miércoles, 15 de enero de 2014

¿Quién era Fray Candil?

Por: Gina Picart Tomado de la web: www.cubaperiodistas.cu/baul/159.html
Hace poco unos amigos y yo teníamos ganas de hacer una revista. Queríamos que fuera cultural, con todos los géneros literarios menos teatro, y que hablara también de cine. Pero de un modo especial, queríamos que fuera una revista de ensayo y crítica. Crítica de verdad, no la pasamanería a que estamos acostumbrados desde hace décadas, desde que desapareció la polémica respetuosa, enjundiosa, inteligente, para ser suplantada por la adulación más cínica, la agresión vulgar o el más encantador silencio. Y concebida ya en estos términos nuestra publicación digital, pasamos a lo que sigue: ¿cómo se iba a llamar? Nos parecía muy bueno ese nombre de Islíada, que el equipo de El Caimán Barbudo encontró para su revista, así que nos pusimos a cavilar, y un día de esos en que me siento particularmente en huelga contra el mundo, escribí a mis amigos preguntándoles si les parecía bien que nuestro bebé nonato se llamara Fray Candil. Intelectuales y cultos como son los dos, accedieron, aunque con alguna reserva: ¿Saben los cubanos actuales quién fue Fray Candil? ¿Qué tan respetables fueron sus juicios críticos? Eran dos excelentes preguntas, pero las respuestas no lo son tanto. Cuando empezamos a pesquisar entre el mundillo literario, los más jóvenes, que son también el grupo más numeroso, no conocían a Fray Candil, o solo sabían que se llamaba Emilio, y no estaban seguros de si lo que seguía era Bobadilla a secas, o una de esas partículas aristocráticas que añaden tanto lustre al Pérez más insignificante, de Bobadilla. Unos pocos habían oído decir que fue un feroz detractor de Rubén Darío, y la opinión general era que Fray Candil encarnó el típico perfil del maldiciente envidioso. Cuando digo general, es para no decir escasa. Esa ignorancia feliz o ese desvergonzado olvido me encantaron, y sin miramientos impuse mi criterio de única dama en nuestro trío de futuros revisteros: nuestra criatura se llamaría Fray Candil. No puedo asegurar que el título fuera bueno…, pero de que la aventura prometía ser divertida bajo la advocación de semejante patrono, ¡lo prometía! No sé qué sucedió… Mientras Islíada engordó y creció como el cerdito pródigo del cuento, Fray Candil fue perdiendo sustancia hasta que pasó al mísero estado de ectoplasma. Tal vez nos faltan ya el ímpetu y la osadía de la juventud…, o nos duelen los huesos cuando llueve mientras soñamos sentados en las mesitas del Hurón Azul, o sabemos demasiado bien que los Bobadillas son una estirpe condenada a cien años de soledad que no tiene una segunda oportunidad sobre la Tierra… Emilio Bobadilla y Lunar nació en Cárdenas, Matanzas, el 24 de julio de 1862, bajo el signo de Leo, como demuestran sus números natales, y quizá lleve sus genes el célebre escritor matancero del género policiaco Lorenzo Lunar Cardedo. Y quizá no. Hijo de un concejal y profesor universitario, desde niño viajó con su familia a Baltimore, Veracruz, y Madrid, para regresar finalmente a La Habana, en cuya Universidad comenzó sus estudios de abogacía. Comenzó a colaborar en El Amigo del País. Fue director de los semanarios satíricos El Epigrama(1883) y El Carnaval (1886), donde hizo famoso el seudónimo de “Fray Candil”. Colaboró además en La Habana Cómica, Revista Habanera, El Museo, La Habana Elegante, Revista Cubana, El Radical, El Fígaro y La Lucha. Viajó por Europa y vivió mucho tiempo en París y en Madrid, donde se estableció en 1887. Allí, en la Universidad Central, se graduó de Doctor en Derecho Civil y Canónico (1889). Al estallar la guerra del 95 estuvo unido, en París, a los emigrados cubanos. Viajó por Holanda, Italia, Bélgica, Dinamarca, Inglaterra, Colombia, Venezuela, Puerto Rico, Panamá y Nicaragua. En Madrid, sus trabajos aparecieron en Madrid Cómico, El Liberal, El Imparcial, La Lectura,Nuestro Tiempo y La Esfera. En París colaboró en La Nouvelle Revue, La Revue Bleue, Le Figaro, La Revue de Revues, La Renaissance Latine y Le Gil Blas. Colaboró además en Athenaium, de Londres; La Prensa Libre, de Viena; y en La Estrella, de Panamá. En 1909 volvió a Cuba por dos años. Fue nombrado cónsul de Cuba en Bayona y más tarde en Biarritz. Era miembro de la Academia de Historia de Cuba y de la Academia Nacional de Artes y Letras. Dejó inéditos los libros La ciudad sin vértebras y De canal en canal, y su bosquejo cómico-serio en un acto y en prosa Don Severo el literato. Su novela A fuego lento fue traducida al francés en 1913 por Glorget. Escribió varias obras teatrales que no fueron impresas, pero sí representadas. Utilizó los seudónimos Dagoberto Mármara,Pausanias, Perfecto y otros. Estos datos los he copiado textualmente de Wikipedia, porque no tiene sentido escribir el párrafo yo misma cuando ya alguien lo hizo tan bien en la enciclopedia más célebre de nuestro tiempo, ¿verdad? Es de suponer que la elección de su nombre de guerra, Fray Candil (que me hubiera gustado escribir en francés para complacerlo, pero cuya ortografía me resulta riesgosa), fuera un acto absolutamente carente de inocencia, y en sí mismo toda una declaración de principios. Bobadilla debió tener en mente a aquel filósofo griego tan conocido, el cínico Diógenes, o Diógenes el cínico, como se prefiera colocar el adjetivo, quien se metió desnudo en un tonel a manera de toga filosofal, y recorría Atenas a toda hora, candil en mano, respondiendo a quienes le preguntaban por qué la lámpara a pleno sol, que andaba “en busca de un hombre honrado”. Me pregunto si Diógenes podría sostener el tonel a una altura discreta únicamente con su mano libre, pero no es eso de lo que se trata aquí. Wikipedia describe a nuestro Bobadilla como “de temperamento agresivo, mordaz y desenfadado, fue también muy culto y poseía un estilo muy personal, fuerte y vigoroso”. Nadie mejor que un bilioso para reconocer a otro, así que, para mí, el hombre era un bilioso de marca mayor (ya se sabe, aquello de los cuatro temperamentos: sanguíneo, nervioso, flemático y bilioso), lo que en dosis juiciosas conviene a quienes pretendan ejercer la crítica literaria, porque la disposición para encontrarlo todo mal suele impedir que los críticos lo encuentren todo bien, lo cual no es saludable para una profesión que pretende formular juicios de valor sobre las obras ajenas. Aunque suene paradójico, cierta dosis de encono genético ayuda a mantener la objetividad, y sopra tutto, como dicen los italianos, facilita encontrar con mayor rapidez y eficacia el modo directo de llamar las cosas feas por su nombre. Un bilioso jamás será ambiguo. El caso es que Bobadilla no era un crítico del tipo perdonavidas ni del tipo lambiscón, sino que arremetía contra cualquiera, sin dejarse intimidar por nombres y prestigios. Le fue encima en más de una ocasión, con todo su arsenal de virulencias, a figuras de la talla de Enrique José Varona y Manuel Sanguily, ambos de grandeza intelectual y moral que no pongo en duda, pero que tuvieron también sus buenas pifias, como, por solo citar un ejemplo, la actitud negativa de Varona ante Julián del Casal, y si bien no fue el único detractor del pobre poeta, como lo llamara Martí, fue uno de los más importantes denostadores del tísico de Puentes Grandes. Según Max Henríquez Ureña, “en Bobadilla parecía haberse estereotipado el procedimiento de juzgar un libro en cuatro palabras, mientras más zahirientes, mejor. En vez de atenuarse su desenfado para emitir juicios caprichosos, se hacía más intenso con los años. No daba cuartel ni a los que le habían dado respaldo y testimonio de amistad al empezar su actividad literaria”. Bobadilla fue un polemista enconado que siempre tenía bien aceitada su tea incendiaria, y quienes se atrevieron en su día a responderle, ripostarle o plantarle cara, no escaparon sin una rociada letal de los peores ultrajes, porque Bobadilla no conocía límites y sus chorros de vitriolo eran más prestos e hirientes que los dardos más afilados. Tuvo una capacidad difícilmente igualada en su tiempo para la ironía, el sarcasmo, lo sardónico, y un tipo de humor que iba a partes iguales entre el ingenio, lo macabro y la crueldad. Era, además de un intelectual brillante, un hombre de acción que no vacilaba en pasar de la letra con filo al filo del estoque. Fue un duelista contumaz y temerario, que no tenía nobleza para dejar ir en paz al oponente, como demuestra el muy mentado episodio de su duelo con el escritor español Leopoldo Alas, Clarín, quien tuvo la lamentable ocurrencia de baladronear antes del enfrentamiento, asegurando a quienes quisieran escucharle que aquel duelo con el cubano sería tan sencillo “como coser y cantar”. Pero los hechos no le concedieron la razón, pues los padrinos tuvieron que suspender la contienda cuando Bobadilla hincó su sable dos veces en la carne de Alas, infligiéndole cortes profundos en la boca y un brazo. Intervino el médico que presenciaba el encuentro, y cuando comenzó a coser las heridas de Alas, Bobadilla rompió a cantar. Pareció a algunos presentes que tal conducta era una muestra de insensibilidad y de mal gusto por parte del cubano, y como se atrevieran a hacérselo notar, Bobadilla contestó con la mayor displicencia: “¡En absoluto!, lo que pasa es que el pronóstico de Clarín se ha cumplido, y a él lo están cosiendo, mientras yo canto”. La historia de la literatura hispanoamericana ubica al Bobadilla narrador en la corriente del naturalismo, y de hecho en muchas de sus páginas, lo mismo periodísticas que literarias, citó con frecuencia a Emile Zola, y muchas páginas de sus novelas reflejan influencia de los postulados estéticos de este autor. Se comportó como un detractor del modernismo, y no solo por sus ataques a Rubén Darío, de quien llegó a escribir: “De […] ese pelafustán jactancioso que imagina realmente ser un gran poeta (¡tanto se lo han dicho por ahí!)— he de hablar largo y tendido en otra ocasión, no porque lo merezca, sino porque a fuerza de repetir que es un gran poeta, va habiendo ya algunos mentecatos que lo creen”. Sin embargo, en los pocos poemas suyos que he podido leer, está incuestionablemente presente una melancolía muy afín con el espíritu de este movimiento poético. Véase un ejemplo del estro de Bobadilla, que tanto hace recordar aquellos mejores versos de Darío: “Juventud, divino tesoro/ ya te vas para no volver./ Cuando quiero llorar no lloro/ y a veces lloro sin querer” El carmín en la rosa; en el nardo, la nieve: En el mar, lapizlázuli; en el cielo, zafiro; En el árbol la fruta; la mariposa leve En el aire temblando, con caprichoso giro. Primavera fecunda, estación de las flores, De la luz, de la vida que vuelve vigorosa: En la atmósfera tibia capitosos olores: En las tardes de oro, música voluptuosa… Yo no sé qué tristeza como el otoño tienes, ¡Oh, primavera irónica, para el que ya ha vivido, Tan avara en sonrisas cual pródiga en desdenes! Contemplando tus pompas sollozo y me estremezco Cual si voces de muerte me hablasen al oído. Todo renace, todo, menos yo que envejezco. Posiblemente se tratara de un caso típico de envidia artística, pues, a juzgar por este poema, uno de los pocos que tengo de Fray Candil, aunque conozco peores poetas que él, Darío lo cubría con su sombra como el Everest a un árbol, sin que por ello el gran nicaragüense dejara, en ocasiones, de ser algo cursi, aunque jamás haya sido unpelafustán. Emilio Bobadilla murió en Biarritz, Francia en 1921. Por su temperamento y por lo afrancesado de su pluma, me tienta calificarle de apache de las letras. Fue todo lo que sus contemporáneos, desde los más necios hasta los más ilustrados, dijeron de él, y también un hombre frustrado a pesar de haber alcanzado apetecibles posiciones sociales. Es posible que tuviera lo que en psiquiatría se ha dado en llamar una personalidad litigante, canalizada a través del periodismo y la literatura, pero sus poemas reflejan un costado melancólico, casi depresivo de esa misma personalidad agresiva y en extremo chocante. De cualquier modo, y sin hacer antesala con el doctor Freud para intentar comprenderle, hay que reconocerle a Bobadilla que, a pesar de todo lo que le han reprochado sus contemporáneos —no hay que olvidar que fueron también sus víctimas—, y aunque sus juicios críticos pecaran con frecuencia de una vehemencia mal encausada que lo inducía a error, Bobadilla poseyó tres encomiables virtudes, siempre tan necesarias para quienes ejercen la crítica. La primera, su vasta cultura, de la que ningún crítico que se respete puede carecer o poseer cuota insuficiente; la segunda, cumplió a cabalidad con el mandato “los críticos no tienen amigos”, que significa, exactamente, que a la hora de hacer crítica literaria, ni en primer ni en último lugar debe tenerse en cuenta el grado de relación personal que une a crítico y criticado, es decir, ni beso porque te quiero ni mueca porque te odio; y la tercera de estas virtudes, que bien pudieran merecer el calificativo de teologales, es el coraje. Bobadilla no tuvo miedo de decir lo que pensaba, no temió represalias, ni a perder el favor de protectores y amigos. Su compromiso mayor lo tuvo con su profesión, con la labor a la que escogió entregarse, y en ese sentido sigue siendo un ejemplo a imitar, en una sociedad donde la crítica de arte, pero en especial la crítica literaria, es la viva imagen de una soprano que tiene calva la lengua, vacía de papilas, lisa e incapaz de emitir sonidos, cuando no se comporta como el coro de ranas de Aristófanes o como una falange con grebas depapier maché. Con todos sus errores, los fray Candil hacen menos daño que la caterva de oficiosos complacientes o verborreicos sin nada sustancial que decir que nos inunda como la ola de Forjita. Emilio Bobadilla no merece el olvido. Fuente: CUBARTE


"De amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para adquirir las glorias

nuevas".

José Martí



“… la HISTORIA NOS AYUDARÁ A DESCUBRIR LOS CAMINOS DE HOY Y DE MAÑANA, A MARCHAR POR ELLOS CON PASO FIRME Y CORAZON SERENO Y A MANTENER EN ALTO LA ESPERANZA (...)”.

RAMIRO GUERRA