domingo, 8 de diciembre de 2013

De cómo llegó el bólido AY a Cárdenas y cuántas cosas hizo en su Casa de Cultura solamente en una tarde.

Memorias cardenenses sobre alguien que no está y que el próximo día 13 celebraría un nuevo cumpleaños. Por: Lorena Martínez Faxas.
No voy a hablarles de A. Y., autor de una obra con peso indiscutible en la literatura cubana, sino de mi amigo Albe, ese ángel endiablado o demonio angelical a estas alturas ya no sé; historia tiene comienzo a principios de los ochenta, entre noveles estudiantes de Filología de la Universidad de La Habana. Albertico y yo veníamos de situaciones tensas y recién vividas: él recién egresado de su trabajo social en un pueblito perdido de Las Tunas y de la Brigada XX aniversario en Matanzas, yo de un difícil traslado de la carrera de Filosofía a la facultad de Letras, del curso regular al dirigido. Razones estas muy loables que permitieron que rápidamente hiciéramos dúo, el cual se enriqueció hasta lo infinito cuando La Flaca (Jacqueline), sus dos hijas y Arturo junto a otros seres, del aula o circunstanciales, crearan un equipo de estudios más que especial. Dentro de él ocurrieron cosas que nunca olvidaré-olvidaremos: el Ave María de Gladis, nuestras primeras caminatas, mi bata estampada con la punta enganchada en un carro por todo Carlos III, el recibimiento que Penélope, él, en su papel de vizconde y la marquesa Viejita Linda me recibieran la primera vez que fui a 19, aquella casita de la azotea (madera y tejas que un ciclón se encargaría de abatir), “Helena la traposa”, los estudios de latín en paños más que menores, Gisela… Y aquello era sólo el inicio de una infinita aventura mayor. No imaginar nunca en cuán procelosos mares navegaba. Tratar con Albe era una de las cosas más difíciles que he debido enfrentar. No era fácil entenderlo, no traicionarlo de alguna manera, tampoco seguirlo: honesto, voluble, alegre, esencialmente espectacular. En las alturas de la azotea, donde después haría un tejado veleta remedo de pollito pito y mientras saludábamos a Eneida, inagotable vecina, conocí de Penélope, la protagonista de increíbles historia, de las cosas raras y los matojos cobraron otro matiz. Vivirlo así, de esta manera, le perdonaba todo o casi todo, hasta una monstruosa foto que circulaba por el aula y él asegurando que era yo al llegar a la pubertad. En aquella escuela pasaron meriendas mientras alguno que otro profesor daba clases, chivos, novios, hijos, frustraciones, triunfos, tesis y millones de historias pero, lo más importante, para los dos es que quedamos unidos como casi nadie de aquel loco grupo de graduados que, ¡por fin!, llegamos a ser. Al empezar a trabajar en una editorial habanera, me mudé por un tiempo a su casa, compartiéndola, fundamentalmente, con la de Gladis y Jacqueline. Conocí de otra manera los efectos de su obra, no solo era aquella con la que entretenía al pequeño Lucas sino su constante denuncia por la ecología, la igualdad, paz y la felicidad. Después abandone la calle 19 y, entonces, su figura llegaba de vez en vez a huracanar mi tranquilidad en la Editora Política. No nos abandonábamos totalmente y, cada cual conocía, más menos, la vida del otro; me convertí en analista y seguidora de sus textos y andanzas; quise saber las extrañas maneras de su hacer y deshacer amigos, cuando hacerlos felices era su gran vocación. Mientras tanto, Mirta se mudó a Alamar y luego a Cojímar; él estuvo casi un año por el para mi lejano Brasil, Viejita Linda, Pepe y después el viejo Alberto se fueron; ni por teléfono me enteré. Aunque la editora me robaba tiempo, entre bicicletas finiseculares, viajes y otros avatares nos volvimos a encontrar. Ya no me fui más de la casa del Vedado, donde sané de ciertas heridas que mejor no hablar. La vida da unas vueltas tremendas y regresé a Cárdenas, algo que nunca acabó de entender, hacía planes para a mi regreso: ser dos viejitos verdes; eran entonces los fines de semana: Massiel y Bertold Brecht, Marilyn Monroe, paseos, inventos y, sobre todo, la música de los cincuenta en ese lugar construido para que un día de septiembre lo tuvieran que encontrar Todo lo anterior era vital para llegar a una lluviosa tarde de mayo cuando, en uno de sus viajes Albe y yo aterrizáramos en la Casa de Cultura, mi nuevo centro de trabajo y lugar donde (se suponía) sería invitado desde ese entonces a dar conferencias, presentar su obra o la de otros, ser jurado…. Lo primero fue desbaratar al sentarse uno de sus sobrevivientes y añejos sillones a lo que siguió el correr por sus aún hermosos corredores, planear sobre ellos con risa de pícaro cogido en falta, descubrir la escultura inacabada de la pared del patio la cual, según él y como opinábamos otros, echaba a perder el espacio y era un capricho a la insensatez (otra vuelta a la tuerca de aquel camino infernal lleno de buenas intenciones. Penetrar en la oficina de la administración fue para él un asombro: reencontrarse con Lourdes, conocida de otras épocas, lo cual le dio ganas de poner un sombrerito y otra flor en el busto de Martí, vociferar de contento, respirarse el patio, decir que todo le era fabuloso, por supuesto no para mí que cargaba con él en un lugar donde recién me comenzaban a conocer. De un tirón se enteró (¿quizás?) de algún problema que aquejara a alguien como Milagros, a quien regaló una sonrisa y un consejo oportuno que tomó de algún lugar, con otra flor conquistó a la entonces directora de la Casa, llegando a bailar un minué sobre su buró. Cárdenas le ofrecía oportunidades colosales y a todos, nos los hizo saber. No fue una tarde fácil. Me obligó a localizar al escritor Alberto Abreu (compañero nuestro de escuela) para que viniera a nosotros y en lo que le esperábamos (lo entiendo, nunca llegó) llamó a no se cuantos amigos, sólo para decirles que estaba conmigo allí. Caminábamos por la terraza superior de la Casa, aparentemente tranquilos, cuando se rompe una teja bajo su peso, es una señal dijo de que no se puede andar juiciosamente por este lugar, arramblamos (miedo y a preocupación incluidas) con uno de los cristales art decou (encontrado medio roto en el piso) de los que alguna vez decoraron los vitrales de la institución. No dejó de trepar por todos los niveles de la azotea, a la par que diseñábamos oralmente la estructura del taller que al otro día se debería efectuar; un pedazo de la escalera cayó y se entretuvo en husmear entre viejas escenografías de teatro en las que se inventó todo tipo de diabluras, aprovechando las opciones de uno de los más agradables miradores de la ciudad. De allá arriba bajo como el bólido que era al escuchar los toques del grupo Columbia del Puerto que, casualmente, ese día estaba ensayando en el patio, y como si fuera poco estuvo “visionando” al grupo danzario de Ciencias Médicas del que se encargaba su vieja socia Marielena, compañera de la brigada XX aniversario a quien se encontró trabajando acá. Decidió convertir en habanera a una de las malangas improductivas que pernoctaban en el patio, la cual se incorporó a la teja, al cristal y no recuerdo que otra cosa más que descansaban en el maletín, instándome para que cambiara la cara y peleando por no estar aún conforme de trabajar en tan portentoso lugar. Al rato (¡cuántos siglos nadie lo sabe!) salimos de allí para irnos a caminar por la parte histórica de la ciudad, la lluvia nos cayó entonces como si envidiara nuestra alegría, el fango en cual enterramos mis zapatos, de las ampollas con que hube de acabar. Aquel día, como tantas otras veces, me parecía que una tormenta se hubiera desembocado en la tarde, aunque yo fuera la única que la sintiera, cuando el resto lo parecía disfrutar. Anexos ¿Quién fue el protagonista de esta historia? Alberto Yañez (1957-2008) narrador y poeta, graduado de Artes Plásticas en San Alejandro y de Filología en la Universidad de La habana. Miembro de la UNEAC, recibió el Premio 13 de marzo en 1979 y 1985 respectivamente. Premio Nacional de la Crítica (1997) y Premio Pinos Nuevos. Cuentan que Penélope fue su primer libro publicado, le siguen, en vida, Ese libro horroroso y sin remedio, Frenética historia de la cacerola encantada, Poco libro para tanta barrabasada, su genial cuento La perdida por la ganada o el cambio del niño por la vaca Después de septiembre del 2008 han sido publicados por su hermana, la escritora e investigadora Mirta Yañez, alrededor de cuatro títulos nuevos, hallados entre sus papeles, los cuales confirman la excelencia narrativa de este autor.


"De amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para adquirir las glorias

nuevas".

José Martí



“… la HISTORIA NOS AYUDARÁ A DESCUBRIR LOS CAMINOS DE HOY Y DE MAÑANA, A MARCHAR POR ELLOS CON PASO FIRME Y CORAZON SERENO Y A MANTENER EN ALTO LA ESPERANZA (...)”.

RAMIRO GUERRA