La Habana en 1552 y Procurador General de su Cabildo en 1562. Más tarde, desde el 29 de octubre de 1575, gobernó interinamente a Cuba cerca de un año, mientras el Gobernador Gabriel Montalvo realizaba una visita al interior de la Isla. Durante su gobierno remitió a España caobas, cedros y otras maderas preciosas, taladas muchas de ellas en los bosques de Guamutas y de otras localidades de la zona de Cárdenas, para ser empleadas en la construcción del Real Monasterio del Escorial Falleció alrededor del año 1600. Diego de Sotolongo, el Viejo, formó en Cuba junto a su esposa Juana Inés González una larga familia (tuvo con ella 8 hijos) y había cultivado en la Isla, al decir de la historiadora norteamericana Irene Wright, “... muchos géneros de árboles y viñas de estos reinos y otras partes (...) (en) un pedazo de monte baldío” que le dio el Cabildo de La Habana. A cuenta de este terreno solicitó en 1569 un título a la corona española. En La Habana fue muy famosa su hospitalidad, que era casi una institución municipal. Acomodó en su hogar a mucha gente pobre y rica, sin interés alguno y sólo por hacer el bien. Según la ya citada historiadora Irene Wright, “... la Gasca (famoso conquistador español) fue su huésped a su paso por La Habana del regreso del Perú”. Su hijo, llamado por los historiadores Diego de Sotolongo, el Mozo, fue nombrado Procurador General del Cabildo de La Habana en 1600, Alcalde Ordinario de esa Villa en 1654 y Depositario General de su máximo órgano de gobierno el 10 de abril de 1659. Promovió desde La Habana, con fecha 13 de febrero de 1603, un expediente con objeto de que Su Majestad le concediese la facultad de fundar un Mayorazgo de 20.000 ducados. Entre los Sotolongo que figuraron durante los siglos XVII y XVIII en la administración municipal de La Habana se destacaron: los alcaldes ordinarios Juan de Sotolongo (1601), el Capitán L. De Sotolongo (1643), Cristóbal de Sotolongo (1647), el Capitán José de Sotolongo (1659), el Alférez Luis de Sotolongo (1684), Baltasar de Sotolongo (1706, 1736, 1743 y 1781) y Tomás Domingo Sotolongo así como, los alcaldes de la Santa Hermandad Bartolomé de Soto (1607), Juan de Soto (1614), Francisco de Soto (1616), Luis de Soto (1634), Agustín de Soto (1638), Blas de Sotolongo (1642), Ambrosio de Sotolongo (1643 y 1686), el Alférez Jusepe de Sotolongo (1649), Julián de Sotolongo (1651), Esteban de Soto (1689), José de Soto (1701), Gregorio de Sotolongo (1707), Francisco de Soto (1708), Juan de Soto (1710), Cristóbal de Soto (1724), Pedro de Sotolongo (1729), Miguel de Soto (1738), Felipe de Sotolongo (1749 y 1754) y el Teniente Agustín de Sotolongo (1799). También tuvieron una destacada actuación en el Cabildo Habanero como procuradores generales: el Teniente Luis de Sotolongo (1688) y el Licenciado Miguel de Sotolongo, y como Depositarios generales: el Capitán Luis de Sotolongo (desde el 6 de noviembre de 1641), Ambrosio de Sotolongo (desde 22 de septiembre de 1642), José de Sotolongo (desde el 16 de diciembre de 1651), Juan Bautista (desde el 15 de diciembre de 1660), el Alférez Cristóbal de Sotolongo (desde el 9 de octubre de 1682), Luis de Sotolongo (desde el 29 de diciembre de 1685), Baltasar de Sotolongo (entre el 27 de octubre de 1701 y luego, desde el 4 de octubre de 1782) y Miguel de Sotolongo (desde el 22 de diciembre de 1747). Otro Sotolongo, nombrado Baltasar, era Tesorero de Cruzadas al producirse en 1762 la toma de La Habana por los ingleses y se negó a entregar al Conde de Albermale la suma de dinero que estaba bajo su cargo y protección, ofreciéndole sólo una pequeña cantidad. Con posterioridad, al concluir la dominación inglesa, entregó al Conde de Ricla, quien vino a tomar posesión de la Isla a nombre de España, los 16.000 pesos que había logrado ocultar y proteger de las pesquisas del Jefe inglés. Diego de Sotolongo no se conformó con la posesión de los sitios de Siguagua y el de Siguapa, sino que pretendió, sin éxito, solicitar, entre 1702 y 1709, un sitio existente en las inmediaciones de los de su propiedad y de la bahía de Siguapa o Siguagua. Por fin, el 14 de junio de 1709, en la sesión correspondiente realizada este día bajo la presidencia del Mariscal cubano Laureano de Torres, Marqués de Casa – Torres, el Cabildo de La Habana le otorgó, luego de una breve discusión, la merced del sitio para la cría de ganado mayor que pretendía adquirir desde principios del siglo XVIII. La petición de Diego de Sotolongo fue leída y defendida en esta sesión del Cabildo por el Capitán Mateo de Cárdenas y Vélez de Guevara, electo en 1708 y reelecto en 1709 Procurador General del máximo órgano de gobierno habanero; quien contó, además, con el apoyo del Concejal Baltasar de Sotolongo, pariente del solicitante. El sitio aparece nombrado en las actas del Cabildo habanero y en la escritura de cesión como “Santa Inés de las Ciegas y Cárdenas”. No obstante, el término Santa Inés parece ser un error, puesto que al margen de la escritura de cesión hay un letrero que dice: “revalidación San Juan” . Desde entonces, aparece nombrado el sitio, en cuanta escritura o documento relacionado con él hemos consultado nosotros y otros historiadores locales, con el nombre de San Juan de las Ciegas y Cárdenas. Este sitio, ubicado a 28 leguas a barlovento de La Habana, estaba delimitado por los corrales y haciendas denominadas “Corral Nuevo” y “San Antón de la Anegada” así como por la Sierra de Camarioca y las costas de la bahía de Siguagua o Siguapa, en cuyo interior se adentraba. Debe su nombre de: • San Juan: A dos antepasado de su propietario nombrados Juan de Sotolongo, que fueron uno, como ya anotamos, Alcalde Ordinario de La Habana en 1601 y el otro, ennoblecido y armado caballero por los Reyes Católicos el 22 de junio de 1455 en la Vega de Granada y tronco del linaje cubano de los Sotolongo . • de las Ciegas: Tal vez por la naturaleza del terreno, más o menos cubierto de bosques intrincados y aguas cenagosas, quizás, por la vecindad de un hato próximo llamado “Las Ciegas” o “Las Ciénagas”, o también, por la existencia, relativamente cerca de uno de los límites del sitio, de un afluente del río La Palma, ubicado muy próximo al poblado de Guamutas, llamado “Las Ciegas”, corriente tributaria de donde tomó nombre la hacienda establecida en el hato de igual denominación . • y Cárdenas: Como agradecimiento de Diego de Sotolongo a Mateo de Cárdenas y Vélez de Guevara, descendiente como él de una ilustre familia cubana. El apellido Cárdenas – como bien ha apuntado el historiador matancero Israel Moliner - es un derivado del plural de Cárdena , femenino de Cárdeno , voz salida de Cardo , legumbre cuyas flores dieron nombre a su color. Algunos historiadores cardenenses, especialmente Oscar M de Rojas, fundador y primer Director del Museo y Biblioteca de Cárdenas, ofrecen en sus obras la teoría, completamente errada, de que tanto este sitio como la ciudad incorporan a sus respectivos nombres este apellido por ser el de una familia que residía antes de la fundación del poblado: “... en la Comarca, en un lugar cercano al N. O., finca conocida (...) por el asiento de Cárdenas. – Dedicada á la crianza de ganado mayor el 1º se llamó / (sic) En un Plano de la Bahía de Siguapas (sic) con el terreno donde se extraían madera para los vergeles de S. M, año de 1753 está marcada la casa de los Cárdenas lo que induce á creer que la ciudad lleva ese nombre por aquella familia cuyo nombre aparece unido al Merced de la hacienda de San Juan de las Ciegas, alias, Cárdenas que aparece en las viejas escrituras que hemos consultado”. Sin embargo, como probamos en 1988 en nuestro libro inédito “Cárdenas: prehistoria de una ciudad”- a través de fuentes documentales de la época conservadas en el Archivo Nacional de Cuba - lo que los historiadores locales creyeron, por la simbología utilizada en el plano de 1759 realizado por Fray Blas de la Barreda y citado por Oscar M de Rojas en sus obras, que era un poblado o caserío nombrado Asiento de Cárdenas, no era más que: “... un roble con varias marcas, el mismo que los agrimensores utilizaron durante décadas para demarcar el Asiento de la hacienda Cárdenas en las diferentes operaciones de medida y deslinde realizadas en ella”. No obstante, conviene aclarar que aunque a mediados del siglo XVIII existían ya en el sitio o hacienda Cárdenas un grupo de construcciones, estas no constituían un poblado en sí, como pretende representar Fray Blas de la Barreda en su plano, sino más bien, la concentración de las instalaciones necesarias – establos, pozos o abrevaderos, corrales y casas para el escaso personal que trabajaba en la hacienda, etc. – para atender la economía de la misma; la cual estaba basada aún en la ganadería, la agricultura y los cortes de madera, elemento este último que justifica su inclusión en el referido plano. Por otra parte, debemos decir que en la ciudad vivieron varias personas de apellido Cárdenas, entre las cuales se recuerda por los historiadores locales a los hermanos Manuel y Carlos Cárdenas Padrón así como, a Rafael de Cárdenas Rodríguez y a su hijo Humberto de Cárdenas Gou. La familia Cárdenas, al igual que los Soto o Sotolongo, fue otra de las que más figuró en La Habana entre los siglos XVI y XVIII. Entre los numerosos miembros de esta familia, emparentada con otras de ilustre prosapia y variados títulos nobiliarios , se destacaron, además del ya citado Mateo de Cárdenas y Vélez de Guevara: el médico Bartolomé de Cárdenas, que actuó como Síndico – Procurador del Cabildo de La Habana entre 1599 y 1603; los alcaldes ordinarios de esa Villa Pedro (1686), Ambrosio (1687), Francisco (1714), Mateo (1715), el Teniente Coronel Miguel (1787) y Domingo de Cárdenas (1793) así como, el Procurador General del Cabildo habanero Francisco de Cárdenas (1713). Los Cárdenas obtuvieron también 2 títulos nobiliarios: el Marquesado de Prado Ameno obtenido por Nicolás de Cárdenas y Castellón y el de Cárdenas de Monte Hermoso, concedido en 1765 por el rey Carlos III al hacendado cubano Agustín de Cárdenas y Castellón, en consideración a su actuación, comportamiento y servicios prestados a la Corona durante la toma de La Habana por los ingleses. Agustín de Cárdenas y Castellón, quien fue Regidor del Ayuntamiento de La Habana en 1755, recibió como herencia el patronato de la obra – pía instituida por Martín Calvo de la Puerta y Arrieta en 1669, y en la cual se hallaba involucrada la mansión habanera conocida desde entonces y hasta nuestros días como Casa de la Obra – Pía . Para dicha obra – pía, que con el tiempo dará nombre también a la calle en la que estaba situada la referida casa, que pasó también a ser propiedad del I Marqués de Cárdenas de Monte Hermoso, Calvo de la Puerta dejó impuesta la suma de 2000 pesos para dotar anualmente con sus réditos a cinco huérfanas, con objeto de que estas pudieran contraer matrimonio. Como dato curioso anotamos que a la esposa del primer Marqués de Cárdenas de Monte Hermoso, considerada por los historiadores “... una mujer piadosa, adornada de las más preclaras virtudes” , se debe la idea de la fundación de la villa habanera de San Antonio de los Baños; la cual fue concretada por su hijo Gabriel María de Cárdenas, II Marqués de Cárdenas de Monte Hermoso . En 1718, al producirse la muerte de Diego de Sotolongo, quien no lo pobló por causas que desconocemos de ganado mayor, como era su deseo, el sitio de San Juan de las Ciegas y Cárdenas pasó por herencia a manos de sus hijos. Estos, debido al valor insignificante que poseía por entonces esta propiedad, decidieron cederla gratuitamente a uno de ellos, Francisco de Sotolongo. Durante el corto período en que el sitio de San Juan de las Ciegas y Cárdenas estuvo en manos de Francisco Sotolongo, se suscitó en La Habana un ruidoso pleito, al parecer por cobro de antiguos adeudos, entre los Sotolongo y la familia de Agustín Velázquez de Cuéllar. A la muerte de este último, continuó el pleito su hijo, el Alférez del Ejército Francisco Velázquez de Cuéllar, el cual lo elevó a la Audiencia, en donde triunfó. Por tal motivo, el sitio pasó a formar parte de las propiedades de los Velázquez de Cuéllar, quienes lo cedieron el 14 de enero de 1721 al ya citado Francisco. Unos meses más tarde, el 12 de diciembre del mismo año, este lo vendió – libre de hipotecas, censos y otros gravámenes - en 500 pesos a Pedro Hernández de Ugalde, según se hizo constar en la escritura pública levantada en La Habana ese mismo día ante el Escribano José Díaz y García. A partir de este momento y hasta la sexta década del siglo XVIII, el sitio pasa de mano en mano, mediante compraventa. Entre sus propietarios se destacaron, por la explotación efectiva que hicieron de sus recursos naturales, José Antonio Gómez, el famoso Pepe Antonio que defendió La Habana en 1762 durante la toma de esta por los ingleses, y el Teniente de Artillería Bernardo Carrillo de Albornoz, quien se destacó también por su participación en este hecho histórico. Carrillo de Albornoz, quien se convierte de la noche a la mañana en el más importante terrateniente de la zona de Cárdenas, lo adquirió, convertido ya en una hacienda de regulares proporciones y un escaso desarrollo económico, el 21 de abril de 1763 de manos de Juan José Otamendi y Esteban Aguirre. Desde entonces y hasta bien entrado el siglo XIX, esta y otras haciendas colindantes fueron de la propiedad de Carrillo de Albornoz y sus descendientes. Resulta importante anotar que en los documentos oficiales de compraventa del sitio o hacienda de San Juan de las Ciegas y Cárdenas, va desapareciendo poco a poco el apelativo de San Juan de las Ciegas para convertirse este lugar simplemente en sitio o hacienda Cárdenas. El documento más antiguo que hemos hallado, en el que el sitio pierde la primera parte de su nombre, data de la época en que Francisco Velázquez de Cuéllar lo vende a Pedro Hernández de Ugalde. A partir de este momento, casi ningún escribano refleja su nombre completo en los expedientes, actas de compra – venta, legajos, etc. relacionado con él o con otros sitios y haciendas colindantes. Lo anterior propicia, que marinos, navegantes y cartógrafos comiencen a llamar con frecuencia, a mediados del siglo XVIII, en sus mapas, planos, cartas náuticas y diarios de navegación, a la antiguamente denominada bahía de Siguagua o de Siguapa, ensenada o bahía de Cárdenas. Más adelante, cuando en la segunda década del siglo XIX muchos vecinos comarcanos redescubren , luego de una terrible tormenta que asoló el territorio, la bahía y sus hermosas y azuladas aguas; a las cuales habían dado la espalda – retirándose al interior del territorio - en la segunda mitad del siglo XVIII, por ser guarida preferida de piratas y corsarios, llamaran también al lugar Bahía de Cárdenas. Desde entonces, varios vecinos comarcanos – entre los que no faltan influyentes hacendados y colonos de origen francés, norteamericano, catalán, etc. – trabajaran para lograr de las autoridades el permiso necesario para lograr la fundación de un poblado y de un embarcadero y muelle, que se comunicara con la ciénaga que rodeaba a este lugar, en los terrenos de la hacienda Cárdenas, que continuaba en manos de Bernardo Carrillo de Albornoz y sus descendientes, con objeto de: “... proporcionar el tráfico de todos los hacendados que se encuentran con fincas valiosas en sus inmediaciones para que transporten a esta plaza (La Habana) los productos que se cosechan sin los excesivos costos que se dejan considerar erogarían por tierra en la distancia como de treinta leguas (...)”. A pesar del retardo - de casi 14 meses - de las autoridades matanceras, que veían con recelo el surgimiento de otro puerto en el tramo de la costa norte comprendido entre Matanzas y Sagua la Grande, en hacer cumplir la orden de fundación de un pueblo en la ensenada de Cárdenas, dictada por Claudio Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva e Intendente General de la Real Hacienda el 26 de enero de 1827; el 8 de marzo de 1828 se procedió a fundar la referida población, sobre 400 varas de terrenos pertenecientes a la hacienda Cárdenas, los cuales fueron comprados con ese fin por la Real Hacienda a los herederos de Bernardo Carrillo de Albornoz. Durante el acto fundacional, Juan José Aranguren, Administrador de Rentas Reales de Matanzas y máxima autoridad presente, procedió a clavar profundamente una estaca en el centro del actual Parque de Colón y dijo: “Invoco con este motivo el Augusto nombre de nuestro soberano Don Fernando VII, cuyo nombre damos a esta plaza, y como al principiar estas operaciones las ejecutamos en este día de la conmemoración de San Juan de Dios, le nombramos de conformidad por patrono de la nueva población y a su honor se consagrará su templo”. Con esta sencilla ceremonia, tras la cual se procedió a dar nombre a las primeras calles, quedaba fundado el poblado de San Juan de Dios de Cárdenas, nombrado de esta manera por haberse establecido, como ya vimos, el día en que la Iglesia Católica celebraba la festividad de San Juan de Dios, nombrado por este motivo patrono del nuevo poblado; y Cárdenas por haberse fundado en terrenos de la hacienda de igual nombre. Los primeros vecinos y autoridades civiles y eclesiásticas del poblado olvidaron, al erigir entre 1844 y 1846 la actual parroquia local, el compromiso contraído con el Administrador de Rentas Reales de Matanzas de ponerlo bajo la advocación de San Juan de Dios . Con el tiempo, olvidarían también nombrarlo al referirse a su lugar de residencia, motivo por el cual muy pronto todos simplificaron el nombre de la Ciudad al llamarla, en Cuba y el extranjero, simplemente Cárdenas.


"De amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para adquirir las glorias

nuevas".

José Martí



“… la HISTORIA NOS AYUDARÁ A DESCUBRIR LOS CAMINOS DE HOY Y DE MAÑANA, A MARCHAR POR ELLOS CON PASO FIRME Y CORAZON SERENO Y A MANTENER EN ALTO LA ESPERANZA (...)”.

RAMIRO GUERRA