viernes, 6 de diciembre de 2013
Un coral de honor para el cardenense Juan Elpidio Padrón Valdés.
Por Luciano Castillo.
Tomado de http://www.habanafilmfestival.com/
Cuando era niño y vivía con su familia en el batey del ingenio matancero Carolina, donde trabajaba su padre, Juan Padrón, nacido en el cercano valle de Guacamaro el 29 de enero de 1947, sentía miedo al ver los vampiros en las películas. Si al regresar del cine con sus amigos su hermano Ernesto gritaba: «¡Un vampiro!», todos huían asustados. Juan Manuel, precavido, antes de dormir miraba bajo la cama y cerraba la ventana del cuarto. Pensó luego que el vampiro realmente es un pobre infeliz, alérgico al ajo, impedido de salir de día y disfrutar del sol caribeño, incapaz de afeitarse porque los espejos no lo reflejan, obligado a dormir en un ataúd y que solo puede tomar sangre...
Por entonces ya tenía la inquietud y la vocación de contar cuentos y dibujar. Los hermanos Padrón leían muchas historietas y las dibujaban con guiones inventados por ellos, además de filmar algunos cortos en 8 mm, con argumento propio. El joven Juan Padrón, en sus incursiones en La Habana, invitado por su primo Jorge Pucheux, asistente de cámara en el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, visitaba el estudio de animación fundado en 1960. Sobre la marcha, en el contacto con aquellos profesionales, aprendió a solucionar los dibujos y a utilizar la tinta china, pues nunca cursó estudios de esta especialidad. Ver con detenimiento películas en moviola le permitió detectar incluso errores en obras de Walt Disney.
Los dibujantes de la revista Mella, a la cual el aficionado Padrón comenzó a enviar sus caricaturas para la sección «El hueco», como también a Bohemia, se percataron del talento natural de aquel muchacho. Para él fue un entrenamiento brutal concebir desde 1963 entre 20 y 30 caricaturas de variados contenidos cuando Virgilio Martínez le asignó la página semanal, tras marcharse los antiguos encargados: el fotógrafo Newton Estapé y Silvio Rodríguez, que optó por la guitarra. Hacia 1968, mientras trabajaba en el suplemento humorístico «El Sable» del diario Juventud Rebeldedescubrió las posibilidades del humor negro tan apreciado por Padroncito en los chistes sobre verdugos y vampiros. La vida cotidiana de un vampiro desgraciado, los problemas con los niños, los conflictos con el dentista… lo convirtieron en protagonista de toda una serie de historietas. Ese provocador más de la lástima que del pavor impuso en los lectores el hábito de abrir el periódico por la página en que aparecían esos chistes.
En estos años sesenta, para mantener la programación, las muy numerosas salas cinematográficas, además de una cuantiosa cifra de cintas de los países socialistas y los mejores filmes europeos, fueron invadidas por películas japonesas de samuráis. Padrón diseñaba varias historietas, una sobre el pionero cosmonauta Delfín y otra sobre el samurai Kashibashi para el semanario infantilPionero, en la que insertó a un cubano del siglo xix diseñado de un tirón sin boceto alguno, el 4 de agosto de 1970. Bautizó aquel mambí como Elpidio Valdés sin sospechar siquiera que pronto cobraría vida propia, se independizaría de aquellas tramas situadas en otros países y saltaría machete en mano a la pantalla en Una aventura de Elpidio Valdés (1974). Ese corto en el que el intrépido e ingenioso mambisito rescataba a su caballo Palmiche capturado por los españoles, significó la incorporación de Juan Padrón al ICAIC y el inicio de una exitosa serie.
Elpidio Valdés descarrilaría un tren militar, explicaría la transformación del machete de instrumento de trabajo a arma de combate de los mambises, difundiría los distintos toques de corneta del Ejército Libertador, asaltaría un convoy con pertrechos de guerra, cumpliría en Nueva York la misión de que zarpara una expedición con armas para los insurrectos en la isla, entrenaría a su inseparable potrico, burlaría el cerco de las tropas, derrotaría a los rayadillos colaboradores de los «gallegos» y forzaría la trocha para llevar balas a sus compañeros de armas… Al cabo de cinco años de arrojadas acciones y divertidas peripecias, Elpidio Valdés (1979), realizado por Juan Padrón devino el primer largometraje de animación en la historia del cine cubano.
Sin dejar de cabalgar en Palmiche, el emblemático personaje prosiguió sus andanzas en dos cortos (Elpidio Valdés y el fusil yElpidio Valdés contra la cañonera), hasta que en 1980, año en que realizó este título, a Juan Padrón se le ocurrió la idea de desarrollar un tipo de películas sin diálogos ni carteles capaces de ser insertadas en el mercado internacional. El proyecto pretendió sumar a la nueva serie a los caricaturistas. Aunque oficialmente la producción animada del ICAIC era solo para el público infantil, Padrón se aventuró a elaborar tres Filminutos, los llevó al estudio y con el entusiasmo de todos, consiguieron la inmediata aprobación por la dirección del ICAIC de esa línea de animación dirigida a los adultos. Padrón disfrutó mucho esa adaptación fílmica de sus chistes con efectos de sonido y colores. En sucesivas ediciones, estos Filminutos mostraron a los vampiros criollos frente a distintas disyuntivas, desde las inclemencias del calor a la indecisión de un novato acerca de si encajar los colmillos en el tradicional cuello o en el insinuante trasero de la joven escogida como víctima.
Elpidio Valdés contra dólar y cañón (1983), el segundo largometraje de Juan Padrón, lo condujo al agotamiento por tanto trabajar sobre el personaje preferido de niños y adultos cubanos. Con el fin de no encasillarse ni repetirse, porque no era esa creación la única que por su innata ductilidad le interesaba, había intercalado títulos comoN’vula (1981) y ¡Viva papi! (1982). Abordaba en estos otros temas con variadas gradaciones del humor y un estilo y ritmo inconfundibles, sin traicionar su principio de que «hacer una historieta es hacer cine y viceversa». Descubrir con sorpresa en Padrón y su equipo al personal ideal para captar la línea y la psicología de cada personaje, condujo al humorista argentino Joaquín Lavado (Quino), a proporcionar sus chistes para que fueran animados con mayor efectividad aún. En los seis números de la serie Quinoscopios (1985-1987), el corrosivo humor de ese mendocino hijo de inmigrantes andaluces, fue enriquecido en la animación con el aporte de los cubanos. El creador de la tira Mafalda —que sería objeto de un largo por Padrón en 1993— manifestó su satisfacción por los resultados obtenidos en esa relación mutuamente fructífera.
«¿Por qué no escriben un guion para un largometraje sobre vampiros? —preguntó un alemán de visita en los estudios de animación del ICAIC—. A mí me gustaría invertir en una película así». La respuesta de Padrón fue inmediata: «Tengo un argumento sobre vampiros que lo estoy trabajando». Y sin haber escrito una sola línea, en cuanto aquel hipotético productor se marchó, el cineasta puso manos a la obra y escribió la trama original del que se convertiría en su tercer largometraje: ¡Vampiros en La Habana!(1985). El objetivo primordial era: «Entretener y recrear los años 30; en segundo lugar, tratar un tema de carácter internacional. Quería salir un poco del rigor que implica hacer los Elpidios y reanimar un determinado período histórico. Esta película es rigurosa en su tratamiento de época (la ropa, el ambiente, los tranvías, los carros, etcétera)». Era la posibilidad de recrear los años treinta, de los cuales confiesa vivir permanentemente enamorado. «Para mí los chistes más logrados son los actuados por los personajes y los vinculados directamente con el tema de los vampiros», explicó Padrón sobre esta parodia de las películas de gángsters.
Experimentó con un sonido realista, como si se tratara de una película con actores en vivo, con la mayoría de los efectos ambientales, los disparos, etcétera, contrastados con los dibujos, lo cual otorgó un tono muy divertido y constituye uno de sus principales aciertos. La simplicidad en el diseño predominó para facilitar la animación con el ánimo de concluir la cinta en el menor plazo posible. Unos tras otros se encadenan los momentos hilarantes por medio de un ritmo siempre creciente en la edición hasta alcanzar secuencias chispeantes, contrapunteadas por la excelente música compuesta por Rembert Egües. Pero los «expertos» que primero vieron la película terminada concluyeron que «no era lo que esperaban de él» —según declaraciones de Padrón—, que era muy vernácula, confusa y ruidosa. No se hizo rueda de prensa para anunciarla, ni estreno. En una revista salió una crítica que la trataba muy mal… «Estuve unos días muy deprimido, hasta que rompió el récord de taquilla (de aquella época) en una semana y la gente la comentaba entusiasmada».
Después de aquella apenas promocionada exhibición iniciada el 18 de julio de 1985 en nueve salas capitalinas, ¡Vampiros en La Habana!devino pronto una auténtica «película de culto», un clásico del cine de animación, no solo cubano, por el prominente lugar ocupado en el favor del público de todas partes. Existen cinéfilos que, amén de reconocer y disfrutar las sarcásticas citas a las obras maestras del cine negro y el de horror, conocen diálogos de memoria e incorporaron a su vocabulario frases enteras y expresiones como la de «Pipirriqui». El 12 de diciembre se alzó con el Tercer Premio Coral en el 7 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. La crítica internacional llegó a situarla al lado de títulos del renombre de Yellow Submarine o Fritz the Cat y de la aclamada animación de vanguardia de Checoslovaquia y Hungría.
Frente a un triunfo arrollador, incontables veces le preguntaron a Juan Padrón —comparado por algunos con Tex Avery— por qué no realizaba una segunda parte. En otro país los productores le habrían presionado, pero la dirección del ICAIC durante 18 años decidió no asumir otro largometraje de animación. El 27 de marzo de 2003 se efectuó —esta vez sí con todos los honores y la divulgación ameritados—, la première de Más vampiros en La Habana, la muy esperada secuela. La riquísima banda sonora continúa como uno de los méritos fundamentales de esta segunda entrega, a la cual contribuye no poco la efectiva música original también compuesta por Rembert Egües. El binomio Padrón-Egües no vacila en recurrir a la wagneriana «Cabalgata de las Valkirias» y bailar a paso de conga al estribillo de: «¡Hasta Berlín a pie!».
El tiempo transcurrido entre los dos largos de la saga vampírica no incidió en contra de la inspiración, la inagotable reserva imaginativa y la audacia de Juan Padrón. En la inevitable comparación unos señalan que no superó las inmensas expectativas acumuladas, algunos perciben cierta pérdida del factor sorpresa inicial —como ocurre generalmente con las secuelas—; otros afirman que desmiente la socorrida frase de que «nunca segundas partes pueden ser buenas». El enorme poderío sonoro-visual de la primera está intacto en un espectáculo entretenido e irrepetible, pletórico de variopintos personajes, sobre todo los villanos, dotados de un catálogo de excelentes voces que nutren la galería personal de su hacedor. «Pienso que son bien diferentes. La primera es una comedia costumbrista y esta es una película de aventuras. Es una trama más complicada, una mezcla de película de espionaje y aventuras, rociada con choteo cubano», declaró Padrón, que presenta ahora su novelización con el título Vampirenkommando(Ediciones ICAIC) e inaugura la exposición «De eros, vampiros y otras escenas similares…»
¡Vampiros en La Habana! ocupa el primer lugar en la categoría Animación en los resultados de la encuesta de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica de los mejores filmes producidos por el ICAIC (1959-2009), seguido por Elpidio Valdés, la serie Filminutos y Elpidio Valdés contra dólar y cañón.
"De amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para adquirir las glorias
nuevas".
José Martí“… la HISTORIA NOS AYUDARÁ A DESCUBRIR LOS CAMINOS DE HOY Y DE MAÑANA, A MARCHAR POR ELLOS CON PASO FIRME Y CORAZON SERENO Y A MANTENER EN ALTO LA ESPERANZA (...)”.
RAMIRO GUERRA